Cronorevolution: un esclavo en las Provincias Unidas

Capítulo 5

No sé si esto es la libertad, pero desde luego esto es lo más parecido a ser libre que he podido sentir en toda mi vida. Hasta he borrado de mi mente los pensamientos de escapar. Aquí es como si estuviera de vacaciones. De hecho, lo estoy. Llevo un mes sin dar palo al agua. Se acabaron los madrugones y las largas jornadas al sol con el dichoso algodón. Se acabaron los colchones podridos. Las ropas raídas. Ahora duermo cada noche sobre un colchón que se adapta a mi cuerpo y que me proporciona frío o calor, según padezca en el momento. Ahora duermo hasta tarde. Almuerzo y ceno ricos banquetes. Creo que he comido más carne y pescado que en los diez años anteriores. Me ducho con agua muy caliente. Veo el fútbol en la Pantalla cada tarde. Sin embargo, no puedo salir de esta casa. No puedo llegar a la ciudad. No, esto no es ni puede ser la libertad.

Aquel misterioso hombre que acompañaba a Paris, resultó ser su padre, Matt Stonecraft, un tipo calvo y reservado. Cada vez que le miro a los ojos los noto como si los tuviera hundidos, perdidos en algún lugar, debido seguramente al trabajo. El nombre y apellido de su padre fueron las únicas palabras que Paris me dedicó al llegar ese día a casa. Viven a las afueras de la ciudad, lejos de los rascacielos y cerca del mar. No lo veo desde mi ventana, pero lo huelo. Es un olor húmedo a sal, que se pega en tu piel, una sensación pegajosa totalmente invisible. Todo lo contrario a lo que estoy acostumbrado. Es una casa enorme, con dos plantas y un jardín en la parte posterior. Me alojé en uno de los cuartos que me ofreció Paris: bien iluminado gracias a una gran ventana desde la que puedo ver los rascacielos del centro de la ciudad y el porche; tiene una gran estantería con libros de todos grosores y colores, además de un escritorio con una de esas máquinas electrónicas y una gran Pantalla donde ver el fútbol y las noticias.

Después de aquel primer día, solo veo a Paris por las noches, al cenar. Ella se va temprano y vuelve tarde. Apenas hablamos, no habla ni con su padre. Es una chica reservada. A pesar de esa primera impresión, recuerdo hace unos días cuando la vi sonreír. Yo estaba apoyado en la ventana que da a la calle. Ella salía de casa, con el pelo al aire y bien maquillada. Un muchacho de pelo rubio y sonrisa perfecta la esperaba sentado en su aeromoto. Se dieron un efímero beso de labios y ella se subió en la parte trasera. Esa misma noche, antes de cenar, se deslizó silenciosa y traspasó el umbral de lo que se había convertido en mi refugio. Yo estaba tumbado en la cama, cambiando de canal buscando un partido que fuera interesante, puesto que solo estaban jugándose partidos de tercera división. En cuanto la vi me incorporé. Ella sonrió y se metió las manos en los bolsillos traseros de sus vaqueros mientras caminaba por la habitación.

—Espero que estés cómodo aquí. —Me senté en la cama sin contestar mientras ella repasaba los libros de la estantería. —Yo solía venir a este rincón de la casa cuando era pequeña. Era el único sitio en el que no se escuchaban las voces y los gritos de papá y mamá en sus peleas diarias. Por eso te acomodamos en este cuarto, sé que aquí estarás bien.

—Vaya...gracias. —Con esa mirada melancólica parecía más mayor. No sabía qué más decir.

—Quiero que tengas paciencia. —Se sentó a mi lado al borde de la cama. Podía oler el perfume que desprendía el pañuelo de su cuello. —Sé que esta casa es grande, pero a veces se hace muy pequeña. Últimamente estoy muy ocupada y no podemos dar un paseo o hablar de lo mucho que hay que hablar.

—Sí, creo que me debes muchas explicaciones. Aún no sé por qué estoy aquí.

—Y te lo contaré todo, pero cuando sea el momento. He de decirte, eso sí, que es algo muy importante y es por ello que es peligroso...

—¿Peligroso? ¿Para quién?

—Para mí, para ti también. Para las Provincias...

—¿Ir contra el Estado de las Provincias? Suena demasiado bien... —Las Provincias Unidas amparan la esclavitud. Sin él, sería libre.

—No va a ser fácil.

—Para, para. Un segundo. Paris, ¿podrías decirme al menos a qué te dedicas? ¿Eres una espía del Servicio de Inteligencia o algo parecido? Te vas temprano y llegas tarde, apenas tienes tiempo para ti misma...

Ella se echó a reír, y lo hacía cada vez más cuando veía mi cara de desconcertado.

—Eric Moon, te queda mucho que aprender en la ciudad. Yo tan solo soy una simple historiadora.

—¿Historiadora?

—Existen, por suerte todavía, ciertos estudios que van más allá de la ciencia y la tecnología, y uno de ellos es la Historia. Se llaman materias muertas porque no permiten el avance material de la sociedad.

—¿Para qué sirven entonces?

—Para el avance cultural e intelectual de la sociedad. —No entendí muy bien lo que quería decir por el lenguaje tan técnico que estaba utilizando, pero intenté concentrarme para poder captarlo. —Tan solo me dedico a recomponer rompecabezas del pasado. Qué ocurrió, quiénes lo protagonizaron, por qué sucedió y cuáles fueron sus consecuencias.

Me explicó Paris que desde pequeña le encantaban los libros. Su padre, un importante científico que se vendía a distintas Compañías, le regalaba libros prohibidos obtenidos por contrabando. Después de descubrir que era una patosa para las ciencias decidió estudiar Historia en la Universidad de Nueva América, en la que empezó a los dieciséis años, con tan solo dos compañeros de clase y un viejo profesor, el señor Meyer. Tras tres años se graduó y no obtuvo ningún puesto de trabajo por parte de las Provincias ni de ninguna Compañía, así que decidió comenzar a investigar para la Universidad la historia de las rebeliones de esclavos. Un tema del que, prácticamente, se conocía del todo y que no tenía mayor interés. Nadie quería leer sobre esclavos.




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