Barrio de Monserrat – Capital Federal
Miércoles 24 de agosto de 1994 - 04:30 p.m.
Igual que un niño al que le acaban de comprar un juguete nuevo, volví desesperado a mi departamento para comenzar a trabajar. En ese momento alquilaba un pequeño monoambiente ubicado en el casco histórico de la ciudad. Un barrio tranquilo e ideal para iniciar la reciente emancipación de casa de mis padres. Como la mayoría de los muchachos a esa edad, obviamente el orden y la limpieza no eran mi fuerte, y no lo fue hasta que conocí el matrimonio. Así que había papeles, libros y ropa esparcida por todos lados. En el balcón, una pequeña mesa redonda y un par de sillas de jardín, era todo lo que necesitaba para comenzar. Leí una, otra, y otra vez cada uno de aquellos viejos recortes. Tanto que hasta podría recitárselos de memoria, pero aun así había cosas que no tenían sentido. Necesitaba organizarme, así que tome una cartulina blanca que encontré por ahí, y diseñe un pequeño grafico para que me ayudara a atar los cabos sueltos, al mismo tiempo que fui haciendo una lista de lo que a mi criterio parecía inconsistente, ya sea por la acotada información que poseía el colega que escribió el artículo, o por falencias sucintadas durante aquella investigación. De cualquier manera, no tenía otra opción, más que acudir a las fuentes originales, y ese resultaba ser mi primer gran reto. Necesitaba conseguir una entrevista cara a cara con la protagonista de esta historia, con Florencia Córdoba, pero para lograrlo era imprescindible una autorización que me permita el ingreso al penal de mujeres, y mi único pasaporte era Filkenstein.
EL NACIONAL
Mañana del Jueves 25 de agosto de 1994
Mi ansiedad hizo que estuviera parado en la puerta del periódico antes que sus empleados se presentaran a trabajar, y para cuando Filkenstein pudo recibirme ya casi era media mañana. No recordaba que él aun no tenía la más remota idea del caso que yo había elegido, así que cuando le plantee la imperante necesidad de entrevistar a Florencia Córdoba en el penal de mujeres de máxima seguridad, solo lanzo una fuerte carcajada ante mi mirada de desconcierto.
- ¡Pero muchacho! Perdóneme que me ría ante tamaño pedido, considerando que ni siquiera es empleado aún de este periódico, por lo que su desfachatez estimula mi hilaridad.
- Sr. Filkenstein, debo confesarle que al principio, su idea de tener que trabajar sobre viejos archivos no me gustó nada, pero este caso en particular creo que tiene mucho potencial y estoy seguro que puedo hacer un buen trabajo. Pero necesito de su ayuda por favor.
- Sr. Krat – me respondió reclinado sobre su silla, mientras hacia un largo sorbo a su café amargo – recuerdo muy bien aquel caso. Sucedió en un momento muy complicado del país, cuando el germen de la dictadura empezaba a florecer, por lo que la investigación se manejó de manera muy hermética, y eso dificultaba nuestra tarea periodística. Hasta que el caso dio un giro impensado, convirtiendo la desaparición de un niño, en un caso de triple homicidio, cuya única culpable es esa mujer a la que usted quiere entrevistar, quien si la memoria no me falla , fue condenada a prisión perpetua después de ser encontrada por la policía en la escena del crimen cubierta de sangre ,y en estado de shock con un arma en la mano, y quien jamás emitió palabra después de su arresto , negándose rotundamente a declarar en su defensa , siendo condenada prácticamente por la hipótesis de lo ocurrido. Entonces mi pregunta es: ¿Qué le hace pensar que casi 20 años después de lo ocurrido, ella querría acceder a hablar con usted?
- Mi abuela decía, Sr. Filkenstein, que “no hay peor trámite que el que no se hace”, y yo creo que vale la pena por lo menos intentarlo ¿no lo cree? Usted es un hombre de grandes contactos, le aseguro que solo tendría que tomar su agenda, y estirar la mano hasta el teléfono. Nada más.
- ¡Hay muchacho! No sé por qué ya me estoy arrepintiendo de haber escuchado a Francisco – me respondió con el ceño fruncido, todavía recostado sobre su silla y mientras miraba su café ya frio – Pero vamos a ver hasta donde lo conduce esto. Déjeme pensar a quien puedo telefonear para que le permita el acceso al penal, aunque el verdadero desafío para usted, será que esa mujer acceda a su entrevista, y contra eso, ya no podré hacer nada… ¿lo comprende?
- De eso no se preocupe Sr. Filkenstein, algo me dice que después de casi 20 años, algo tendrá para decir. Además estoy seguro que, desde de que fue condenada hasta hoy, a nadie, a ningún medio de comunicación se le ocurrió entrevistarla. Eso creo que nos da una gran ventaja.
- Hablando de ventajas Sr. Krat – acoto con disfrute – me tomare el atrevimiento de ponerle un poco de pimienta a su tarea, poniendo una fecha límite a la entrega de su trabajo terminado. Recuérdeme si es tan amable, la fecha exacta en que se cumplirían estas 2 décadas de ocurrido el hecho.
- El 1 de Septiembre Señor – respondí -
- Perfecto. Porque siendo hoy 24 de Agosto, y considerando que este mes tiene 31 días, eso le da un total de 8 días (si tomamos en cuenta el día de hoy, claro está), para que usted termine su investigación.
- Pero señor Filkenstein, eso es imposible para mí! es muy poco tiempo. Por lo menos necesitaría 1 mes…
- ¡Un mes! – respondió sonriendo- Lo lamento jovencito, pero el juego se lo planteo de esta forma y las cartas ya están sobre la mesa. Si usted cree que no podrá con esto, solo dígalo y seguramente se le ocurrirá alguna brillante idea que le ayude en su tesis y que a su vez le plantee la posibilidad de un empleo. ¿Qué dice?, ¿lo toma o lo deja?. Recuerde que mientras estamos aquí hablando, el tiempo pasa.
En ese momento, sentí como si el juego planteado por Filkenstein fuese la ruleta rusa, y que tuviese puesto un revolver en la sien. Aunque… por otro lado no tenía nada que perder. ¿No lo creen?
- ¡Pero quite esa cara de susto mi amigo! , si le sirve de algo, déjeme decirle que no le pondría este límite de tiempo, si no estuviera seguro que puede usted lograrlo, y porque quiero además darle la oportunidad, de que si logra hacer un buen trabajo, éste sea publicado el 1º de septiembre. Le doy mi palabra.
Y fue así, que con un fuerte apretón de manos, sellamos el trato. Esa misma mañana Filkenstein logro conseguir que me permitieran el ingreso al penal de mujeres de máxima seguridad Nº7, donde logre tener aquel primer encuentro con Florencia Córdoba, con el que comencé relatándoles esta historia.
Editado: 22.09.2023