En una ciudad bulliciosa, había un hombre llamado Anderson al cual le disgustaba estar con la gente. Cada voz era un ruido que le hacían querer arrancarse los oídos.
Anderson, desde pequeño era solitario, evitaba a la gente, se encerraba y evitaba salir a menos que sea de mucha importancia. Siempre prefería estar en su casa solo sin nadie que lo pudiera molestar.
Un día Anderson caminaba por un parque desierto, donde vio a una anciana sentada en un banco. Estaba sola, mirando el atardecer. Se acercó y se sentó a su lado.
"¿Por qué estás aquí?" Pregunto la anciana.
"Me siento abrumado por la gente" Respondió Anderson.
La anciana sonrió" Yo también lo estuve, pero un día me di cuenta que la gente no es el problema. Es lo que pensamos de ellos"
Anderson la miró confundió. "¿Qué quieres decir?"
"La gente es como una obra de arte" explicó la anciana "cada persona es como una pintura, si solo ves la pintura de lejos te puede parecer fea, pero si te acercas y la miras bien, puedes ver su belleza"
Anderson reflexionó sobre sus palabras. Empezó a ver el lado bueno, gentill y amable de la gente que lo rodea, sus sonrisas que desprenden felicidad, las historias de cada "obra de arte".
La anciana se levantó y se despidió. "Recuerda Anderson, la gente no es el problema, es nuestra elección verla como tal".
Anderson se quedó sentado pensativo, la ciudad ya no parecía tan bulliciosa. La gente ya no era tan superficial. Había encontrado una forma de ver al mundo, en el cual toda su belleza se vea.
Entonces, Anderson comenzó a hacer su propia obra de arte, llena de compresión y conexión.