Cronorevolution: un esclavo en las Provincias Unidas

Capítulo 4

Despierto sobresaltado. La hora se dibuja en las paredes: las nueve y media de la mañana. Me cuesta un poco despejarme y saber dónde estoy. Tras años durmiendo en la misma cama, abrir los ojos y no ver lo de siempre me descoloca. Tengo que pasar varios minutos de mi tiempo en recordar que ya no estoy en la plantación de Greg, sino en la ciudad de Nueva América. Camino descalzo hasta el ventanal. Desde el piso diecisiete solo veo a las personas libres como hormigas allí abajo, caminando. Por encima de los rascacielos, los aeromóviles van y vienen, surcando el cielo azul soleado.

—Tiene treinta minutos para prepararse. —Suena en la habitación la voz de una mujer robótica.

Me ducho y me enfundo el uniforme que la Administración del Estado me ha proporcionado. Son unos pantalones elásticos de color verdosos y una camiseta de manga corta blanca. Lleva inscrito mi número de identificación esclavo en el pecho. Salgo de la habitación y camino el largo pasillo de parqué hasta llegar al ascensor. Menuda máquina. Baja diecisiete pisos en menos de diez segundos. No he visto nada igual. Cuando salgo, varios jóvenes con el mismo uniforme caminan hacia el vestíbulo del edificio, a la vez que un funcionario nos indica con las manos hacia dónde tenemos que dirigirnos.

—¿Dónde vamos? —Le pregunto al funcionario.

—Será mejor que comas algo antes de la Entrevista.

No sé cuánto tiempo hace que no desayuno de esta forma. Leche, zumo, dulces y fruta. Antes de ir a trabajar cada día como mucho bebía un poco de zumo. Mientras me como una manzana, miro a mi alrededor. Me he sentado solo porque no conozco a nadie. Veo que se han formado algunos grupos. Incluso algún que otro esclavo me ha guiñado un ojo en un intento claro de intentar conocerme, pero tengo mis reticencias a conocer gente nueva. Eso sí, no me he dejado de fijar en las chicas. No sé, de momento quiero guardar las distancias. La Entrevista es la prueba que hay que pasar para acceder a la Administración y es mejor centrarse en ella. Según mis aptitudes iré a un sitio o a otro a trabajar. Ahora pertenezco a las Provincias.

Dos funcionarios piden que formemos una fila cuando hemos acabado de desayunar. Deseo con toda mi alma que nos hagan salir a la calle. Me siento encerrado en la grandiosa ciudad de Nueva América. Yo quiero vagar por sus callejuelas, mirar la cara de las personas que viven aquí, conocer los secretos que guarda una ciudad. Me temo que tendré que esperar para eso. Nos envían a las primeras plantas del edificio y nos hacen entrar en un gran auditorio.

—Esperen aquí su turno, por favor. Iremos nombrando vuestro número de identidad e irán pasando por aquella puerta. —El funcionario señala nuestras camisetas, como si no nos supiéramos el puñetero número de memoria. Lo tenemos tatuado en la piel.

Esperar me desespera. Mucho. A mí más, ya que soy muy impaciente. Así que me pongo a contar. Somos unos ochenta y tres. Me he subido a la última fila del auditorio. Allí abajo siguen conociéndose entre grupos, compartiendo ideas, nombres y anécdotas. ¿Seré yo el raro? Nuestras vidas son vidas patéticas de esclavos, no tienen nada de especial. Lo único que me interesa de esas conversaciones son los lugares de los que vienen y cómo es. Me gustaría contrastar las leyendas y los mitos que se cuentan de las tierras lejanas. Poco a poco la sala se va vaciando, pero aún quedamos muchos. Me desato el pañuelo de mi madre de la muñequera para volverlo a atar. Me quedo mirando a la nada, pensando en ella. Lunetta, mi madre, no había muerto por la tuberculosis en la plantación de Greg. Había sido condenada a muerte. Condenada. ¿Qué había hecho? La señora Hall no me contó nada más, aunque puedo entender que se haya guardado cosas. Durante el viaje en aeromóvil hasta Nueva América, mirando la portada de aquel extraño libro, deduje que lo que le ocurrió tuvo que estar relacionado con él. Por eso quiero leerlo cuanto antes. Desgraciadamente, necesito ayuda. Primero, hace mucho tiempo que no leo, voy muy lento y algunas cosas se me han olvidado. Me da rabia reconocerlo, pero es la verdad. Segundo, no entiendo qué quieren decir muchas palabras, parecen muy antiguas. Empecé a leer La Biblia en ese viaje y en el primer párrafo ya me dolía la cabeza. Está claro que voy a necesitar que alguien me eche una mano. Sé que es un libro peligroso, por eso tengo que elegir bien con quién intercambiar algo más que palabras, en quién depositar mi confianza.

—¿No te sientes un poco solo aquí? —Un chico con barba de tres días y pelo aplastado se ha acercado. Luce una sonrisa impecable.

—Nosotros sí. Hemos hablado y nos pareces el tipo más interesante de este auditorio. —Apostilla una chica pelirroja.

—Prefiero la soledad a las malas compañías. —Contesto serio.

—Me llamo Clarise.

—Y yo Ed. ¿Cuál es tu nombre?

—Eric. Eric Moon.

—No me digas más—dice él—¿de la Provincia de Georsiana? Tienes aire de norteño.

—Casi. De la Central. —Sonrío. —¿Sabéis de qué va la Entrevista?—Parecen simpáticos.

—Nadie tiene ni la menor idea. —Se encoge de hombros Clarise. —Aunque no debe ser para tanto. Al fin y al cabo, no vamos a ser libres, sino esclavos de las Provincias. Más de lo mismo de lo que ya sabemos, solo que en otro lugar.

El funcionario dice otro número en voz alta.

—Ese es el mío. —Ed se levanta y me mira. Luego a Clarise. —Nos vemos, suerte.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.