Días antes de aquella entrevista en la cárcel de mujeres, yo era solo un joven e inexperto periodista recién recibido, en busca de su primera gran oportunidad. Todo comenzó gracias a un visionario profesor de la universidad al que se le ocurrió, a manera de tesis final, recomendarme para una pasantía en uno de los periódicos más prestigiosos y de mayor tirada en el país. Mi entusiasmo era tal, que el día de la entrevista laboral, salí de mi departamento calzado con zapatos de diferente par. Y como suelo ser muy despistado en ocasiones, seguramente no me habría dado cuenta en todo el día, si no fuese por el chofer de la línea 60, que mirándome por el espejo retrovisor, me informó sobre mi descuido, diciendo con voz aflautada: “¡che pibe, me parece que le pifiaste a un zapato!” Seguido de una especie de risa, que más que risa, parecía como algún tipo de tos, convirtiéndome por un instante en el hazmerreír del resto de los pasajeros.
Pensé que la cosa ya empezaba con el pie izquierdo, o por lo menos con el zapato equivocado; eso estaba claro. Pero eché coraje y seguí viaje hasta destino, con la seguridad de que nadie se daría cuenta. (Como si el mundo fuese tan descuidado como yo, o como diría mi abuela, “tan abreboca” como yo). En fin… por lo menos podía jactarme de mi puntualidad. Jamás solía llegar tarde a ninguna cita o encuentro con alguien. La impuntualidad sigue siendo hasta hoy, algo que no puedo tolerar. Ah…! No hay cosa peor que estar esperando a alguien en alguna perdida esquina mirando para todos lados, como quien mira un partido de tenis. ¡O peor!, en la mesa de un bar, cuando ya te tomaste el cafecito hace rato bajo la mirada atenta del mozo que finalmente se acerca y te dice: “¿qué lo plantaron jefe?” sí, ¡una trompada te voy a plantar a vos por entrometido!, le dan a uno ganas de responder. Y ahora que lo pienso, ¿no habrá sido por eso que no me duraban mucho las novias?. Como sea, lo importante es que aquella mañana, con mis inexpertos y avasallantes 23 años habidos de triunfo y en busca de oportunidades, me encontraba parado frente a una de las mecas laborales por excelencia para un periodista: EL NACIONAL. Periódico que mi abuelo leía al alba todas las mañanas en voz baja, mientras disfrutaba de un buen mate amargo, como a él le gustaba, acompañado de su soledad.
Recuerdo que un día mi abuelo me dijo que ese ritual casi de madrugador, era el mejor momento del día porque lo ayudaba a soportar. Con el tiempo comprendí que ese “soportar”, al que él hacía referencia, tenía que ver con su compañera de la vida; mi abuela, quien era su devoción. Y que su murmurada lectura junto al calor de aquellos mates, lo ayudaba a mitigar su pena, imaginando que no estaba solo; que ella estaba junto a él. Como solían hacerlo siempre. Antes de morir, recuerdo que mi abuelo me tomo la mano y me dijo algo que nunca voy a olvidar: “tú que quieres ser periodista, sé un buen periodista. Escribe buenas noticias, porque la gente necesita de buenas noticias. Y si no las hay, búscalas. Investiga, pregunta, duda y cree. Se valiente.” Y allí estaba yo, parado frente a la puerta de aquel diario que mi abuelo leía religiosamente cada mañana; mientras resonaban en mi cabeza, aquellas últimas palabras de mi abuelo, aguardando por mí…
El NACIONAL
Mañana del lunes 22 de agosto de 1994 - 10:00 a.m.
Cada paso que daba dentro del periódico, era como un sueño cumplido para mí. Pasar por las redacciones, y ver a tantos colegas de la grafica trabajando en aquel lugar, parecían nutrir mis ganas de ser parte de ese imperio donde nacen las noticias. Pero eso aún, estaba por verse…
- Buen día, busco al señor Pablo Filkenstein, por favor – le dije a la bella recepcionista del séptimo piso.
- Buen día, ¿tiene cita para hoy?
Me respondió ella, iluminando el lugar con su resplandeciente sonrisa, acompañada de aquellos enormes ojos color avellana; mientras corría delicadamente de lado, su ondulado cabello rubio.
- Sí… eso espero. Mi nombre es Ernesto Krat. Vengo de parte del profesor Francisco Noble de Facultad de periodismo gráfico, por una pasantía. Hable con el señor Filkenstein por teléfono, y me dijo que viniese hoy a esta hora.
- El licenciado todavía no está, pero seguro vendrá en un momento. Si lo deseas puedes tomar asiento y esperarlo.
- Y… ¿tardará mucho?
- La verdad es que el licenciado no suele tener un horario fijo. Incluso hay días en los que no viene a su oficina directamente. Pero si lo cito para hoy, de seguro estará por llegar.
- Está bien, entonces me sentaré aquí y esperaré.
- Como guste Sr. Krat. ¿Puedo ofrecerle un café mientras tanto?
- ¡Sí! , digo… no gracias, la verdad es que no quisiera molestarla srta…¿?
- Laura. Su nombre es Laura. ¿y usted es…? – me respondió una voz ronca que oí aproximarse por sobre mi hombro derecho.
- Licenciado, este es el Sr. Krat, su cita de las 9. – terció Laura.
- Pues espero que sea tan bueno redactando, como parece serlo cortejando a mi secretaria,
Sr. Krat. – me dijo Filkenstein mientras me estrechaba la mano.
- No, yo solo… - dije tartamudeando.
- ¡Pero no se asuste hombre!, solo estaba bromeando. Pase y tome asiento, antes que los vasos sanguíneos de su rostro continúen dilatándose y se sonroje aún más.
- Sí, gracias Sr. Filkenstein – le dije avergonzado, mientras su secretaria disimulaba su risa escudándose detrás de su escritorio.
- No, deje la puerta abierta por favor, que no me gustan los lugares cerrados – me dijo Filkenstein mientras trataba en vano de acomodar el gran desorden de su escritorio.
- Parece que le gusta leer mucho- le pregunte como para romper el hielo.
- ¿Si? , y… ¿se puede saber que le hace pensar eso Sr. Krat?
- Bueno, me imagino por la cantidad de libros que hay en su escritorio…
- Así que usted como periodista, saca conclusiones de los hechos o circunstancias a través de lo que imagina.
- Bueno, no exactamente. En realidad, de lo que deduzco...
- Entiendo. Y qué pasaría si yo le dijese a usted que esta oficina, en la que nos encontramos en este momento, en realidad no me pertenece, y que todos estos libros que usted ve aquí no son míos, y que jamás he leído ninguno de ellos, ¿Cuál sería su deducción al respecto?
- Supongo que deduciría que miente. Porque si ésta no es su oficina, ¿por qué entonces tendría sobre su escritorio, un portarretratos con la foto de usted abrazando a esa mujer (que pareciera ser su esposa), y a esa niña, que supongo que sería su hija. Además de la placa en la puerta con su nombre, y los diplomas colgados en la pared que también llevan su apellido. Sin dejar de lado, lo ingenuo que sería de mi parte, si creyera que usted jamás ha leído ninguno de estos con títulos tan suspicaces como: “El manual del periodista” y “Docencia y periodismo” – le respondí a lo Sherlock Holmes.
- ¡Muy bien Sr. Krat, muy bien! Resultó usted muy observador. A mi criterio, creo que le iría mejor siendo detective, más que un simple periodista gráfico. ¿No le parece? Sería como el nuevo “Columbo”. Salvo que usted, en vez de un viejo y gastado piloto como usaba el actor de a serie, lo reemplazaría por esos zapatos de diferente par con los que llegó aquí – dijo lanzando una fuerte carcajada- ¿Por qué sabe usted quien es Columbo verdad…?
- Sí, claro que sé quién es, señor Filkenstein – respondí avergonzado.
- ¡Pero vamos hombre, que solo fue una broma!. Sucede que, con todo esto me acorde de una vieja y conocida frase que dice: “no todo es lo que parece”, algo que un joven periodista como usted debe tener siempre bien en cuenta antes de asegurar algo. Porque uno en esta profesión debe ir más allá de lo que a simple vista parece obvio. Y se lo voy a demostrar. ¡Laura! - dijo llamando a su secretaria de un grito.
- Si señor Filkenstein…
- Por favor Laura, dígame… ¿de quién es esta oficina?
- Del señor Gustavo- afirmó Laura sin dudarlo-
- Y entonces si esta no es en realidad mi oficina, y es la de Gustavo, explíquele al señor Krat si es tan amable, porque estoy recibiéndolo en este lugar.
- Porque mantenimiento está empapelando la suya, y como el Sr. Gustavo estará de viaje por algunos meses, usted me dijo que la ocuparía mientras tanto.
- Gracias Laura – dijo Filkenstein -
- Pero… sucede que placa en la puerta llevaba su nombre, estoy seguro. – dije terciando entre ellos, intentando justificar mi deducción.
- Claro, “Gustavo Filkenstein”, que es el hermano del señor Pablo. – aclaro Laura.
- Gracias Laura, seguí con tus cosas por favor – dijo Filkenstein.
- Sí señor, con su permiso.
- Esto demuestra señor Krat, que como recién le decía “nada es lo que parece”. Una tontería, algo que puede parecer obvio a los ojos, ya no se vuelve tal, si lo mira dos veces detenidamente. Este portarretratos que usted vio, en realidad tiene la foto de mi cuñada Helena, mi sobrina Rocío y la de Gustavo, mi hermano gemelo y jefe de redacción. Yo nunca me casé. Y en cuanto a los libros, bueno… esos si son míos, junto con el desorden que debo aceptar que me caracterizan.
Mi padre fue el fundador de El Nacional y desde su muerte hace ya algunos años, con mi hermano nos hemos encargado de seguir su misma línea editorial y un concepto fundamental: la verdad y para encontrarla, no hay otro camino que investigar Sr. Krat, y eso significa ir más allá de las fuentes, más allá de lo aparente. ¿Entiende a lo que me refiero?
- Entiendo la idea Sr. Filkenstein – respondí.
- Fue mi gran amigo Francisco, quien me llamó especialmente para pedirme que le dé una oportunidad que le ayudara con su tesis final. Y no es común en Francisco, el estar recomendándome novatos, por lo que debe haber visto en usted un gran potencial. Y si hay algo debo reconocerle a ese perro viejo, es que nunca se equivoca…
- Aquí tiene mi currículum, si quiere leerlo y ver mi experiencia – le dije, extendiéndole mis papeles.
- ¿Experiencia? ¡Ja, ja! , ¿En dónde?, ¿en el periódico de la facultad acaso, o …en alguna gacetilla semanal de su barrio? – dijo Filkenstein - Eso no me interesa muchacho. A partir de hoy, vas a aprender muchas cosas que no están en los libros, ni en la universidad. Vas a aprender a ser PERIODISTA. Así que espero que sepa aprovechar esta oportunidad.
- Gracias señor, le juro que no se va a arrepentir.
- Espero que no. Preséntese mañana a las 9, y hágase un favor: piense bien cuando elija el par de zapatos que va a usar, ¡a menos que pretenda ser el hazme reír del resto del personal! Y…mucha suerte.
Acto seguido, recuerdo que Filkenstein estrecho mi mano con fuerza, mirándome fijamente a los ojos. Como cerrando un pacto. Aunque debo confesar que casi me fractura algunas falanges. La verdad es que nunca entendí ese primitivo concepto de que cuando un hombre estrecha la mano de otro, debe hacerlo con fuerza y mirando a los ojos. Debe ser para ver, con placer, cuando te saltan las lágrimas del dolor al oír el chack de cuando se fracturan las falanges. Y no es que haya sido un debilucho, tampoco un Lou Ferrigno, pero…trataba de mantenerme atlético. En fin, en cuanto a los zapatos, tuve la loca idea de que fueran mi cábala, sin importar lo que piensen los demás. Supuse que como había tenido suerte en la entrevista, tal vez había sido gracias a aquel descuido, y por supuesto no quería cortarla. Además, si algunos son capaces de cargar consigo tantas tonterías para la suerte, ¿por qué yo no podía llevar zapatos de diferente par?, ¿acaso había alguna ley que me lo impidiese?, (aparte de la del buen gusto y las buenas costumbres, claro), me parecía que no.
Editado: 22.09.2023