Es una auténtica locura. Abajo, en el salón, Edgar y Paris hablan plácidamente y yo, en el cuarto de baño, tengo a otra Paris que me pide y tiene toda mi atención.
—Viajes en el tiempo ¿recuerdas? —Dice ante mi cara de asombro. Aunque lo entiendo, no es fácil de asimilar. —Da igual, no hay tiempo. Eric, la cosa se va a poner fea. Isaak Backer se cabreó mucho al enterarse de que lo habíamos engañado y pudo encontrar algo sobre mí: qué estudiaba y dónde vivía. Se lo contó todo a Edgar cuando este contactó con él para solucionarlo…Para colmo, el profesor Meyer, en quien tanto confiaba, declaró ante las autoridades, inculpándonos a los dos de un delito de rebelión y de robo de datos digitales. La Policía Provincial está a punto de llegar a casa para registrarla y arrestarnos. A ti y a mí.
—¿Y qué pasa con Edgar?
—Ahora mismo el bastardo de mi exnovio me está avisando de todo esto que te estoy contando. Me va a pedir que me vaya con él, porque la familia Scofield puede protegerme. Me está pidiendo, en este momento, que en caso de juicio puedo echarte las culpas a ti, que solo eres un esclavo.
—Pero… ¿tu padre? ¿La máquina del tiempo?
—Me temo que no podemos hacer nada, por ahora. Los Scofield y las Provincias no creen que esté implicado en nada, así que lo importante es que huyamos.
—¿Qué tengo que hacer? —Pregunto, nervioso.
—Todavía tenemos unos minutos. Los Scofield se quedarán con la propiedad de la casa y todo lo que contiene, así que tenemos que sacar todo lo que podamos.
Con disimulo corremos hacia el cuarto de Paris, donde ella traspasa toda la información de su computadora a un pequeño dispositivo de almacenaje. Hay que asegurar el proyecto de investigación. A la vez cojo algo de ropa, la Biblia de mi madre, la pistola y las coloco en mi mochila. La Paris del futuro me entrega el objeto metálico de almacenaje.
—Protege esto con tu vida, Eric. Lo necesitamos.
—¿Estás diciendo que voy a morir?
—¡No! Estoy diciendo que es muy valioso. No puede caer en las manos incorrectas.
—¡Eres del futuro! ¡Dime qué va a pasar! ¡Qué tengo que hacer!
—De momento, baja ahí y tumba a Edgar con un puñetazo. Cuando estéis en el aeromóvil huid en dirección opuesta al acantilado. Tenéis que salir de la Provincia Unida Americana.
Estoy temblando, pero me lleno de valor para hacer lo que me pide. Hemos hecho enfadar a dos monstruos dormidos y ahora vienen a por nosotros: las Provincias y la Tecnofield Science Company. No sé cómo vamos a salir de esta. Que la Diosa, todopoderosa, nos eche un cable.
—Ah, y Eric, no se te ocurra besarme cuando los disparos hayan cesado. —Me advierte mientras la neblina blanca se la está llevando. —No es un buen momento. —Desaparece.
Bajo las escaleras de dos en dos. Edgar está gritando a Paris, muy cerca de su cara, mientras le agarra una de sus muñecas. Ella está forcejeando para zafarse de él, pero no puede. Cierra los ojos a cada grito de Edgar. Llora.
—¡Ven conmigo! —Le chilla.
—¡No! ¡Suéltame, suéltame Edgar!
El escándalo ha atraído al señor Stonecraft que llega desde su taller preguntado qué ocurre y dos segundos después está intentando despegar a Edgar de Paris.
—¡Apártate de ella, mamarracho! —Lo amenazo. Siento una furia en mi interior que desea darle lo suyo a Edgar Scofield. Este capullo siempre lo ha estropeado todo. No sé cómo Paris puede estar enamorada de él.
—¡Tú! ¡Tú eres el culpable! —Me señala con el dedo. —Tú has adoctrinado a Paris y le has hecho soñar con fantasías que no son más que cuentos. Tú debes pagar con tu vida todo el mal que has causado. ¡Un sucio esclavo!
No aguanto más. Corro hacia él que, asustado, suelta a Paris, y salto para impulsar mi puño sobre su cara. Noqueado, retrocede, pero le arrojo el otro puño a la altura del cuello. Cae inconsciente al suelo.
—¡Que te calles ya! —Le grito cuando no puede oírme.
Matt y Paris me miran, boquiabiertos.
—¡Viene la Policía Provincial! —Es mi aviso al señor Stonecraft que se levanta rápido del suelo, donde había quedado con Paris al forcejear con Edgar.
—¡Tenéis que iros! ¡Lleváis la máquina con vosotros! —Nos dice, señalando el reloj de pulsera que todavía lleva puesto Paris. —Destruiré todo lo que pueda…
—¡Papá!
—Es mi deber, Paris. Una vez fui un cobarde. No lo seré dos veces. No me lo podría volver a perdonar.
Se funden los dos en un efímero abrazo y el señor Stonecraft desaparece. Paris me mira, asustada. Le tiro la mochila con las pocas pertenencias que ha recogido para ella la otra Paris y corremos hacia el garaje. Ella arranca el aeromóvil y salimos disparados hacia el cielo de Nueva América. Se escuchan unas sirenas y en el horizonte, acercándose, haciéndose cada vez más visibles, aeromóviles de la Policía Provincial totalmente negros con luces verdes intermitentes y cegadoras.
—¡No! —Le digo—¡Gira! ¡Hay que huir hacia el norte! —Ir hacia el acantilado pondría en peligro a la comunidad de la Diosa.
—¿Cómo diablos lo has sabido?