Anna.
Desperté con el corazón latiendo desbocado. No sabía si había tenido una pesadilla o si simplemente me había quedado dormida pensando en Liam. Me senté de golpe en la cama.
Liam.
Me froté el rostro con ambas manos, el pecho me dolía. Revisé mí teléfono con la esperanza de ver un mensaje de su parte y descubrir que todo esto había sido una simple pesadilla y que nada era real. Pero no hubo ningún mensaje —quitando los 22 mensajes de Matt—.
Fui hasta el baño, hice mis cosas y volví a vestirme en un tiempo récord. Ya sentada en el escritorio tomé el cuaderno marrón y comencé a escribir en él el acertijo.
Empieza donde el tiempo se detuvo,
en la línea recta del último susurro,
no hay casas, ni viento y la sangre
fue el último recurso.
Empecé a leerlo detenidamente. Palabra por palabra.
Donde el tiempo se detuvo. ¿Tiempo? ¿Detenido?
¿Tiempo? ¿Un reloj roto? Empecé a mirar los minutos en mis dispositivos y relojes. No. Todos transcurrían bien.
—¿Tesoro? —una voz suave y femenina llenó mí campo auditivo. Caroline había vuelto a entrar en silencio a mí habitación. Cerré rápidamente el cuaderno y me volteé a verla. Llevaba puesto un pijama negro y encima un gran saco marrón de lana. Me sonreía muy sutilmente. —¿Cómo estás hoy?¿Te sientes mejor? —Asentí. —¿Te gustaría hablar de eso?
Claro mamá, déjame te cuento. Mis mejores amigos son hombres lobo adolescentes, uno de ellos casi me come, el otro se encuentra desaparecido y alguien (o algo) lo tiene y está jugando una “búsqueda del tesoro” con nosotros y Liam. El patinaje salió de mí vida temporalmente y mí entorno se encuentra totalmente modificado porque ustedes forman parte de mí vida actualmente.
¿Fácil, no? Así que mejor solo dije un lindo y suave
—No.
Ante mí incipiente falta de expresividad, Caroline asintió, me dio un suave beso en la frente y me dijo que bajase a desayunar en quince minutos, luego, se fue. Caroline olía a limón. Nana no estaba en casa.
Me detuve a mirar el exterior a través de mí ventana. Las calles estaban casi vacías. El viento llevaba y traía hojas de varios colores. Gris. Era otro día gris. Pocos rayos de sol traspasaban las nubes y algunos atravesaban el cristal. Uno de ellos fue a parar al libro viejo que llegó con mis padres. Lo ignoré y me llevé el cuaderno marrón hasta la cocina.
Donde el tiempo se detuvo. Donde el tiempo se detuvo. Pero ¿Dónde se detuvo el tiempo?¿Un momento en particular? ¿Un lugar?
En línea recta del último susurro. En línea recta. ¿Un anagrama?
Me dejé caer en una de las sillas de la cocina, papá y Caroline estaban terminando de hacer el desayuno. Papá me vio con el cuaderno en la mano y lo único que se me ocurrió decirle fue “Tengo tarea”.
Volví a leer las palabras una y otra y otra vez. Tiempo. Recta. Detuvo. Línea. Sangre. Susurro. Casas. Viento. A medida que más lo leía más me confundían. Odio esto, es desesperante.
—¿Qué haces Anna? —Preguntó papá señalando el cuaderno marrón una vez más.
—Tengo tarea de la escuela. —bebí un sorbo de té.
—¿De qué se trata?
“De encontrar el paradero de mí mejor amigo, nada de qué preocuparse pa”.
—Es… literatura. —Recalqué en mí mente la palabra literatura. ¿Por qué tuve que bajar con el cuaderno? Golpe mental.
Caroline terminaba de poner en la mesa una bandeja con tostadas y se asomó por encima de mí hombro y creo —si no es que si lo vio — que leyó el acertijo.
—¿Necesitas ayuda? —Sí, definitivamente. Negué con la cabeza con entusiasmo. —¿Segura? —No.
Asentí.
—Luego debo ir a buscar unas cosas a una biblioteca, ¿quieres acompañarme? Te haría bien salir un poco de la casa.
Levanté la mirada. La palabra biblioteca hizo un eco extraño en mi mente. Salir. Fingir que todo estaba bien. Que no estaba rota por dentro. Que no sentía que Liam me estaba llamando desde algún lugar donde el viento sonaba diferente.
—¿Qué cosas necesitas buscar? —pregunté, intentando sonar casual, como si no estuviera sosteniendo un acertijo que me estaba carcomiendo viva.
—Unos libros para los chicos de la escuela. Me ofrecí a ayudar con una actividad. —Me sonrió con dulzura, pero me observó con atención, como si esperara encontrar alguna grieta en mi voz.
—Está bien —respondí al fin—. Puedo acompañarte un rato.
Caroline pareció aliviada. Se volvió a la cocina mientras yo apretaba el cuaderno contra mi pecho. No iba a resolver nada encerrada en mi cuarto, ¿verdad? Tal vez, solo tal vez, una caminata, el aire, otra perspectiva, pudieran ayudarme a pensar con claridad.
O eso quería creer.
—Bueno. —Papá asintió. —Iremos en unas horas, ¿te parece?
Asentí y me fui a mí habitación. Allí, volví a analizar el acertijo. Donde el tiempo se detuvo. En línea recta del último susurro. No hay casas, ni viento y la sangre fue el último recurso.
No hay casas. Ni viento. No hay casas ni viento. ¿No hay casas, será algo aislado? Si no hay casas, no hay personas alrededor. Debe ser algo aislado. Pero, ¿y si no?¿Si se refiere a otra cosa?
—¡Cielo! —Gritó papá desde abajo. —Vamos.
[***]
—¿No te gustaría aprender a manejar?
Llevábamos en esta conversación desde que salimos de la casa. Ethan no me respondía los mensajes. Es más, ni siquiera le llegaban.
—Papá, no lo encuentro algo urgente. De verdad.
Michael me miró una vez y levantó las cejas, casi sorprendido. —¿Cómo que no? Debes aprender. Algún día serás adulta y deberás saber manejar. Manejar es fácil, quizá al principio te parezca un poco difícil pero una vez que te acostumbras todo sigue su marcha. El único problema son algunos conductores que no respetan algunas señalizaciones, no ponen los guiños cuando van a doblar, pero el resto no es problema amor. Yo te enseño.
—Papá. —Suspiré. —Está bien. Enséñame a manejar.