Crónicas de Edén-Terra: Los Booodmoon | Volumen 1

☆ En Las Puertas Del Paraíso ☆

Misiones (Argentina).
Diciembre 20 y 21, 1863.

La aparente muchacha retiró de su rostro el ondulado bucle dorado que se desprendía de su sobrio peinado, su cabello era tan largo que suelto le llegaba a los tobillos. De complexión menuda y piel blanca como la nieve Misery Bloodmoon se hallaba envolviendo el obsequio que habían elegido junto a su esposo James. A pesar de los años conservaba la figura y la apariencia de sus diecisiete, —edad en la que había dejado de envejecer—, vestida con un simple vestido, sin adornos de color gris claro que hacía resaltar su piel de porcelana seguía igual de inmaculada, solo en sus grisáceos y exóticos ojos se revelaba la verdad de sus años. Terminada la tarea instruyó a las sirvientas —quiénes aguardaban pacientemente a su ama—, en los últimos detalles para la fiesta de cumpleaños número 18 de su hijo, que la mantenía entusiasmada como a una niña desde hacía meses.

Hacía siglos que en la familia Bloodmoon no se llevaba a cabo una ceremonia de recibimiento de «EL DON», la última había sido cuando los gemelos James y Thomas, —segundos en la línea de sangre—, habían cumplido los dieciocho años. También hubo una en sus bodas, al unir sus vidas con sus esposas Misery y Sophie. Los Bloodmoon eran una de las siete grandes familias que recibían la bendición de la Madre Creadora y para cada una de ellas la mayoría de edad para recibirlo era distinta.
Ahora, era el turno de Alec y en unos cuantos meses más lo sería el de Evaristo (hijo adoptivo de la familia), Logan y Luna.

Mientras Misery sonreía comprobando que la pequeña caja de madera tallada que James le había traído con el regalo, mandó a pedir papel de seda natural y una cinta. Eran las siete de la mañana y el aire frío seguía rondando los alrededores, colándose por los pasillos, después de una madrugada de lluvia ininterrumpida. La fecha era 20 y Alec ya se había levantado, no dedicó mucho tiempo a lo que se pondría, solo se colocó una camisa de seda color plomo, un pantalón de vestir a juego, con unos zapatos marrón, también llevaba un chaleco lavanda.

Después de ordenar su habitación y de haber dado varias vueltas por la misma se decidió a salir. Sus pasos eran largos al punto de que parecía trotar al bajar las escaleras, le tomó solo unos segundos llegar a la enorme puerta tallada. Respiró hondo antes de entrar sigilosamente al despacho, donde su madre muy ensimismada ponía una cinta de moño azul a un paquete que tenía en el regazo. La observó unos momentos ocultándose en un rincón reinado por la penumbra, mientras terminaba de darle las indicaciones a la servidumbre. Una vez que se retiraron contempló satisfecha el paquete que se encontraba sobre el escritorio.

—¿Es para mi? —, la sobresaltó una voz, no había oído entrar a su único hijo.

—Sí, pero será mejor que no te enteres de su contenido, es muy pronto para dártelo—, tocó el paquete con uno de sus finos dedos y este desapareció.

Alec se acercó a su madre y se inclinó para besar su mejilla.

—Estás muy bella hoy — afirmó, al mismo tiempo que ella le daba un beso en cada una de sus mejillas—. Buenos días madre.

—Buenos días. No trates de convencerme. No te lo daré ni te diré que es. No me veas así, por favor—. Siempre que ella le decía que no a algo, él solía poner ojitos tiernos por eso le costaba mucho decirle que no, se parecía tanto a su padre—. Tú también te ves bien, pero no me explico qué haces despierto a estas horas.

—Vine a hacerte una petición...

—Ya sabía yo —lo interrumpió—. ¿Qué es lo que deseas?— Dijo en un tono juguetón. Él contestó de igual forma aunque con un matiz tímido.

—Un bello anillo. Perfecto. Deseo: "el anillo"—, pronunció cada palabra con sumo cuidado y lentitud.

—¡Oh! ¿En verdad? ¿Estás seguro de quererlo?— Su hijo asintió serio.— ¿No preferirías uno nuevo? — Él se negó lentamente—. Entonces... Elijamos uno.

—No, sería más especial si es uno tuyo... Ya que cada alianza que posees fue un obsequio lleno del profundo amor que mí padre tiene hacia ti. Y yo deseo eso profundamente, tener un amor tan bonito y especial como el de ustedes.

Misery se sintió conmovida por las palabras de su hijo, se notaba por la forma de desenvolverse que ya no era un niño, pero en su corazón siempre seguiría siendo su niño, el fruto del amor que tanto se tenían con James. Sus ojos se llenaron de lágrimas al recordar cada uno de esos 18 años en los que lo vió crecer. Se sentía orgullosa del hombre en el que se había convertido, y en su corazón además del profundo amor de madre también se encontraba el pesar que significaba que su hijo alcance la mayoría de edad. Lamentaba el tener que enviarlo tan pronto a finalizar esa guerra en la que se habían visto envueltos.

Chasqueó los dedos y un gran alhajero de madera con enredaderas y rosas talladas —que su padre en persona había hecho—, en donde su madre solía guardar todas las joyas que el hombre le obsequiaba con amor; apareció de la nada en sus manos.
Alec observó con atención todos y cada uno de los anillos que su madre fue depositando sobre el escritorio y tras observarlos atenta y determinadamente eligió uno. Era una alianza de oro trenzado y con una gran piedra de esmeralda en el centro.

—Perfecto. Es del mismo tono de sus ojos—, dijo Misery mientras le entregaba una bolsita de terciopelo rojo para que lo guardara.

Su hijo le dio las gracias sonriéndole con un brillo especial en su mirada, a la vez que le daba un rápido pero cálido abrazo. El joven se retiró apresuradamente de la habitación dando largas zancadas. La mujer se deslizó hacia la puerta delicada y silenciosamente, casi flotando sobre el suelo como una bailarina de ballet. Sus manos se posaron sobre ella, e inclinó la cabeza del lado derecho y agudizó su oído. Cuando Alec dobló por el pasillo de la izquierda salió con la energía de una pequeña niña, que huye para no ser atrapada luego de haber cometido una travesura. En el camino casi atropelló a una sirvienta que pasaba por allí, cargada de manteles para las mesas del salón.




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