CrÍmenes Colaterales

CAPÍTULO 1 (desaparecido)

DEPARTAMENTO DE POLICIA
Madrugada del viernes 2 de septiembre de 1994 - 03:15 a.m.

- Señor Lezcano, si usted siempre supo lo que realmente pasó aquella noche de 1974, ¿porque esperó tantos años para hablar?
- Toda mi vida pensé, en que debí haber hablado. Todos los días…. cada día…lo juro. Muchas veces me paré frente a su puerta, quedándome allí sin animarme a golpear. Mis manos traspiraban, mi cuerpo se entumecía, mi boca se secaba, y aun así permanecía de pie frente esa enorme casa, la más linda del vecindario. Tal vez esperando que de repente alguien saliera y me pidiera a gritos que le contara lo que vi aquella noche, pero eso nunca paso. Tampoco nadie jamás me busco, o golpeo la puerta de mi habitación para preguntarme si había logrado ver algo aquella noche. Tal vez, porque en realidad…nunca fui importante para nadie. Por lo menos hasta hoy….

 


Penal de mujeres de máxima seguridad
Jueves 25 de agosto de 1994 – 09:05 a.m.

- Perfecto, entonces ahora voy a colocar este aparato sobre la mesa. Cuando vea que la luz roja está encendida, eso significa que este aparato estará grabando nuestra conversación. ¿Está bien?
- Está bien.
- Si aún no está lista, solo dígamelo. ¿Desea un vaso con agua o un cigarrillo, tal vez?
- No gracias, estoy bien. Además no fumo.
- Pues, eso es bueno. Mi madre de seguro la envidiaría por no tener ese vicio.
- Le aseguro señor Krat, que eso será lo único que su madre querrá envidiarme, después de que oiga mi historia.
- Muy bien… damos comienzo entonces a la 1° entrevista a Florencia Córdoba, condenada a cadena perpetua por homicidio culposo agravado por el vínculo, en relación a la desaparición y posterior crimen de su esposo, Alejandro Mazzola, y de su hijo de tan solo 6 años de edad. Además del homicidio culposo con alevosía y premeditación de dos personas más, en 1974. A días, de que se cumplan 20 años de ocurrido aquellos crímenes.
¿Podría usted Señora Córdoba, relatarme lo más detalladamente posible, qué ocurrió la noche en la que su hijo Gonzalo Mazzola, desapareció de su domicilio en horas de la madrugada?
- Era domingo. Aquella noche hacía mucho calor, más de lo habitual teniendo en cuenta que ya se acercaba el verano, por lo que salimos al patio trasero de casa para cenar. En realidad fue idea de mi marido. A él, le encantaba hacer las comidas al aire libre, porque los lugares cerrados lo sofocaban y el ventilador no le era suficiente. Claro que, en aquellos años no existía el acondicionador de aire y dentro de los ambientes estaba prácticamente irrespirable, por lo que solíamos sacar la mesa afuera donde teníamos un amplio espacio cubierto de césped, que funcionaba también como garaje para un Ford Falcon color gris que había comprado Alejandro hacía pocos meses atrás, gracias a un reciente ascenso que le había otorgado la empresa constructora donde trabajaba como arquitecto.
Alejandro fue También quien había diseñado aquella casa donde vivíamos, desde antes de conocernos; en un barrio alejado de la capital, y sobre un amplio terreno que había adquirido tiempo atrás en un remate judicial. Por lo que nos mudamos a esa casa al segundo día de casados, a pesar de que aún estaba en construcción. Aunque a decir verdad, siempre lo estuvo, porque Alejandro nunca dejaba de hacerle cosas; así que prácticamente estaba obligada a convivir con obreros en la casa durante el todo el día, lo que me resultaba bastante molesto.
Vivíamos bien, no nos podíamos quejar, pero yo sentía que en ese barrio despertábamos mucha envidia y eso me preocupaba; sobre todo por mi hijo Gonzalo que crecía tan rápido, y se lo veía tan desinhibido y sociable. Tenía miedo que en el futuro hiciera amistades que pudieran llegar a ser una mala influencia para él. Pero estaba obligada a ocultar aquellos temores, porque le había prometido a Alejandro, que sacaría de mi cabeza la loca idea de mudarnos.
Pero, volviendo a aquella noche, la cena en el patio se había hecho particularmente larga, ya que aprovechamos para brindar por el nuevo proyecto que la empresa constructora le había confiado a mi marido. Un proyecto importante para una gran multinacional con inversiones en el país, oportunidad que definiría el doble de ingreso para nuestra economía, y mi posibilidad de volver a insistir con lo de mudarnos a un barrio mejor. Hasta que de repente nos percatamos de que eran ya pasada las 11 de la noche, y que al día siguiente todos tendríamos que levantarnos muy temprano, por lo que decidimos recoger la mesa en ese momento para irnos a dormir.
De repente un fuerte viento trajo consigo una nube de tierra que sacudió el mantel tirando algunas cosas al suelo. En ese momento lo primero que pensé fue en Gonzalo y en sus ojos, porque siempre que el viento soplaba de esa manera, teníamos que correr a un oftalmólogo para que extrajera lo que fuese que el viento traía consigo, motivo por el cual recuerdo haberlo regañado diciendo:
- ¡Gonzalo! te dije que fueras a prepararte para dormir y todavía seguís en el patio. Hay mucho viento aquí afuera y no quiero tener que llevarte de nuevo al oculista por desobediente…
- ¡Pero mamá, es que acabo de ver al perro de la bruja del frente parado frente a la reja!- me respondió exaltado.
- ¿¡Que!? ¡Gonzalo, te dije mil veces que no llames así a esa señora! – le respondí enojada. 
- Pero papa le dice así todo el tiempo…
- Porque tu papa, cree que es chistoso diciéndole así a esa pobre anciana que no tiene la culpa de estar sola en la vida más que con la compañía de un animal.
- Bueno… perdón mamá. - me respondió mirando al suelo.
Gonzalo se refería a Doña Corina, como era conocida en el vecindario. Según decían, era ciega de nacimiento, muy ermitaña y solitaria. Y siempre vestida de negro, como si viviera de un eterno luto. Yo nunca había tratado con ella, más que unos buenos días o buenas tardes, ante lo que jamás emitía sonido. Solo movía lentamente su cabeza de arriba a abajo, en señal de respuesta. Su casa estaba justo frente a la nuestra, desde donde se la podía ver siempre sentada en el porche de su casa como vigilándolo todo.
No puedo especificar desde qué hora de la mañana, pero cuando me levantaba a las 7, ella ya estaba sentada hamacándose en una vieja silla de mimbre rustico. Hasta las 9 de la noche, hora en que entraba, apagaba las luces y se acostaba.
Su única compañía era un dogo de color blanco, bastante temible por cierto, con una mancha negra que cubría su ojo izquierdo, y que siempre permanecía a su lado; siempre. Al parecer el único medio de sustento de la anciana era el de ser vidente natural o bruja como le decía mi marido.
Esporádicamente era visitada por algunos ingenuos para que les adivine el futuro o les corte algún maleficio o… sabe Dios qué cosas. Quienes la frecuentaban coincidían en que era una mujer amable, pero muy extraña, y que no permitía que nadie ingresara dentro de su casa. Siempre en su porche, y de allí nadie pasaba, lo que despertaba mitos y habladurías de todo tipo. Historias que atemorizaban a todos los niños del vecindario, y a las que jamás les di importancia.
Pero a lo que si le daba importancia, era a ese animal al que dejaba vagar libre por el vecindario algunas noches, y el que siempre venía en busca de mi hijo para que le diera algo de comer, por lo que esa noche volví a advertirle a Gonzalo de que tenga mucho cuidado con ese animal porque podría morderlo. A lo que él respondió: “Pero entonces, ¿cuánto más tengo que esperar hasta que me compren un perro igual de grande que ese?”, decía cada vez que le impedíamos que se acercara a ese animal. En aquel momento Alejandro se percata de que todavía seguíamos en el patio, y dice:
- ¿Qué hacen aquí todavía afuera?. En la radio acaban de anunciar una tormenta
- Es que como siempre Gonzalo, ya está intentando darle de comer al perro de la anciana del frente, y como cada vez que le digo que no se acerque a ese animal, él me sale con lo del perro que le prometiste – le respondí fastidiada.
Es que, hacía tiempo que veníamos dilatando el hecho de tener una mascota en casa, y Gonzalo cada vez que veíamos un perro, no perdía la oportunidad de pedirle que le compráramos uno. Y lo entendía, porque yo también fui hija única y sé de la soledad que uno padece sin un hermano o hermana con quien jugar. Pero con Alejandro considerábamos que él era aún muy pequeño como para que le comprásemos un perro. Aunque… ahora que lo pienso, tal vez si esa noche hubiésemos tenido uno, Gonzalo hoy estaría conmigo…
- Pero hijo… mamá ya te dijo que cuando seas un poco más grande, te vamos a regalar el perro que vos quieras. Pero por ahora hay que esperar…- le dijo Alejandro para intentar conformarlo.
- ¡En serio papá! ¡Un gran danés! – respondió Gonzalo entusiasmado.
- Si, te lo prometo. Pero ahora hazle caso a mamá y anda adentro a ponerte el pijama y a lavarte los dientes, que mañana tienes que levantarte temprano.
Como para todo hijo de 6 años, su padre era lo máximo, y Alejandro mantenía bien su rol de padre presente, amoroso, comprensivo y hasta cómplice, sin dejar de hacerse respetar cuando era necesario.
Para cuando pude lavar todos los platos sucios de la cena y acomodar el resto de las cosas, Gonzalo dormía en su habitación mientras Alejandro leía en la cama una vieja novela que encontró en la biblioteca, y que llevaba más de 2 meses sin poderla terminar. Juro que me moría de ganas por arrojar a la basura ese libro de hojas amarillentas y cubierto de polvo, cada vez que lo veía en su mesita de luz.
Lo cierto es que finalmente termine acostándome cerca de la una de la madrugada. Recuerdo que para entonces la tormenta se había desatado con furia, por lo que cerré las puertas con llave, y asegure las ventanas como siempre. Me puse el desabillé, fui al baño a quitarme el maquillaje, y luego me acosté silenciosamente para que Alejandro (que para ese entonces, ya roncaba con los anteojos puestos y su libro por el suelo), no se despertara. Y en seguida me dormí.
Lo siguiente que recuerdo, fue que algo me despertó invadiéndome con una gran sensación de angustia. Era algo inexplicable, horrible. Como acto reflejo, lo primero que hice fue mirar el reloj, que marcaba 3:45 a.m., y por el lapso de 1 minuto, me quede allí quieta en la cama mirando el techo, presa de aquella sensación de aflicción y falta de aire mezclada con miedo, que me hacía apretar con fuerza las sabanas; mientras mi corazón latía como una bomba a punto de implotar dentro de mi pecho.
El silencio era mortuorio, y la tormenta había cesado por completo. Hasta que de repente, me pareció oír a alguien caminando dentro de la habitación. Rápidamente encendí el velador de mi mesa de luz, alcanzando a ver la silueta de Gonzalo salir del cuarto caminando descalzo hacia el pasillo, dejando la puerta entreabierta.
Era muy extraño que Gonzalo estuviese despierto y deambulando por la casa a esa hora como sonámbulo, por lo que me levante inmediatamente para saber qué era lo que le sucedía. Así que camine descalza hacia la puerta que quedo entreabierta, tanteando con mis manos sobre la pared del pasillo el interruptor de la luz, al mismo tiempo que dije en voz baja:
- Gonzalo, ¿qué haces despierto a esta hora?. Espero que estés acostado en tu cama, o mañana a la tarde no salís a jugar. ¡Y lo digo en serio!
Cuando finalmente logre encender la luz, vi que la puerta de su habitación estaba abierta, y su pequeña cama totalmente vacía; al mismo tiempo que pude sentir el zumbido del viento penetrando por la ventana haciendo flamear las cortinas como banderas, al estar ambas hojas abiertas de par en par; cuando yo misma me había ocupado de revisar que estuviera perfectamente cerrada antes de acostarme, ya que aquella ventana daba al patio trasero de la casa , y yo la consideraba peligrosa al no tener barrotes de acero que impidiesen que alguien pidiera entrar por allí. De todas formas lo primero que hice, fue cerrarla rápidamente para luego caminar unos pocos pasos hasta el baño, dando por seguro de que Gonzalo estaba allí; pero a medida que me acercaba noté que la luz del baño estaba apagada, y que mi hijo no estaba allí. Con una gran opresión en el pecho, pero sin alarmarme demasiado, pensé que solo estaba jugando y que se había escondido en la sala o la cocina para darme un susto, como lo hacía a veces , ganándose varios castigos de mi parte; por lo que encendí el resto de las luces, y comencé a revisar cada rincón de la cocina, el living y el comedor en silencio, para poder agarrarlo de la oreja cuando lo encontrase y llevarlo de nuevo a la cama de penitencia sin mirar televisión por lo menos por un mes.
Pero a medida que lo buscaba, los rincones se acotaban, y comenzaba a sentir que mi cuerpo se desvanecía y me faltaba la respiración. Hasta que no pude sostener más la calma, lanzando un estrepitoso grito producto de la mi desesperación.
- ¡Gonzaloooooo!
Aquel grito que estremeció hasta las paredes, hizo que Alejandro saltara de la cama enredándose con las sabanas, para ir corriendo hasta donde yo me encontraba paralizada por un terrible presentimiento.
- ¡Qué paso!, ¿por qué gritaste así? – me pregunto Alejandro tomándome con ambas manos de los hombros.
- Es que… no puedo encontrar a Gonzalo - le dije casi murmurando, con la mirada perdida y sin poder moverme.
- ¿Qué?, ¿pero cómo que no está?
- No lo encuentro, ¡no se! busque por toda la casa y no está.
Alejandro sin decirme más, comenzó a registrar toda la casa, mientras yo me desplomaba en uno de los sillones del living, sin saber que hacer e imaginándome lo peor, y abrazándome a mí misma como en un estado de shock, mientras le rogaba a Dios que no sea lo que me estaba imaginando.
- ¡Se lo llevaron Alejandro! ¡Alguno de esos hijos de puta se lo llevaron! – dije gritando.
- Pero… ¿¡quién!?...¡qué estás hablando Florencia!, si acabo de fijarme y las puertas están cerradas con llave, y todas las ventanas aseguradas. Nadie pudo haber entrado a la casa, sin antes haber violentado las cerraduras o roto alguna ventana, así que Gonzalo tiene que estar escondido en algún lugar de la casa – dijo Alejandro.
- Pero la ventana de su cuarto estaba abierta cuando me levante. Yo la acabo de cerrar recién, así que tal vez alguien…
- ¡El patio!, ¡debe estar en el patio! – grito Alejandro.
Y se fue corriendo hasta la pared del comedor, donde dejábamos colgadas las llaves de casa. Tomo el manojo, y abrió rápidamente la puerta que conectaba al patio, encendiendo la luz del farol para que iluminase el lugar. Pero Gonzalo no estaba.
Ambos nos separamos para revisar cada perímetro, con los pies descalzos sobre el césped mojado, y llamando a Gonzalo, quien no respondía.
Yo me fui corriendo hasta la parte frontal de la casa, donde teníamos un portón con rejas estilo colonial que se abría en dos partes, dando a la vereda de calle por donde ingresaba el vehículo, para ver si alguien había roto el candado e ingresado a la casa de esa manera. Pero todo estaba perfectamente asegurado. Mientras que Alejandro por su parte, se encargaba de revisar el resto del perímetro, que teníamos tapiado con paredes de más de dos metros de altura, cubiertas por una enamorada del muro.
Después de revisar el candado del portón, permanecí parada por un momento, observando en silencio el vecindario a través de la reja, rogando ver aparecer a Gonzalo por algún lado. Pero la calle estaba desierta y el silencio era sepulcral a esa hora.
Creo que hasta ese punto, mi estado era casi catatónico, hasta que el lejano ladrido de un perro me hizo reaccionar de nuevo.
- ¡Dios mío, esto… no puede estar pasándonos! - dijo Alejandro, mientras se agarraba la cabeza.
- ¡En el auto! , él a veces se esconde en el auto cuando juega con vos. Tal vez se quedó dormido adentro - le dije.
Ambos corrimos hasta el vehículo para revisar su interior, pero como si la desesperación se burlara de nosotros, el farol de repente dejo de iluminar.
Aun así, abrimos las puertas tratando de tantear con las manos los asientos del auto como dos ciegos. Pero Gonzalo no parecía tampoco estar allí.
- La linterna. ¿¡Dónde está la linterna!? – dijo Alejandro.
- Creo que está en la cocina. Ya la traigo – le respondí.
Porque en ese momento me acorde que la noche anterior, yo había sacado la linterna de la guantera del auto para iluminar la reja que da a la calle, con la intención de ahuyentar al perro de la anciana del frente que, con sus enormes patas, en ocasiones golpeaba insistentemente los barrotes de la reja como intentando meterse a la casa. Por lo que solía utilizar a linterna para iluminar a los ojos al animal y así lograr ahuyentarlo. La había dejado arriba de la heladera, así que fui hasta la cocina, pero al llegar hasta allí me di cuenta que no tan solo la linterna no estaba, sino que también la puerta de la heladera estaba entreabierta, y el pato de peluche que Gonzalo usaba para dormir, tirado en el suelo. Desconcertada, levante el peluche, y abrí totalmente la puerta de la heladera, dándome cuenta de que faltaba la botella de leche. Miré sobre la mesada, y allí estaba el envase vacío y destapado. También podían verse algunas gotas blancas sobre el suelo, como si Gonzalo se hubiese servido un vaso de leche; cosa que me pareció aún más llamativo, porque no tan solo que todos los vasos estaban guardados en la alacena de arriba, donde Gonzalo no podía alcanzar, sino que él jamás tomaba leche pura porque me decía que le daba asco. Así que corrí para…
- Lo lamento, pero se acabó el tiempo de visita – irrumpe con dureza el guardia cárcel.
- Lo sé oficial, por favor unos minuto más solo intento terminar con mi trabajo
- Y yo intento cumplir con el mío señor- respondió con firmeza- , solo sigo órdenes y su visita no puede superar el tiempo estipulado para su entrevista. La prisionera debe volver a su celda.
- Tiene razón, lo entiendo perfectamente agente.
- Solo puedo darle un par de minutos más antes de que mi supervisor pregunte por la prisionera, eso es todo – replicó el guardia cárcel con la misma dureza con la que cerró la puerta, dejándome de nuevo a solas con mi entrevistada.
- Debo confesarle Florencia, que no me atreví a interrumpirla, hasta que entro el guardia, porque quede azorado por su tan detallado relato. Porque, a decir verdad, pensé que usted se quebraría antes de empezar a narrarme lo sucedido….
- ¿Quebrarme yo? ¿Usted quiere decir LLORAR? Pues, creo que ya no me quedan lágrimas señor Krat. Se secaron con los años que llevo encerrada en este lugar, y desde que sé que jamás volveré a ver a mi hijo.
- ¿Pero entonces usted, sigue aún hoy considerándose inocente de haber cometido aquellos crímenes?, comenzando por el de su hijo Gonzalo, quien fuera asesinado tan cruelmente.
Pero, el silencio reinó entre nosotros por unos segundos ante aquella pregunta que quedó sin respuesta, más que sólo una mirada vidriosa; La misma que parecía decirme a gritos que ella no podría haber sido capaz de cometer tales crímenes por los que estaba pagando. Pero… ¿qué tanto me podría llegar a decir la mirada de una asesina condenada a pasar hasta sus últimos días en prisión?, se estarán preguntando en este momento al leer estas líneas. A lo que solo podría responderles con un “no lo sé”. Tal vez porque vi en aquellos abatidos ojos verdes, a una mujer incapaz de matar a su hijo a sangre fría, y a tres víctimas más. Aunque todas las pruebas y la condena de un tribunal tuviesen argumentos suficientes para refutarme.
Así fue que conocí por primera vez a Florencia Córdoba. La palidez de su piel y delgadez extrema, parecían certificar su larga estadía confinada a la sombra. El dolor de su alma, parecía emerger de todo su cuerpo. Un dolor tan grande, que sin querer, cambiaria mi vida para siempre…




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