Cronorevolution: un esclavo en las Provincias Unidas

Capítulo 1

¿Quieres ser libre? Aún resuenan en mi cabeza las palabras de mi amo, el viejo Greg. ¿Quieres probar el sabor de la libertad? Es lo que siempre he deseado. Poder volar, ir donde me lleve el viento. Tener la oportunidad de ver el mundo que está ahí para mí y que desde mi nacimiento me ha estado prohibido. ¿Quieres dejar de ser un esclavo?Pero, ¿es esto la libertad? ¿De verdad lo es? Porque si es así, tampoco es para tanto. No es como lo había imaginado, ni si quiera me siento tan pletórico como creía que iba a estar. La libertad no es como parecía en mis sueños. Sigo encerrado, vigilado y controlado. No puedo hacer lo que me venga en gana. La libertad no puede ser esta pantomima, si lo es, prefiero seguir siendo un andrajoso esclavo.

A decir verdad, no todo es negativo. Hoy he descubierto la ciudad después de pasarme toda la vida en la plantación. Al fin he visto con mis propios ojos Nueva América, lo que tantas veces he imaginado. He descubierto nuevas y jugosas perspectivas, de algo que me estaba perdiendo, de algo que se me escapaba de las manos sin saberlo. Porque la esclavitud es eso, perderte tu propia vida, dársela al dueño, entregándote por completo al trabajo duro durante tu etapa útil y funcional. Luego podrías ser subastado a la Provincia que perteneces o a otra distinta, podrías alcanzar la libertad si no tienes más que dar o simplemente acabar tus días sirviendo como esclavo doméstico en una vieja mansión de alguna familia rica y más afortunada.

No, no todo es negativo. He mejorado. Descanso en una habitación de cuatro paredes, bien sólidas. No son de vieja y desgastada madera, como el barracón donde vivía en la plantación. Además, tampoco están sobre la tierra sino a cientos de metros por encima de ésta. Casi me mareo al mirar por la ventana cuando hemos subido por el ascensor. Las paredes han estado iluminadas tenuemente, de un color azulón, hasta hace un momento, cuando la hora ha aparecido en ellas, las diez en punto, y se han apagado. Todo es oscuridad, ahora. Es una habitación pequeña pero confortable, tengo todo lo que quiero, mucho más de lo que el viejo Greg nos daba o lo que poco que podía conseguir comerciando con los demás esclavos de la plantación. Puedo comer hasta que mi barriga se sacie, tengo un baño parecido al de la antigua mansión de Greg, incluso puedo encender la Pantalla que está incrustada en una de las paredes y ver el fútbol. Son partidos repetidos muchos de ellos, pero nunca me canso de verlos, es una de mis pasiones.

Sin embargo, sé que todo esto es un espejismo, un momento que pasará rápido. Quizá por eso me asomo al ventanal del decimoséptimo piso de este enorme rascacielos, que da paso a la ciudad de Nueva América. Los aeromóviles le dan luz al cielo negro, en su tránsito por las aerovías que entran y salen de la ciudad. Hay cinco edificios tan altos como las nubes, todos ellos, por supuesto, pertenecen al Estado de las Provincias Unidas de América. Las demás construcciones son mucho más pequeñas, ya que no pueden superar la majestuosidad de los edificios provinciales. El estilo es muy parecido. A pesar de que jamás he visto algo parecido, me canso pronto. Creo que mis ojos no están acostumbrados a tanta luz y a tantos detalles. Tengo la necesidad imperiosa de disfrutar de Nueva América y sus calles, de sus extravagantes gentes, tan distintas a mí…Quiero comprobar si todo lo que me han contado sobre ella es verdad. Tengo tantas ganas que se me olvida que aún no soy libre. Cierro la cortina del ventanal y maldigo en voz alta, como estoy acostumbrado. Luego me vuelvo a mirar el reverso de la muñeca:

Eric Moon.

55926.

Propiedad de Greg Gordon.

No. Aún no soy libre. Sigo siendo un esclavo.

***

Cada mañana es la misma si eres un esclavo. Siempre esperas que el nuevo día sea especial, pero no lo es y te das cuenta justo cuando despiertas y el sueño quiere volver a apoderarse de ti. Tengo que hacer algo con este pelo, me digo a mí mismo cada mañana, pero prefiero gastarme el dinero en el bar de la plantación antes que ir a la peluquería. Cuestión de prioridades. Me enfundo la camiseta blanca de tirantes y la chaquera del trabajo y salgo de casa. Todo es igual, hoy también. Las calles, cubiertas de polvo y gravilla, se llenan con los quehaceres diarios de la multitud de esclavos que viven en este pueblo. Lo llamo pueblo porque lo es, con todas las de la ley. Decenas de casas destartaladas hechas con troncos de madera, idénticas una tras otra, se extienden alrededor de la vasta llanura. A lo lejos, la mansión del propietario de la plantación, Greg Gordon.

Echo a andar hacia la plantación de algodón, junto con todos mis compañeros. El viejo Greg presume de nosotros, de tener más de mil propiedades humanas trabajando en su algodón. Si es cierto lo que Greg va diciendo por ahí, me gustaría saber dónde se mete tanta gente, porque no conozco ni a la mitad. Es más, creo que veo caras nuevas todos los días.

—Buenos días señor Hall. Buenos días señora Hall. —Digo.

El señor y la señora Hall son una pareja cuarentona, que me han cuidado desde pequeño y que son mis mejores amigos dentro de esta maldita prisión. Llevan aquí mucho más que yo y sin embargo plantan una sonrisa cada mañana cuando me ven. Son los únicos que me pueden hablar de mi madre, que murió cuando yo tenía tres años. Cuando eso sucedió, me quedé bajo la tutela del propietario, Greg Gordon, viviendo en su casa hasta que tuve la edad para empezar a trabajar: diez años. Desde entonces, vivo en el mismo día. Es una auténtica pesadilla.




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