Crónicas de un Corazón Roto: El Guardian de los Fragmentos

Prologo

El viento no solo silbaba entre las copas de los árboles, sino que parecía hablarle directamente, llevando consigo un murmullo que parecía contener siglos de secretos. La tierra húmeda y pegajosa se adhería a las raíces de sus pies como si intentara retenerlo. Aelthas abrió los ojos lentamente. Sus párpados de corteza crujieron, y un frío antinatural recorrió su pecho hueco. Por un instante, el mundo pareció detenerse. Sus manos, rugosas como corteza joven, temblaron mientras las llevaba instintivamente al centro de su pecho: un vacío absoluto, un silencio profundo que resonaba con ecos de lo que alguna vez fue un corazón.

Su cuerpo, alto y delgado, parecía esculpido directamente de la madera del bosque. La textura de su piel mostraba vetas de tonos marrón y verde, como si la vida del bosque fluyera dentro de él, pero sin un motor que impulsara su pulso. Sus ojos eran pozos negros, vacíos, reflejando el cielo entre la neblina, y su vestimenta verde, mezclada con musgo y hojas, parecía ser extensión de su propio cuerpo.

Fue entonces cuando escuchó la voz, no proveniente del bosque, sino de dentro de su mente, clara, profunda y serena:

—Despierta, Aelthas... o como prefieras, Ael.

Se giró bruscamente, cada articulación de madera crujió bajo su peso. La neblina se arremolinaba entre los árboles retorcidos, que se alzaban como gigantes silenciosos, sus raíces arrastrándose como serpientes vivientes. Entre esa majestuosidad y hostilidad surgió un punto de luz: una esfera translúcida, flotante, pulsando como un corazón en miniatura.

Entre esa majestuosidad y hostilidad surgió un punto de luz: una esfera translúcida, flotante, pulsando como un corazón en miniatura

—¿Quién... quién eres? —preguntó Ael con voz temblorosa.

—Soy Sephirion, el Guardián de los Fragmentos —respondió la esfera, acercándose con suavidad—. Soy tu guía, tu protección y tu conciencia. Tu corazón fue robado... y fragmentado.

Ael retrocedió, sintiendo que su propia madera vibraba ante la noticia.

—¿Mi corazón... robado?

—Sí. Y si no lo reconstruyes... morirás —la esfera brilló más fuerte—. Cada fragmento está oculto en un reino distinto. Solo recuperándolos podrás volver a ser completo. Cada elección que hagas definirá tu fuerza, tu espíritu y la forma que tomará tu armadura.

El bosque pareció responder a estas palabras. Las hojas crujieron, la tierra tembló, y del suelo surgieron raíces gigantes que se alzaron formando un arco colosal. Frente a Ael, emergió un espectáculo imposible: un árbol inmenso, de tronco colosal, tan alto que su copa desaparecía entre la neblina del cielo. Sus ramas sostenían la bóveda celeste, y de su corteza emanaban grietas de luz que latían con energía pura y viva. Era el Gran Árbol de la Vida, y su sola presencia imponía paz y armonía, como si toda existencia se plegara para protegerlo.

—Este es el Gran Árbol de la Vida —dijo Sephirion—. Cada portal que veas en su tronco es un umbral hacia los siete reinos. Cada uno guarda un fragmento de tu corazón. Tu espada y armadura crecerán contigo, reflejando tus decisiones y tu valor.

Siete portales brillaban en el tronco, cada uno vibrando con energía única:

Fuego contenido: tonos rojizos y anaranjados que palpitan con rabia y pasión. Humo gris: espeso y pesado, con un aroma a ceniza y recuerdos de ira. Espejo líquido: reflejando la imagen de quien lo observa, mostrando miedos y errores multiplicados. Mar en movimiento: olas translúcidas, arrastrando el peso de la tristeza y el dolor de las almas perdidas. Engranajes dorados: girando con precisión, impregnados de esperanza y constancia. Jardín marchito: flores que sangran pétalos oscuros, con un perfume a amor perdido y melancolía. Cristal partido: reflejando amor fragmentado, un resplandor dividido por una grieta luminosa que vibra con deseo y peligro.

Ael caminó hacia un lago cristalino al pie del árbol. Su reflejo lo sorprendió: cuerpo de madera, alto y estilizado; piel corteza viva con vetas verdes y marrones; pecho hueco y vacío; ojos profundos que reflejaban su dolor; ropa verde que se fundía con el bosque. Cada detalle de su forma mostraba fragilidad y fuerza al mismo tiempo, una armonía triste que contrastaba con la desolación de su corazón.

Cada detalle de su forma mostraba fragilidad y fuerza al mismo tiempo, una armonía triste que contrastaba con la desolación de su corazón

—Cada reino pondrá a prueba no solo tu fuerza, sino tu esencia —continuó Sephirion—. Decidirás: matar, liberar, perdonar. Cada acción transformará tu espada y tu armadura, y cada decisión alterará tu espíritu.

Ael observó cómo la luz de la esfera se intensificaba. De pronto, una espada apareció ante él. No era reluciente, sino oscura, con runas apagadas en la hoja, palpitando suavemente en espera de ser tomada. Ael la sujetó con ambas manos. Un calor recorrió su madera, conectándose con el vacío de su pecho. Por primera vez desde que despertó, percibió un débil pulso: un susurro de vida que prometía oportunidad.



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Editado: 21.09.2025

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