Cronorevolution: un esclavo en las Provincias Unidas

Capítulo 17

No tendría sentido, ni serviría de mucho, correr y tratar de huir. Tampoco creo que estemos haciendo nada malo, puesto que no estamos conspirando contra la Diosa ni contra su comunidad. Solo estábamos…buscándola. La veintena de personas ocultas tras sus ropajes negros se han girado hacia nosotros formando un círculo, acorralándonos. Desde las galerías y corredores llegan los ecos de pasos que resultan ser guardias puesto que portan grandes armas de fuego.

—Vaya, creía que la Diosa predicaba la paz. —Siempre tengo que hacerme el valiente en ocasiones donde no es la mejor idea. Paris se mantiene callada, con cara de preocupación. Nos descubrimos y dejamos a relucir nuestras caras.

—Y lo hace, chico. —dice Diego Márquez mientras se descubre—Pero tampoco vamos a dejarnos matar del todo. ¿Qué demonios estáis haciendo aquí y cómo…? ¿Me habéis seguido?

—¿Los conoces? —La Sacerdotisa se dirige al contrabandista, desde el altar. Puedo ver cómo mueve los labios a través del pañuelo y, por primera vez, alcanzo a distinguir mejor sus ojos, claros y brillantes.

—Ella—señala Diego—es Paris Stonecraft. Seguro que le suena el apellido. Pertenece a una de las familias de la élite de Nueva América. Su padre trabajó durante casi toda su vida para la mafiosa y tirana Tecnofield Science Company. Creo, excelentísima Sacerdotisa, que sabe muy bien de quién estoy hablando…

—Diego, ¿qué quieren de ti estos dos jóvenes?

—Buscaban información. Libros.

—¿Han llegado hasta aquí por tu culpa, entonces?

—No, señora Sacerdotisa—interviene Paris defendiendo al contrabandista—Nosotros tan solo buscábamos con ahínco a la Diosa desde hace bastante tiempo…y ella misma nos ha alumbrado el camino hasta aquí. —Buena jugada, Paris. Apelar a la emoción y al sentimentalismo, tal y como lo hace la religión de la Diosa, puede echarnos una mano.

—¿Y el muchacho?

—Es su esclavo.

Un rumor recorre la sala tras las palabras de Diego. Intento no poner el oído, pero son críticas hacia Paris por ser una esclavista. Paris se siente intimidada, no sin razón, y junta sus pies hacia mí.

—Tranquilos. La Diosa es todopoderosa y proveerá de protección y salud a quienes le profesan sincera devoción. Estos dos chicos nada hacen temer a esta Sacerdotisa ni a la Diosa. Que suban aquí, por favor.

La Sacerdotisa nos hace un gesto y los creyentes, con reticencias, rompen su formación y nos dejan vía libre hacia el altar. Vuelven a sus asientos, aunque los dos guardias armados custodian la única salida del templo. Cierro los ojos cuando Paris y yo estamos al lado de la Sacerdotisa. Los mantengo cerrados porque me siento ridículo en lo que parece ser un escenario, mientras decenas de pupilas ponen su objetivo en mí. No me gusta sentirme observado. También por el olor. El que desprende la Sacerdotisa. Me transporta a la infancia, a la plantación de algodón. Huele como el recuerdo que tengo de mi madre. Huele como la casa de Greg Gordon. Huele como olía aquel bar del pasado, en la revuelta de esclavos. Tan profundo, suave y embriagador que es imposible de olvidar. Huele a orquídea.

—Hoy. En el presente. La Diosa nos ha galardonado no solo con una boda, sino con dos nuevas almas. Con dos bautizos. —La Sacerdotisa continúa su homilía mientras camina entre Paris y yo, inmóviles y de pie, ante la comunidad de la Diosa. —Recordad los escritos, cuando se nos advertía de la época oscura de traiciones, delaciones, corrupciones, redadas y derrotas. Recordad que las mismas escrituras nos anticipan la victoria, la luz, el paraíso, la vida…que todo ello se abriría paso, lenta e inevitablemente, en torno a las puras almas humanas. Al espíritu que aprisiona cada uno de nuestros cuerpos, más allá de lo material que poseamos. La Biblia hablaba de nosotros, los elegidos por la Diosa, como continuadores de su legado y como transformadores del mundo. Por eso, esta noche, Paris y…—Le susurro mi nombre—y Eric…están aquí con nosotros, entre nosotros, para convertirse en uno más de nosotros. Por primera vez y para siempre. La Diosa, que es omnipotente, integradora y cohesionadora, da su calurosa bienvenida a todo aquel que la cree, busca y la saluda.

—¿Creéis en la Diosa, única, verdadera y auténtica? Poneos la mano en el corazón y, si sentís el latido de la Diosa en él, decid en voz alta y clara: ¡Sí, creo!

Paris y yo dudamos un segundo. Seguramente ella lo ve como una manera de salir de aquí con vida, sanos y salvos, aunque llevemos con nosotros un secreto demasiado peligroso. Pero yo…, desde que he escuchado a la Sacerdotisa, creo ciegamente. La Diosa es la respuesta a todas mis preguntas. De dónde vengo, a dónde voy. Por qué soy esclavo. Quién era mi madre. Dónde está mi libertad. La Diosa es la única que me puede conceder, a mí y a todos mis compañeros esclavos, la libertad real. Paris solo puede esconderme en el tiempo y hacerme creer que esa es la libertad. No quiero morir como un fugitivo. Prefiero morir luchando, en otra revuelta. Quiero cambiar el mundo, aunque sea una utopía, porque es lo justo y necesario.

—¡Sí, creo! —Digo alto y claro, alzando mi puño y dejando ver mi pañuelo. Ruidos de sorpresa se escuchan entre los asistentes. Yo desato el pañuelo y lo extiendo, arrugado. —Cuando mi madre murió, apenas tenía tres años. Una Biblia y este pañuelo eran sus tesoros más valiosos y yo los heredé sin saber qué significaban. Hoy, todo cobra sentido. Ella era esclava y creyente. Nunca pudo enseñarme las hazañas, los milagros y los ideales de la Sacerdotisa y la Diosa, pero sé que estaba segura de que lo conseguiría. ¡Sí, creo, en la Diosa única, verdadera y auténtica!




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