Crónicas de las hijas del destino

Capitulo 3

Aztriel tuvo un sueño extraño. Flotaba entre nubes, y desde esa altura veía cómo Belvorn era consumido por unas llamas feroces. El fuego se expandía rápidamente, devorando todo a su paso. Entonces, una voz estruendosa llenó el aire, aunque no pudo identificar de dónde provenía: “¡La gran hechicera ha vuelto!” La voz lo repetía con fervor y pavor, y Aztriel sabía que se referían a Lyraen. ¿Quién más podía ser la gran hechicera?

Cuando abrió los ojos, todavía estaba en el pasillo, tumbada en el suelo. ¿Nadie había notado su presencia? Pero no estaba sola. Un joven, recargado en la pared, la observaba con curiosidad. Aztriel se levantó, acomodando su vestido y cabello, sintiendo su mirada fija sobre ella. Sus ojos verdes parecían analizar cada movimiento.

Lo miró por unos segundos antes de intentar irse, pero su voz la detuvo en seco.

—Los rumores son ciertos —dijo él, con un tono que la hizo quedarse quieta en medio del pasillo—. Eres famosa.

Aztriel no deseaba interactuar con nadie más que Rowan. Nadie más en ese lugar le agradaba. Sin embargo, giró hacia él y lo miró sin interés, esperando que entendiera que no quería hablar.

—¡Ah! Pero qué grosero soy. Me presento, soy Gylvert, príncipe de Achernar —dijo haciendo una pequeña reverencia.

Aztriel levantó una ceja y luego entrecerró los ojos.

—Aztriel —respondió, solo eso, con desdén.

Gylvert soltó una risilla y se reincorporó, manteniendo su expresión curiosa.

—¿Qué viste? —preguntó, con una pizca de sospecha—.

—Solo te encontré ahí tirada. Iba a ayudarte, pero…

—¿Pero? —Aztriel lo incitó a continuar.

—Pero escuché lo que decías.

—¿Qué? —intentó fingir desinterés.

—Lyraen.

Aztriel se tensó al escuchar su nombre. ¿Había estado hablando en voz alta mientras soñaba?

—Al principio me sorprendió, pero luego reconocí quién eras, la famosa Aztriel, la que vino de la nada.

—Se llama Algol —lo interrumpió ella—. No soy una especie de errante.

Él sonrió.

—Mis disculpas. ¿Puedo continuar?

Aztriel asintió con desconfianza. Su mirada y su comportamiento no le inspiraban confianza.

—Solo digo, eres bastante famosa. Fuiste elegida por una hechicera poderosa que se supone está muerta. Eso es llamativo.

—¿Famosa es estar en la boca de todos? —replicó Aztriel con ironía.

—Pues sí.

Aztriel se dio la vuelta para irse. No tenía nada más que decirle.

—Te he visto.

De nuevo se dio la vuelta para mirarlo, esta vez con impaciencia.

—Con el chico pelirrojo, ¿cómo es que se llama? Ah, cierto, Rowan.

—¿Y qué?

—En la biblioteca prohibida.

Los ojos de Aztriel se abrieron de par en par, sorprendida. ¿Cómo podía haberlo sabido? Creía que Rowan y ella eran buenos ocultándose.

No supo qué decir, y Gylvert aprovechó su silencio para acercarse más de lo que a Aztriel le agradaba. Su cercanía la incomodó y arrugó la frente, molesta por su invasión.

—Les guardaré su secreto —susurró antes de alejarse, dejándola confundida.

¿Realmente lo haría? ¿Realmente no diría nada? La duda la carcomía mientras se dirigía apresuradamente a la biblioteca, segura de que allí encontraría a Rowan.

En su camino, la profesora Astrid apareció de repente, interceptándola. Aztriel no supo de dónde había salido, pero ahora estaba frente a ella.

—Hola, Aztriel —dijo la profesora con su habitual tono sedoso y creído.

—Hola, profesora —respondió Aztriel sin interés.

Astrid rodó los ojos y suspiró antes de esbozar una sonrisa más calmada.

—Lamento haberme alejado.

—No hay ningún problema, profesora.

—Claro que lo hay. Fui cobarde y te dejé sola.

Eso era cierto, pero Aztriel no sentía que tuviera derecho a recriminárselo. Apenas se conocían, y la profesora no estaba obligada a estar a su lado. Con la compañía de Rowan, Aztriel había tenido suficiente para no sentirse más perdida de lo que ya estaba en ese gigantesco lugar lleno de personas desconocidas. Había momentos en los que deseaba correr de vuelta a Algol con su familia. Se preguntaba qué estarían haciendo, si estarían preocupados por ella. Sin embargo, sus temores se disipaban cuando estaba con Rowan; con él, se sentía menos sola.

—Yo también lo haría —contestó con honestidad.

Y era verdad. Aztriel sabía que ella también se volvería cobarde si algo así pasara frente a ella. No conocía las razones por las que la profesora Astrid temía tanto a Lyraen, pero no necesitaba entenderlas. Solo podía ofrecerle empatía y comprensión. No era su lugar juzgar.

La profesora la miró con tristeza.

—Lyraen jamás podría corromper un alma tan fuerte como la tuya. Yo lo sé.

—¿Por qué? —preguntó Aztriel, curiosa.

Astrid negó repetidas veces antes de suspirar con melancolía.

—Soy buena leyendo a las personas. Desde el principio supe que eras difícil de corromper.

—Pues soy un libro abierto.

—Fue muy tonto pensar que serías una princesa.

—¿Por qué? —preguntó nuevamente Aztriel.

—Te he visto. Naciste para ser una hechicera. Por cierto, dijiste que tu abuela había estado aquí, ¿verdad? Pues estuve revisando los registros de estudiantes y no encontré su nombre. ¿Estás segura de que ella asistió a Belvorn?

Aztriel frunció el ceño. ¿Nací para ser hechicera?

—Ella me dijo que había estado aquí —respondió, recordando las palabras de su abuela.

—Realmente quiero ayudarte y saber por qué Lyraen te eligió —confesó la profesora con sinceridad—. Creí que era una herencia y que su alma te había reconocido por tu sangre, pero no. No hay ninguna hechicera con tu apellido registrada en Belvorn, y el poder de una hechicera solo se hereda de otra mujer. Entonces, ¿por qué te elegiría?

—Yo también quiero saberlo.

—No debería entretenerte ni yo tampoco. Tengo clase de “Dulce mirada” para las princesas.

Aztriel sonrió por la manera en que lo dijo. —Es más entretenido ser hechicera, sin duda —bromeó Astrid.




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