Cronorevolution: un esclavo en las Provincias Unidas

Capítulo 23

—¡La Sacerdotisa es del futuro! —Vuelve a repetir Paris con más efusividad cuando aparecemos en el taller del señor Stonecraft. Ella se ha incorporado muy rápido, yo todavía tomo aire.

Paris sale a toda prisa de la cabina de cristal. El centro de control parpadea con unas luces de colores rojas y verdes. Su padre no está. Pero ella parece como hipnotizada, con la mente perdida, atando cabos sueltos. Luego tendrá que explicarme, porque yo no entiendo nada.

—¿Cómo puede ser posible, Paris? ¿No será que nos cruzaremos con ella en otros saltos y ya?

—No, Eric. Es del futuro. Simplemente, lo sé.

—¿Y si en realidad fuera la enviada de la Diosa a la Tierra? Con poderes…y todo eso.

—¿Eric? —Paris pone los ojos en blanco. —Eso es más descabellado aún. La religión solo sirve para controlar. La Diosa nos da unión, esperanza, futuro. Y eso es lo que necesitamos creer. Por y para eso ha servido, desde siempre…

—¿Qué hacemos ahora?

—Pedir explicaciones al único que sabe quién es esa mujer: mi padre.

El cerebro de Paris está funcionando a toda máquina y sus palabras salen desbordadas de su boca. A mí me duele la cabeza, también la herida de la ceja, ya cerrada, y estoy agotado físicamente. Solo me alivia el saber que estamos en casa, fuera de peligro. Es una sensación muy angustiosa estar atrapado en un espacio y en un tiempo que no te pertenece, sabiendo que no puedes regresar. He cumplido, en definitiva, con el propósito para lo que fui comprado. Proteger a Paris. Y me siento realizado, como que he servido para algo. Pasé un mes entero en esta casa sin hacer nada, desperdiciando días valiosos, pero he aprendido mucho con Paris y su padre. Y eso ha hecho que cambie mi pensamiento sobre la élite, la esclavitud y las Provincias Unidas. La libertad también está en el conocimiento, y la tengo cada vez más cerca. Lo presiento. Además, aunque no lo suficiente, hemos progresado en la investigación, porque Paris ha conseguido algunas pistas sobre lo que sucedió en el Colapso y cómo era la vida después de él.

Nos topamos con Matt Stonecraft que, sin su bata blanca habitual de tecnocientífico, baja acelerado las escaleras hasta el sótano.

—¡Al fin, Paris! ¿Estáis bien? —dice antes de abrazar con todas sus fuerzas a su hija. Ella no responde de forma tan cariñosa. —Ha pasado un día entero, no podía rastrear vuestras señales para obligaros a volver y me temí lo peor… ¡Iba a usar el otro prototipo de máquina para ir a buscaros! Os habéis perdido la noche de año nuevo…

—Está todo bien, papá. Eric y yo sabemos cuidarnos.

—No habéis ido a Colapso, ¿verdad?

—Ha faltado poco, señor Stonecraft. —Le digo.

—Lo importante es que ya estás aquí. Gracias al cielo. —Vuelve a abrazarla.

—No, gracias a la Diosa. —Apuntilla ella.

Subimos al salón donde Paris y yo bebemos mucha agua y comemos algo, ante los ojos atentos de su padre. Paris apura su plato recalentado de pasta y veo en sus gestos la necesidad de empezar con el interrogatorio.

—Papá, hay una mujer de nuestra época atrapada en los años posteriores al Colapso y sé que tú tienes algo que ver con ella.

—¿La habéis visto? —Matt reacciona de forma agresiva. Casi se le salen los ojos de las cuencas. Se acerca a nosotros y nos zarandea del brazo. —¿Habéis estado con ella? ¿Cómo está? ¿Qué dice?

El señor Stonecraft es un tipo misterioso e interesante, más de lo que aparenta tras esa imagen aburrida que tiene y más de lo que cabría esperar por su vida rutinaria de tecnocientífico. Posiblemente sea quien ha inventado la máquina más trascendental de la humanidad y no la ha vendido para hacerse asquerosamente rico, ni a las Provincias y ni a ninguna Compañía. A pesar de sufrir presiones para continuar con su trabajo, a pesar de ser abandonado por su mujer y tener que criar solo a una hija. Y ahora nos confiesa indirectamente que Paris tiene razón. Que la primera Sacerdotisa es del futuro y que él la conoce.

—Juro que intenté ir…por ella…cuando las cosas se calmaron y devolverla a esta época, pero…era tarde. Las Compañías ya estaban vigilándome…—Paris y yo no le comprendemos. Habla rápido y se come palabras. Si no se serena no va a poder explicarse. —Lo sabía. Sabía que…que llegaría este momento. Sabía que tarde o temprano, pasaría. Igual que sabía que hallarías la carta de tu madre...

Paris ayuda a su padre a sentarse en el sofá. Tiene la mirada perdida y está temblando. Tiene miedo y se lo veo en el rostro. Le traigo un vaso de agua y nos sentamos frente a él.

—Llevo desde entonces preparándome para esto…pero no sé si lo estoy.

—Tranquilo, papá. No te vamos a juzgar. Las cosas pasan como pasan, no tienen más. Nosotros solo…tenemos saber quién es esa mujer. Es muy importante.

—Estudiaba Tecnociencia Física Cuántica en la Universidad de Nueva América. Allí conocí a Logan, un amigo, y nos interesamos por los agujeros de gusano y la posibilidad de que estos transportaran la materia en el espacio-tiempo. Los proyectos tecnocientíficos eran la base de la Universidad y queríamos proponer algo que nos diera reconocimiento. Pero la Diosa y la Sacerdotisa golpearon con fuerza la ciudad, especialmente a los jóvenes estudiantes. Éramos idealistas, soñábamos con otro mundo más justo. Hicimos un buen grupo de amigos seguidores de la Diosa, cada uno de una disciplina científica distinta, y luchamos ciegamente por la paz, la igualdad y la libertad. Allí estaba ella, tu madre…Realmente íbamos en contra del esclavismo y en favor de los derechos y libertades de los esclavos de unas Provincias Unidas corrompidas hasta el tuétano en sus estructuras básicas. Buscábamos la utopía. La rebelión del 168 vino por todo eso. Los días de huelgas, protestas, enfrentamientos con la Policía Provincial y demás terminaron por separarnos a todos y todas. Una chica, Karen Lane, murió por una paliza de dos policías que se ensañaron cruelmente con ella. Unos volvimos a nuestros estudios, renegando de la religión, mientras que otros tuvieron que huir u ocultarse lejos de la ciudad. Y todo cambió el día que Eric me visitó.




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