El sol se filtraba a través de las cortinas de la habitación de Elian, iluminando suavemente las paredes decoradas con mapas de tierras lejanas.
Elian era un joven de diecisiete años, no era ni muy alto ni bajo, estaba en la media. Tenía complexión delgada, aunque se le veía musculado. Su cabello castaño claro caía desordenadamente sobre su frente. Sus ojos, eran de un marrón claro intenso. Tenía una piel bronceada por el sol, resultado de las largas horas pasadas al aire libre, explorando los bosques y campos que rodeaban la aldea de Rasma y de las largas horas que pasaba ayudando en los trabajos del campo.
En ocasiones especiales vestía una sencilla túnica verde que había heredado de su padre, de un tono parecido a los campos de trigo en crecimiento del sur, que solo había visto en ilustraciones. En su pecho, colgaba un pequeño amuleto de madera, tallado por su abuelo, lo llevaba como un recordatorio de la profunda huella que dejó en él en vida.
Con un suspiro, se desperezó y se levantó de la cama, mientras la emoción crecía en su interior. Hoy era un día especial, el inicio del Festival de la Cosecha, un evento que celebraba la abundancia de la tierra, y.… iba a pasar el día entero con Kaia!
Mientras se vestía, Elian no pudo evitar que su mente divagara. Se imaginó a sí mismo en una brillante armadura, llena de grabados y runas mágicas, con protecciones extravagantes, enfrentando a grandes bestias mágicas en batallas épicas. Un suspiro escapó de sus labios, y una sonrisa se dibujó en su rostro al pensar en las historias que había escuchado de los ancianos del pueblo. "Quizás un día", murmuró para sí mismo, mientras ajustaba la túnica verde de sus días especiales.
Al salir de su habitación, notó que sus hermanos aún dormían. Los hermanos de Elian se llamaban Mateo y Valeria. Mateo, el mayor, era un niño curioso y aventurero, que siempre estaba buscando nuevas formas de explorar el mundo. Siempre lleno de energía —hay quien diría que rozaba la hiperactividad— a menudo arrastraba a sus primos Lucas y Sofía en sus travesuras. Valeria, la menor, era dulce y observadora, con una gran imaginación que la llevaba a crear historias fantásticas y juegos de rol en los que los cuatro participaban.
Juntos, los cuatro primos, Valeria, Lucas, Sofía y Mateo, forman un grupo inseparable. Les encantaba pasar tiempo al aire libre, jugando en los campos y explorando los bosques cercanos. Normalmente cuando desaparecen de las calles de la aldea, se les puede encontrar construyendo refugios con ramas y hojas, o inventando historias sobre caballeros y criaturas mágicas en los lindes del bosque.
Al cruzar la puerta, Elian fue recibido por el cálido aroma del pan recién horneado y el café caliente en la cocina. Su madre estaba sacando una bandeja de ricos bollos con el toque especial de sabor que dejan esos antiguos hornos de leña, mientras que su padre estaba limpiando y afilando sus tijeras para podar los arbustos de bayas frutales que se encargaba de cultivar.
—¡Buenos días, Elian! —exclamó su madre, Lina, mientras colocaba un pan recién horneado sobre la mesa. Lina dibujaba una sonrisa como cada dia, mostrando su felicidad al resto del mundo, pues aun con sus dificultades, tenía una vida que la llenaba, su familia, sus amigas y llevar las cuentas de las tierras y negociar las ventas de la fruta, eran las cosas que llenaban su día a día —. ¿Listo para el festival?
Lina era una mujer con mucha energía y una personalidad vibrante. Su cabello castaño oscuro, siempre bien cuidado, enmarcaba un rostro expresivo lleno de bondad y belleza. Sus ojos, de color avellana, eran observadores y curiosos, siempre listos para captar los detalles de lo que sucedía a su alrededor..
—¡Sí! —respondió él, mientras se servía un tazón de avena—. Voy a ver los preparativos con Lira y… con Kaia.
Su padre levantó una ceja, una sonrisa traviesa asomaba en su rostro, como si supiera más de lo que Elian deseaba revelar.
—¿Kaia, eh? Espero que no te distraigas demasiado...
Elian se sonrojó, mirando hacia abajo mientras removía la avena. Ronan, su padre, era un hombre robusto y de estatura imponente, con una presencia que inspiraba respeto y confianza. Su cabello, de un castaño claro, estaba salpicado de canas que reflejaban su experiencia. Sus ojos eran de un marrón muy oscuro. A menudo vestía con ropa de trabajo, adecuada para su labor en el campo.
Ronan era un padre cariñoso y protector, que enseñaba a sus hijos la importancia del trabajo duro y la dedicación. Sin embargo, tenía una peculiaridad: le encantaba pronunciar frases que sonaban grandilocuentes, pero a menudo lo hacía en contextos inadecuados. Sus hijos solían reírse de estas ocurrencias, lo que añadía un toque de humor a su relación.
Su voz grave y calmada te arropaba y era capaz de tranquilizar a las personas cuando estaban en una situación de nervios y estrés, y su risa resonaba en el hogar, creando un ambiente de alegría y unidad. Ronan era un pilar en la vida de su familia, siempre dispuesto a ofrecer apoyo y sabiduría, aunque a veces sus palabras podían resultar un poco exageradas.
—No, papá —respondió Elian, un calor le subía a las mejillas provocando que enrojecieran—. Solo somos buenos amigos.
—He escuchado cómo os habláis y me he fijado en cómo os miráis, pero si tú lo dices... —dijo Ronan, cruzando los brazos—. Pero recuerda que el festival es una gran oportunidad para divertirse. ¿Tienes algún plan especial con Kaia?
—Bueno, pensábamos ver el desfile juntos y con Lira y luego probar algunas de las comidas —respondió Elian.
Lina se rió, sirviéndose un poco de café.
—Eso suena encantador. Pero no te olvides de tus primos. Ellos también estarán allí, y seguro que querrán pasar tiempo contigo.
—Lo sé, mamá —respondió Elian.
Ronan se acercó y le dio una palmadita en la espalda.
—Recuerda, hijo, la vida es como un campo de trigo. A veces hay que dejar que las cosas crezcan a su propio ritmo.
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Editado: 08.11.2024