Cronorevolution: un esclavo en las Provincias Unidas

Capítulo 13

Han pasado ya varios días desde que le puse la mano encima al todopoderoso Edgar Scofield. No sé qué mosca le picó aquella noche, pero estaba bebido y muy alterado. Lo recuerdo todo a flases. Imágenes que se pasan, de forma rápida, por mi cabeza. Tengo una fotografía grabada mientras ayudaba a Paris a sentarse en el sofá, intentando calmarla. Otra con cómo Edgar comenzó a golpear la puerta de la entrada, lanzando improperios contra mí y contra el señor Stonecraft, a la vez seguía insistiéndole a Paris para que saliera a hablar con él y dar la cara. Paris le gritaba.

—¡Vete! ¡Por favor! ¡Vete!

Luego Edgar me amenazó:

—No te saldrás con la tuya, esclavito. —No sé a qué se refería, la verdad. No creo que me vea como una amenaza, como un competidor por Paris. Porque no lo soy. —Me las pagarás por lo de hoy. No tienes ni idea de lo que te voy a hacer sufrir. ¡Nadie! Y menos un esclavo. ¡Nadie! ¡Nadie toca a un Scofield! Nadie, ni siquiera, lo roza. ¡Nadie! —Estaba bastante cabreado.

No tengo miedo. Tengo la conciencia tranquila y no tengo miedo. Me puede amenazar este capullo, su hermano, su padre y hasta su mismísima Compañía. Eso no me da miedo. Lo tengo por ella. Por Paris. Si sigue con él, su futuro solo pinta de color negro. Esa personalidad que ella tiene tan…pronunciada, se verá moldeada. Relegada. Escondida. Puede que los años a su lado se lleven a la Paris que conozco. Y no debería permitirlo. Pero no puedo implicarme tanto con la familia Scofield. Aunque, pensándolo bien, ya es imposible. Ya conozco secretos que nadie fuera de esta casa tendría que saber. He dado la cara por Paris, por su padre. La conozco a ella más de lo que la llegará a conocer Edgar. Tengo que mantenerla a salvo. Ella es la pieza clave de todo. Quien tiene mi futuro en su mano. Tengo que mantenerla a salvo, al menos hasta que consiga lo que quiere y me conceda la libertad que tanto ansío. Después, pues caminos separados.

Sí. Han pasado varios días. Monótonos, rutinarios. En los que he vuelto a estar encerrado en mi habitación, viendo el fútbol, comiendo y desesperándome. Ni Paris ni el señor Stonecraft han aparecido. Seguramente para dejar reposar las cosas y que todo vuelva a su cauce, por difícil que sea, otra vez.

Unos días en lo que he tenido el tiempo suficiente para reflexionar en algo que me está quemando por dentro. Me hierve la sangre y me atormenta. Se ha quedado en mí todo ese olor a sangre y sudor, los gritos de desesperación, rabia, los disparos, la solidaridad y la valentía de los miles de esclavos que lucharon contra el Estado de las Provincias, para alcanzar su libertad, una libertad que era una causa común. Un objetivo de todos y todas. Y yo, anhelando exclusivamente mi libertad, ¿no estaré pecando de individualidad y egoísmo? ¿Seré auténticamente libre si desaparezco de este tiempo, mientras que la esclavitud sigue instalada, y perpetuándose, en esta sociedad? Siempre he deseado ser libre. Yo. ¿De qué serviría tenerla si sigue existiendo la esclavitud, esa institución a la que odio con todas mis fuerzas? ¿Si siguen naciendo y muriendo esclavos y esclavas? Recuerdo el mercado y a aquellos propietarios que antes habían sido esclavos. No puedo, ni quiero, convertirme en uno de ellos. Pero tampoco puedo llevármelos a todos en la máquina del tiempo.

Tras divagar y divagar, he llegado a la conclusión de que mi madre tiene las respuestas a todas las preguntas. Ella, que me dejó una Biblia y un pañuelo de la Sacerdotisa, como legado, como herencia, tiene que saber cosas que yo no sé. Tiene que tener respuestas consistentes a mis preguntas. Mi madre, que hasta hace nada, creía muerta. Está viva. En el tiempo. Y puedo hacerle todas las preguntas que me surjan. Todas. Hasta quedarme sin ideas. Cómo deseo que el señor Stonecraft arregle ese cacharro para que nos mande al Colapso. Luego podré verla. Paris me lo ha prometido.

También he avanzado con la Biblia, practicando mi lectura. Así, he podido leer algunos pasajes que me han resultado muy interesantes. Todos ellos hacen referencia a la vida, los milagros y los viajes de la primera Sacerdotisa, que se supone vivió justo después del Colapso. Por eso es una fuente de información tan valiosa para Paris y sus investigaciones. Uno, especialmente, me llamó la atención. Habla de la vez que la Sacerdotisa ayudó al pueblo de Monroe:

Siguiendo los firmes designios de la Diosa, la Sacerdotisa llegó a la pequeña población de Monroe. Entre las ruinas de la antigua ciudad, había surgido una pequeña comunidad que se había convertido en uno de los pueblos más prósperos de la región, puesto que se dedicaban al saqueo de los caminos, al robo de los pasajeros y a la obligación de los prisioneros. En aquel tiempo, Monroe estaba regido por el gobernador Alecsander Reed, dueño y señor de los territorios, las armas, los automóviles y de toda la comida. Todo el pueblo trabajaba para su gobernador y había quienes morían de hambre puesto que Alecsander no les daba su ración diaria si no obtenían los recursos mínimos que exigía.

Ante tal situación, la Sacerdotisa solicitó audiencia con el gobernador Alexander, al que le comunicó la injusticia terrible que estaba cometiendo contra su propia gente, apelando al sentido de la humanidad que nos caracteriza a todos y a todas.

—El mundo tampoco ha cambiado tanto, somos nosotros quienes lo hemos hecho.

La respuesta de Alexander fue desterrar a la Sacerdotisa fuera de sus dominios. No la condenó a muerte por la protección férrea de una Diosa que jamás la abandonaba.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.