Al oeste del continente de Ergreaven se encuentra el reino de Eryndor, una vasta tierra en el límite del continente, conocida más por su comercio que por su dominio de la magia. A pesar de no contar con una gran fuerza militar mágica, Eryndor ha prosperado gracias a la habilidad de su familia real para formar alianzas y realizar matrimonios estratégicos, asegurando una estabilidad duradera. Su diplomacia, hábil y meticulosamente diseñada, le ha garantizado décadas de paz, convirtiendo su región sur en una de las áreas más densamente pobladas del continente.
Las fértiles tierras del sur producen gran parte del grano y los cereales que se comercian en los reinos vecinos, mientras que en el norte se cultivan frutas excepcionales, que deleitan a todo aquel que las prueba. En tiempos recientes, Eryndor ha aprovechado una alianza con los enanos, obteniendo acceso a su avanzada tecnología mágica de transporte. Esta colaboración ha permitido la creación de una red de trenes encantados que recorren las principales rutas comerciales, fortaleciendo el papel de Eryndor como enlace comercial entre los reinos. Los trenes enanos no solo facilitan el movimiento de mercancías, sino que aseguran una conexión más rápida entre el continente de Ergreaven y Orven, un continente que se encuentra cruzando los mares del oeste.
En Eryndor existe una herencia de desconfianza hacia la magia, nacida de decisiones tomadas por los antepasados de la familia real, quienes limitaron su uso tras un incidente que marcó profundamente al reino. Esto llevó a restringir la enseñanza y el fomento de la magia en Eryndor, y solo en tiempos recientes algunos nobles han comenzado a recuperar el interés por su estudio, influenciados por la prosperidad que la tecnología enana ha traído. El abandono de la magia provocó que los elfos, poco a poco, perdieran interés en el reino, visitándolo únicamente embajadores y comerciantes en contadas ocasiones.
En las tierras del norte, dominadas por grandes montañas y espesos bosques, la vida sigue un ritmo más tranquilo y alejado del bullicio del sur. En este rincón septentrional se encuentra Rasma, una pequeña aldea cuyo día a día gira en torno a las cosechas y el trabajo de la madera. La naturaleza es generosa aquí, con árboles de maderas nobles como el cedro, abeto, alerce y abedul, que se transforman en codiciados muebles artesanales, famosos en todo el reino. Además, la región cuenta con una rica agricultura que produce dulces frutas, típicas de climas fríos, como el melocotón, la mora y la pera. Aunque el comercio de estos productos ha traído prosperidad a la aldea, Rasma sigue siendo, en esencia, un lugar donde la vida es sencilla y profundamente conectada con el entorno natural.
La magia en Rasma está presente en Kaia, una joven aldeana con afinidad por la magia de la luz, y en el “Druida”, un hombre alegre y entregado a la comunidad que, a pesar de su título, apenas domina algunos encantamientos menores. Su conocimiento de la magia es suficiente para mantener las cosechas a salvo, pero poco más. A ojos de los aldeanos, poco acostumbrados a tratar con magos, es un personaje misterioso que, aunque bondadoso, despierta un respeto especial debido a la incomprensión de sus habilidades. Aunque su poder es limitado, el título que ostenta le confiere un aire de misterio ante aquellos que solo ven en él un reflejo de sus propios miedos.
En Rasma, la magia apenas se usa; su función principal se limita a los encantamientos que el druida coloca en los campos para proteger los cultivos de plagas y enfermedades. El respeto por la tierra y las criaturas que la habitan, desde los pequeños zorros blancos hasta los esquivos espíritus del bosque, es un pilar de la cultura de la aldea, reforzando la idea de que, aunque poderosa, la magia debe ser tratada con reverencia y cuidado.
Cada año, las aldeas de Rasma y Carn celebran el Festival de la Cosecha, una festividad en la que se agradece el favor y la generosidad de la naturaleza. Este evento reúne a aldeanos y comerciantes de todo el reino y refleja las influencias externas que el comercio ha traído. Caravanas repletas de frutas, verduras y muebles se desplazan por los caminos de tierra que conectan las aldeas con el resto del reino, y en esos días, la vida sencilla de Rasma se llena de un brillo especial, un recordatorio de lo buena que es la vida tranquila de la aldea y de las maravillas que siempre han estado presentes en Ergreaven, aunque en Rasma apenas se vean.
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Editado: 08.11.2024