Aztriel se había quedado dormida por completo en su habitación, fue despertada por un golpe estruendoso, se levantó medio adormilada y miró hacia la ventana, las gotas de agua golpeaban con fuerza el vidrio y los relámpagos iluminaban la habitación. Volteó hacia la cama de Delphyne, y ahí estaba ella aún durmiendo. Salió de la cama y se puso su capa para no sentir frío. Encendió la chimenea y se estuvo ahí observando el fuego, escuchando los truenos y el chapoteo de la lluvia. Delphyne despertó y se le unió medio dormida, sentándose a su lado.
—No sabía que iba a llover —dijo Delphyne, bostezando.
—Yo tampoco —respondió Aztriel, aún observando el fuego.
Las dos chicas se quedaron ahí, esperando que la hora del desayuno llegara y el reloj que había en la pared se los anunciara. No habían dormido bien: la mitad de la noche la habían pasado hablando, y la otra mitad, durmiendo. También querían salir afuera y ver si había un anuncio sobre los errantes y lo sucedido el día anterior. Ambas opinaban lo mismo: fue muy extraño. La abuela de Aztriel le había contado la historia de estos seres, pero nunca le había descrito su aspecto. Rowan había mencionado que eran los habitantes de Sabik, y Delphyne se preguntaba cómo habían salido del Valle Inquietante. Todos conocían la historia de este lugar: un valle opuesto al Valle Deneb, nublado, siempre húmedo y frío, con montañas gigantescas que dejaban paso a la imaginación y árboles colosales. Y esa criatura… Aztriel siempre había pensado que solo era un mito, pero ahora no parecía tan falso. Un dragón en el Valle Inquietante, salvaje y gigantesco, cuya sombra cubría ciudades enteras. También en Sabik hubo un dragón en tiempos antiguos, pero cuando el reino cayó, fue domado por el reino de Achernar, y ahora estaba allí, aunque siempre se comparaba en tamaño con el gran dragón del Valle Inquietante.
Aztriel siempre creyó que todo eso eran cuentos para niños, pero en realidad era el pasado de Cabelrai, un pasado que los grandes gobernantes se empeñaban en ocultar.
Aztriel y Delphyne se habían cambiado de vestidos y se habían arropado para calentarse. De pronto, la lluvia y los fríos vientos se intensificaron, como si el clima supiera algo que nadie más sabía.
Delphyne se adelantó porque debía entregar unos libros en la biblioteca. Aztriel fue al gran comedor sola, esperando encontrar a su querido Rowan, y lo hizo: el chico estaba sentado, calentándose las manos y leyendo un libro. Aztriel se acercó a él con una sonrisa.
—Buenos días.
—Buenos días —respondió Rowan, concentrado en su libro.
—¿Qué lees?
—Sobre las cincuenta hechiceras. Lyraen pertenecía a este grupo, una de ellas se llamaba Hezze. Busqué en los registros, pero no hay nada sobre ella. Literalmente desaparecieron toda información sobre esta chica, aún más que sobre Lyraen.
—¿Por qué?
—No lo sé, realmente no lo sé —era la primera vez que Rowan no sabía algo, y eso sorprendió a Aztriel.
—¿Hay información sobre todas las hechiceras? —preguntó Aztriel. Rowan asintió.
—¿Quién es ella? —se preguntó Aztriel.
Eran tantas cosas, tantos misterios, tantos secretos que descubrir. Aztriel se sentía en un punto ciego, como si no hubiera avanzado en su búsqueda de la verdad, como si lo que habían descubierto fuera solo una pequeña parte de lo que debía ser revelado.
El profesor de historia mágica entró al gran comedor, llamando la atención de todos. Se posicionó casi en medio y habló con fuerza y autoridad, haciendo que todos callaran.
—¡Debido a los sucesos recientes, el director ha decidido poner ciertas restricciones! ¡No se saldrá más allá del castillo y sus muros! ¡Está estrictamente prohibida la salida de noche, y todo aquel que sea descubierto será reprendido! ¡Habrá guardianes custodiando cada entrada y salida del castillo y sus alrededores!
Rowan observó preocupado a Aztriel, y ella le devolvió la misma mirada.
El profesor se retiró después de dar el anuncio, dejando al comedor asustado y hablando solo de eso.
—Todo se volvió inseguro de repente —dijo Rowan, preocupado. —¿Es por Lyraen? —Lo más lógico.
Aztriel observó a Rowan, pensativa. ¿Lyraen era realmente la villana de la historia? Nadie lo sabía con certeza. La realidad es que ni Aztriel ni Rowan sabían quién era realmente Lyraen, por qué la habían perseguido y cómo había muerto. Y solo eran dos niños. Aztriel tenía miedo de volver a ver a Lyraen, y Rowan no lo permitiría. Solo se tenían el uno al otro en el inestable presente que se cernía sobre ellos, y debían protegerse.
Delphyne se acercó a ellos con un montón de libros. Los dejó caer frente a Rowan, quien se sobresaltó, pero al ver que Aztriel la recibía con una sonrisa, no dijo nada.
—Sopa de sésamo —dijo Delphyne, observando con asco la sopa que Rowan degustaba.
El chico la miró con indignación, como si ella tuviera dos cabezas.
—Es la verdad —dijo Delphyne, como si ella tuviera razón—. ¿Qué estaban haciendo?
Aztriel contuvo la risa y le respondió: —El profesor de historia mágica dio un anuncio.
—¿Qué anunció?
—Tenemos prohibido salir del castillo —contestó Rowan con fastidio, y Aztriel asintió en confirmación.
Rowan y Delphyne comenzaron a hablar entre ellos. Aztriel se quedó absorta en la conversación, observando a la princesa Amelia, de nuevo sola. ¿A qué se debía su soledad? Aztriel siempre se lo preguntaba. ¿Por qué siempre estaba sola? Parecía una persona agradable y amable. Pero Aztriel no tenía tiempo para preocuparse por desconocidos, siempre tenía planes necesarios —innecesarios, según Rowan—, y aunque tuviera bastante miedo, tenía que ver de nuevo a Lyraen. Las probabilidades de que la descubrieran eran altas, pero no se iba a rendir. No podía dejar que la venda en sus ojos se mantuviera para siempre. Tenía que descubrir qué quería Lyraen de ella.
Se levantó de su lugar, se despidió de Rowan y Delphyne, y se excusó diciendo que iría a la biblioteca por un libro de pociones para la clase de pociones. Aztriel sabía que Rowan era bastante inteligente como para creer esa excusa, pero estaba lo suficientemente ocupado discutiendo con Delphyne como para prestarle atención. Aztriel salió del gran comedor con los brazos cruzados debajo de la capa para mantenerse caliente. Los pasillos del castillo eran fríos por no tener ninguna fuente de calor.
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Editado: 17.11.2024