Respiro bocanadas de aire con fuerza. Necesito oxígeno. Parpadeo varias veces, abro y cierro los ojos, hasta darme cuenta de que volvemos a estar en el sótano de la casa del señor Stonecraft. Paris espera impaciente a que se desplace automáticamente la mampara de cristal y salta de la tarima, corriendo en busca de su padre. Yo lo hago mucho más despacio, tratando de ordenar los pensamientos de mi cabeza. Por un lado, la conmoción que he sufrido al saber que he viajado en el tiempo. Por otro, la impresión que me ha provocado ver a esa mujer, la misma que aparecía en mis sueños…mi madre. Tenerla a tan solo unos centímetros… ¿Era ella realmente? Ahora más que nunca tengo la firme decisión de utilizar esta maldita máquina para conocerla Es una oportunidad única, que tengo que aprovechar sea como sea, porque puede que no se repita.
—Tienes que ajustar otra vez las coordenadas y enviarnos al tiempo correcto. —Paris se lo dice, nerviosa, a su padre, que se encuentra tras las pantallas de las computadoras. Le ha faltado tiempo, quizá por la excitación, para contarle dónde y, sobre todo, cuándo, hemos estado. —Tenemos que volver. Tengo que ir al Colapso. Tengo que…He esperado tanto…
Llego a la altura de Paris y le paso una mano sobre el hombro, como una forma de intentar tranquilizarla. No creo que otro salto en el tiempo y otro viaje lleno de experiencias, nuevas noticias y dificultades, sea lo correcto. Ambos necesitamos una ducha, dormir algo y asimilar lo que nuestros sentidos, de golpe, han experimentado. Pero yo no soy más que el esclavo de Paris, así que, si ella quiere ir, yo también tengo que hacerlo. Así, al menos, acabaríamos de una vez por todas con esto y antes podría pedirle que me lleve con mi madre. Que me dé la prometida libertad.
—¿Estáis bien? —Matt Stonecraft le toca la cara con las manos a su hija, mientras hace caso omiso a sus palabras incongruentes, que se trastabillan al salir por la boca de Paris. —Será mejor que descanséis.
—¡No! ¡Papá! Tengo que…
—¡Paris! Tenéis que reflexionar sobre lo que ha pasado. Sobre lo que habéis visto, oído, sentido. Haceros a la idea. Entenderlo. Lo que me pides no es posible, de momento. Si ha habido un desajuste temporal tendré que trabajar en ello. Y, como mínimo, tardaré horas. Dame unos días. Daos unos días y lo volvemos a intentar. —Termina esto último mirándome a mí fijamente a los ojos.
—¡No lo entiendes! Tengo que ir al Colapso, recabar información. —El señor Stonecraft abraza a su hija, apretándola contra su pecho. Ella llora. Es la primera vez que veo una muestra de contacto y de cariño entre ellos dos. Le besa la frente y la mira.
—Escúchame, Paris. Todo va a salir bien. Confía en mí y, especialmente, en ti. Vas a conseguir lo que quieres y alcanzarás, como siempre, todo lo que te has propuesto y propongas. Es normal que, esto, que la vida, a veces falle. —Señala el reloj de pulsera de la mano de Paris, que intuyo tiene el mecanismo que nos ha hecho vivir otro tiempo que no es el nuestro. —Existen desajustas temporales, difíciles de predecir y programar, porque el tiempo no deja de moverse, siempre hacia adelante. En la vida real es igual. Surgen imprevistos. Ocurren cosas, que lo cambian todo por completo. El truco está en no dejar de intentarlo. En levantarte tras caer. Y tú, más que nadie, lo sabes. Así que, por favor, ahora toca que los dos descanséis.
El señor Stonecraft me hace una señal con la vista y lo entiendo. Le asiento con la cabeza a la vez que él vuelve al teclado y la pantalla de las computadoras.
—Vamos Paris. —La empujo con mi abrazo y la saco del sótano.
Está cansada. Como yo. Entusiasmada por haber hecho realidad algo que solo podía llegar a imaginar. Había vivido, en primera persona, una rebelión de esclavos, lo que solo había podido leer en los libros. Pero también se encuentra desilusionada. Es normal. No ha conseguido el objetivo que tenía tan cerca. La tengo que ayudar a andar, porque parece que tiene los músculos agarrotados y no puede moverse. No ha dejado de llorar, seguramente por la rabia y la impotencia, haciendo que sus ojos grises manchen sus mejillas. Se derrumba al llegar a las escaleras. La ayudo a incorporarse y a salir del laboratorio del señor Stonecraft. Cuando llegamos al salón de casa, parece recuperar su ímpetu, sus fuerzas, su voluntad. Sus ganas de ser ella, por sí misma. Se zafa de mí.
—Suéltame. —Me dice con un hilo de voz. —Puedo perdonar, pero no olvido fácilmente. Aquel beso no tenía, nunca, que haber ocurrido. Traicionaste toda mi confianza…—Vaya. Parece que estamos de vuelta.
—Lo mismo te puedo decir, Paris. —La señalo con el dedo, directamente. —Tú me engañaste. —Me pongo serio y me acerco más a ella. —No me hablaste de una maldita máquina que te hace aparecer veinte años atrás. De los riesgos y de todo el peligro que iba a correr mi vida. Esto no es ese juego.
—¡Ya te lo he dicho! ¡No sabía cómo hacerlo!
—¿En qué más me has engañado? ¿Eh? —No entiendo por qué se encuentra tan enfadada conmigo. No me creo lo del beso, eso solo es una excusa. Le gustó. Ella quiso besarme también. Si está enfadada, lo debe estar consigo misma.
—¡Y eso qué te importa!
—Ah, ¿no?
—¡No! Porque para eso eres un esclavo, ¿no? ¡Para obedecer! Y no deberías, siquiera, hacerme esas preguntas. Yo—me levanta un dedo—mando en ti. Así que no vuelvas a dirigirte hacia mí en ese tono.
Veo sus dientes, su furia y su rostro. Nada queda de aquellos rasgos angelicales. Me ha recordado mi posición. Al mundo al que pertenezco: al de los esclavos. Se ha pasado. Paris se ha pasado. Lo sé yo y lo sabe ella. No ha pensado lo que ha dicho. Pero, a fin de cuentas, no es más que la dolorosa verdad. Ella es la propietaria, yo el esclavo. No puedo exigirle nada.