Cronorevolution: un esclavo en las Provincias Unidas

Capítulo 8

Pasan varios días desde que compartí con Paris los más íntimos momentos que dos amigos, si me puedo considerar eso, pueden compartir: una conversación tan profunda que nos llegó al alma. Espero que no se tomara a mal el final que le dimos, no era para nada mi intención. Tampoco sé muy bien por qué reaccionó así. No la he vuelto a ver en varios días, como digo. Supongo que ha tenido que volver al trabajo y que está descubriendo miles de cosas, porque apenas aparece por casa. Cuando lo hace, solo intercambiamos algunas palabras sobre cómo ha ido el día. Yo me entretengo como puedo. A veces me bajo al jardín y le doy unos toques al balón. Intento correr algo, me salgo al paseo marítimo y allí hago ejercicio, siempre con el visto bueno de Paris y su padre, con el cacharro ese que maneja mi pulsera a buen recaudo. Así me mantengo en forma. Otras tantas me pongo el fútbol en la Pantalla, viendo cómo Leonard Montana se ha convertido, en unos meses, en el máximo goleador de la Liga de las Provincias sin despeinarse. Cuando veo cómo celebra sus goles pienso que van dedicados a Sophie.

Aunque bueno, últimamente todo en la Pantalla está paralizado por las dichosas Elecciones Presidenciales. Yo no las entiendo, la verdad. Los ciudadanos y ciudadanas de las Provincias, donde se excluyen los esclavos y esclavas, depositan su voto en una urna cada ocho años, eligiendo entre una persona o su pariente cercano. Desde que tengo uso de memoria siempre se presentan las mismas personas de la élite, la Presidenta Leeparker y su gemela. Son tan iguales que yo creo que hacen trampa y se intercambian y ayudan mutuamente. Porque esa es una de las condiciones de las Elecciones, que los candidatos sean familia. Así, ¿cómo va a cambiar algo las Provincias? Representan lo mismo, por eso tampoco entiendo las peleas, discusiones y debates acalorados que transmiten por la Pantalla entre los partidarios políticos de una y otra. Es, sencillamente, ridículo.

Antes de dormir, suelo leer un poco la Biblia. Me quedo embelesado con el símbolo de la Sacerdotisa y con ella misma. Es una extraña sensación la que siento, porque noto una conexión conmigo mismo, lo que quiere decir que pienso en mi madre. ¿Qué querría ella decirme con este libro?

Mujeres y hombres solo son eso, mujeres y hombres. Tienen raciocinio y libre albedrío, cualidades que ninguna otra criatura de la naturaleza posee. Pero, si no se usan como se debe, ¿son mejores, acaso, que los animales a los que ellos y ellas llaman bestias? Ningún hombre es inferior o superior a otro. Ninguna mujer es inferior o superior a otra mujer, mucho menos tampoco lo es ella con respecto a ningún hombre. La mujer y el hombre, en su diferencia, son iguales por naturaleza. Esta igualdad también se corresponde ante la Diosa, cuya magnificencia traerá el fin para aquellos que, en su infinita maldad, no se consideren iguales al resto, poniendo en sus manos la sangre del que quiere, pero no puede decidir por sí mismo. Nadie pertenece a nadie. Ni un hombre a otro hombre, ni una mujer a otra, ni una mujer tampoco a un hombre. La Diosa, que se presenta entre mis dedos al escribir, así lo ve y así lo hace saber. Bendita toda su misericordia. El peso de su ira caiga sobre quienes no consideren iguales a sus iguales y guarden a otros y otras en la tiranía del yugo del trabajo con el que no se prospera, con el que se es un esclavo.”

Termino de leer, no sin dificultades, y mi mente vuela por entre las líneas y los caracteres. Tengo que volver a leerlo varias veces, deteniéndome en algunas palabras, intentando descubrir su posible significado. Luego encajo todas esas letras y lo que significan y reescribo el relato en mi cabeza. Me quedo sin saber cómo actuar y qué decir ante lo escrito hace casi doscientos años. Llamaría a Paris y le hubiera hablado de esto durante horas, si no fuera porque, seguramente, estaría profundamente dormida, descansando para un nuevo día agotador.

Este fragmento de la Biblia es un alegato contra la esclavitud en sí misma, en favor de la igualdad. Yo al menos lo comprendo así. Por esta razón la religión de la Sacerdotisa está totalmente prohibida en las Provincias, porque va en totalmente en contra de lo que sustenta el sistema: los esclavos y las esclavas. Son la mayoría de la población, quienes producen prácticamente todo lo que se consume en el Estado a un coste realmente muy bajo. Que esta religión se propagara por todas las Provincias significaría la destrucción del esclavismo y la pérdida de privilegios de la élite social y de miles de comerciantes y compradores de esclavos. Por eso las ideas de igualdad de la Sacerdotisa han perdurado en algunas comunidades esclavas y por eso mismo el Estado ha ido aumentando su represión, para destruirla del todo. Si todos los esclavos creyeran en la Sacerdotisa…nadie los podría parar. Al fin y al cabo, las Provincias Unidas, con todo su poder, con toda su Presidenta y con todo el dinero de sus Compañías, es débil. Se puede quebrar y romper a partir de uno de sus pilares fundamentales: nosotros. Porque yo soy un esclavo también. Pero ¿por qué no he sabido nada de la Diosa, la Sacerdotisa y sus ideas hasta ahora? ¿Por qué la señora Hall, creyendo en ellas, nunca me hizo partícipe de todos sus conocimientos? Si mi madre también creía en ellas…

No creo que Lunetta, mi madre, y yo, seamos tan distintos, después de todo. Ella creía en la Diosa, lo que le hacía poder aspirar a la libertad. Yo no concebía, hasta hace unos días, ni a la Diosa ni a la Sacerdotisa, pero siempre he añorado la libertad, aunque nunca he sabido cómo conseguirla. Si mi madre estuviera aquí…Es un sentimiento tan fuerte el que siento por mi madre, que no logro entender por qué no me pasa lo mismo con mi padre, el esclavo Simon Moon. Supongo que porque de él nadie me ha hablado nunca y porque no tengo ningún recuerdo de él. De mi madre conservo su olor, su cara muy borrosa y borrada, su voz incluso, su pañuelo. Pero de él no tengo nada. Sé que está vivo, por las averiguaciones de Paris, pero me da miedo enfrentarme a él. No quiero que, si me ve, quiera actuar como el padre que no ha sido. Además, seguirá siendo un esclavo. Quizá sea por la muerte. Mi madre está muerta y ese sentimiento es mucho más influyente en mí porque sé que jamás volveré a verla. Tal vez sea por lo que me ha legado. Sus ideas. Siendo ella una esclava, creía en la libertad. Como yo. Tal vez por eso acabaron con ella y no fue la tuberculosis, tal y como me ha contado desde pequeño la señora Hall.




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