Me pica todo el cuerpo, lo que hace que me despierte más temprano de lo habitual. La claridad del día entra por las rendijas de las ventanas del salón. Logro mover las piernas, los brazos, para sentarme en el sofá donde he dormido. Veo cómo Paris duerme, llena de paz y sosiego, en el otro sofá. Me miro las manos y tengo la piel colorada, roja. No puedo parar de rascarme. Intento levantarme, pero tengo las piernas muy dolidas, parecen desfallecer, y tengo que hacer equilibrio para no caerme.
—¡Eh! Espera, espera…te ayudo. —Paris se incorpora en un segundo, con legañas en los ojos y bostezando. Mierda, la he despertado.
—Me pica todo. —Sigo rascándome.
—Quieto, quieto. —Me aparta las manos de mi propio cuerpo y no puede evitar reírse de mí—Es normal, son los efectos secundarios de la pomada que te rocié anoche mientras estabas inconsciente—por eso me sentía tan pegajoso ayer—, es lo mejor que tenemos para…bueno, para estos casos. Ahora una ducha y, aunque algo cansado, estarás como nuevo. Y dejará de picarte.
Me pasa una mano por el cuello y otra por la cintura y me ayuda a subir las escaleras hasta llegar a la ducha.
—¿También te tengo que enjabonar yo? —Se vuelve a reír de mí y se marcha.
El agua caliente despierta a unos músculos que parecen haber sufrido un letargo de mucho tiempo. Cuando salgo del baño me encuentro mucho mejor y puedo moverme solo. Me siento más activo. Con el señor Stonecraft en su taller del sótano y Paris fuera, como cada día, lo único que me queda es recuperarme tumbándome en la cama de mi habitación a ver fútbol o escuchar música, como estoy acostumbrado.
—¿Qué pretendes? —París está en mi cuarto, esperándome. Ella también parece haberse dado una ducha, a juzgar por su pelo mojado. Viste una camiseta normal y unos pantalones. Siempre se arregla mucho más cuando se va fuera, a trabajar. —Venga Eric, tenemos muchas cosas que hacer hoy.
—¿Perdona? Tú tienes tu investigación que te requiere por completo. Y yo tengo que asimilar la idea de la electrocución como posible causa de mi muerte.
—¡Serás exagerado! Hoy me he tomado el día libre. También yo necesito un descanso, que es merecido. Además, tenemos que empezar con tu…con nuestro entrenamiento. Papá lo tiene todo casi listo y debemos asegurarnos…Bien, ¿por dónde empezamos?
—Tú dirás. Yo todavía no sé muy bien a lo que te refieres cuando dices que tu padre tiene todo listo…
Se aúpa en la cama y apoya la espalda en la pared. Me hace una señal para que me acerque y me acomode a su lado.
—Todo empieza, siempre, por el principio, ¿no? Pues por eso, quiero saberlo todo de ti. —Apoya sus manos en su barbilla y me mira fijamente con esos ojos grises, como esperando una historia fantástica de las que está acostumbrada a leer.
—Paris, no creo que te guste conocer los entresijos de la vida de un esclavo.
—¿Olvidas que ese es mi trabajo? Justo por eso, para mí, es interesante. Tú eres un esclavo interesante.
Obvio esas últimas palabras que hacen que me sienta como un mono de feria y pienso que nunca me he abierto a ninguna persona. Siempre he sido un tipo reservado. Con los esclavos del bar, con las esclavas en su alcoba…incluso con los Hall. No les contaba cómo me sentía, qué pensaba, porque sencillamente no iban a comprender mis pensamientos ni mis sentimientos. Porque no quería proporcionales un arma arrojadiza contra mí cuando el tiempo nos pusiera enfrente y no en el mismo bando. O quizá fuese por miedo, por vergüenza, por el qué dirán o pensarán. Paris es diferente a todas las personas que he conocido. Incluso diferente a Sophie. Desde la primera vez que vi esos ojos grises supe que iba a ser diferente. Ella me entiende, me escucha y me compadece. Especialmente me es grato su trato, que ha logrado durante este tiempo que me vaya deshaciendo de esa coraza que tanto pesa y que tanto he empujado.
—No hay mucho que contar, la verdad. Con tres años quedé huérfano en la plantación. Mi madre murió, ahora sé que no de tuberculosis, sino que condenada por las Provincias y…—Le cuento, de forma breve, aunque con detalles, mi vida entera que, para mi sorpresa, se resume en pocas palabras y en varios minutos. Eso ha sido mi vida hasta ahora. Le cuento cómo crecí en la casa de los Gordon, mi infancia con Sophie, cómo empecé a trabajar de esclavo, mis aventuras por el bar, mi pasión por el fútbol, hasta le cuento lo acaecido con Sophie y su vestido morado brillante y cómo tuvo lugar mi destierro, después de una brutal paliza.
—¿Cómo no me lo imaginé? Un lío de faldas fue lo que te trajo hasta mí.
—¿Y tú qué? ¿Cuál es tu historia? —Cambio rápido de tema, no quiero que me haga preguntas o que me juzgue de buenas a primeras. Es justo, quiero que también me cuente cómo ha transcurrido su vida. —Solo sé que tienes un padre demasiado trabajador—me río—que tu trabajo es algo inusual y que…que tienes un novio un poco…especial. —Remarco esa última palabra.
—Éramos una familia feliz, Eric. —Por como empieza, sé que tampoco ella se ha abierto con mucha gente, ni siquiera con Edgar. —Papá, mamá y yo. Los tres. Solo tengo recuerdos de infancia muy felices. Éramos libres, con buena reputación y buena posición social. Mi madre era profesora en una Academia de Jóvenes y mi padre un reputado científico que trabajaba para el Estado y para grandes Corporaciones. Todo cambió conforme fui creciendo. Mamá nos abandonó. Se marchó. La convivencia los rompió. —Se refiere a sus padres. Veo cómo le asoman lágrimas que intenta, sin éxito, retener. —Y desde entonces, con diez años tuve que crecer y hacerme cargo de muchas cosas que una adolescente sola no puede. Mi padre se encerró en ese sótano del que aún le cuesta salir, dejó su Compañía por ser fanático de un sueño que creía que nunca iba a cumplir y que, con mi ayuda, casi está a punto de hacerlo. Papá por eso lleva unos años más animado. Creo que está totalmente recuperado, pero no sé si es porque ha superado lo de mamá o qué. Tiene que ser eso por lo que en los últimos meses está más feliz y alegre. Hemos hecho un buen equipo, a pesar de las dificultades, nos hemos unido, hecho más fuertes y nos ayudamos mutuamente en lo que podemos. Pero mamá…no sé…la necesitaba, Eric. La necesité tantas veces, cuando todo salía mal y estaba profundamente sola. Hubo tantas veces que me rendí porque no estaba ella…—Ahora las lágrimas se han convertido en llanto, que cae copiosamente, como una catarata, por sus mejillas. La abrazo intentando consolarla.