Solo el sonido continuo del reloj evitaba que el silencio se apoderada de nuestro alrededor, el ruido repetitivo simulaba a los latidos de un corazón tal y como si se esperaba el nefasto final que se acercaba. Como si la muerte golpeara con sus huesudos dedos el frio cemento de la habitación.
Levante mi mirada con gesto cansado, y una frialdad de la que comenzaba a acostumbrarme, lo que un principio este tipo de situaciones me provocaban temor y odio ahora casi se me hacían indiferentes. Posé mi atención sobre aquel grupo de vampiros que nos rodeaban, luego sonreí notando la diferencia entre ellos y nosotros, esto provocó que sus rostros se deformaran a una mueca de espanto al darse cuenta de que el que sonriera significaba que sus destinos ya estaban marcados. Fernando les había arrancado la cabeza a dos de ellos segundos antes y la sangre aun corría fresca de los cuerpos decapitados. Retrocedieron mirándose mutuamente, como si toda aquella gallardía y rebeldía que mostraron en un inicio contra mí se hubiese disipado al ver morir a quienes los lideraban.
—No recuerdo cuando fue la última vez que me llamaron "puta" —murmuré levantando las cejas.
—Creo que fue hace unas semanas —respondió Fernando con su habitual tranquilidad, que contrastaba con la sangre que le había salpicado en el rostro.
—Gracias —le respondí con ironía mientras que él al escucharme sonrió—. Si lo recuerdo, les dije a esos vampiros que debían respetarme... aunque fue en vano pues no sé si eso les sirve mucho después de la muerte...
Dirigí mi atención hacia los traidores que estaban en frente de mí. Retrocedieron aún más, el sudor corría por sus rostros y hasta podía sentir su agitada respiración. Uno de ellos trato de hablar, pero fue acallado por su compañero.
—¡Nunca aceptaremos que una convertida sea nuestra líder! —gritó a pesar de que temblaba—. ¡Nosotros no...
Guardo silencio al darse cuenta de que había endurecido mi mirada, aunque también podía ser por el hecho de que la daga Aeternus que sostenía en mis manos se acababa de convertir en mi hoz asesina. Sentía mi sangre correr en una especie de odio y ansiedad de la que ya había comenzado a acostumbrarme.
—Acabemos ya con esto —suspiré fastidiada.
Levanté la hoz y corriendo contra ellos la giré a ambos lados, lista para detener sus ataques, pero ambos impávidos no hicieron ningún intento de detener a la muerte que se les venía encima. Sus cabezas rodaron por el piso a la vez que sus cuerpos sin vida caían ruidosamente.
Sin voltear para ver lo destruida que había quedado la sala con muertos y sangre en el piso, levanté mi mirada hacia el techo realmente muy molesta. Apreté los dientes buscando a alguien que sabiendo que estaba cerca no podía verlo.
—¡¡Sefiros!! —grité con rabia—. ¡Se que estas aquí, puedo sentirte!
Apenas había terminado de hablar, frente a mí, apareció aquel vampiro que ya comenzaba a maldecir. Su cabello oscuro, largo y extremadamente liso caían ordenadamente sobre sus ropas; de ojos azules y mirada rebelde solo sonrió con sarcasmo ante mi severo rostro.
—Una señora tan bonita no debería tener ese tipo de miradas — agregó.
—Guarda silencio —mascullé un poco incomoda ante aquella especie de "halago"—. ¡¿Quieres explicarme el por qué la guardia dejo entrar a estos hombres a atacarme?! Ya ni siquiera recuerdo todas las veces que han venido estos traidores y tú y tu gente los dejan acercarse...
—Solo queremos que se haga más fuerte —respondió sin borrar esa sonrisa que comenzaba a detestar.
—Matando vampiros no me haré más fuerte —indique bajamente moviendo mi cabeza hacia los lados—. Eso solo hizo que empezara a volverme insensible e indiferente ante la muerte de esos tipos...
Noté sus intenciones de decir algo, pero lo detuve con brusquedad sin ocultar lo fastidiada que me sentía con esta situación.
—Te advierto que si esto vuelve a pasar te relegare de tu cargo
—Muy bien, mi bella dama, mis hombres y yo no permitiremos que un traidor pise estos terrenos y se acerque a usted —agregó sin dejar de sonreír inclinando la cabeza, no sé si con ironía o realmente por lealtad.
Solo lo miré en silencio un segundo, antes de retirarme de aquella destruida sala, el despacho de Sebastián que ahora debía usar para leer los documentos que llegaban a mis manos, muchas veces sin entender que hacer con ellos, ayudada por quien ahora caminaba siguiendo mis pasos, Fernando.
—¿A quién se le ocurre ponerle a su hijo el nombre de Sefiros? —indique suspirando con fastidio.
Es una pregunta tonta, pero necesitaba descargar mi disconformidad de alguna forma. Sefiros es quien está encargado de la guardia del clan, lo había estado durante el liderazgo de Sebastián y ahora lo estaba bajo el mío. Pero sentía que le gustaba fingir obedecerme y luego no hacer su trabajo, de seguro al igual que otros se oponía a quien ahora manejaba el destino de su clan.
Escuché la risa de Fernando. Lo miré con curiosidad, su expresión tranquila siempre resultaba ser el calmante de mi ira, no pude evitar sonreír y sentir que la molestia se esfumaba de mi pecho.
—Necesito descansar unos minutos —señalé.
—Velaré por tu sueño —respondió Fernando.
Que él se encargará de eso me hacía sentir más serena, ya que a diferencia de Sefiros, Fernando contaba con mi confianza.
—Pero solo será por una hora, no te olvide que hoy es el cumpleaños de Gloria Musteres, la tía de Cristóbal, y es una obligación que el líder del clan este presente.
Malas noticias. Detestaba tener que ir a este tipo de fiesta donde no conocía ni a la mitad de los presentes y debía tener la paciencia de saludar a todos los que me presentaban, entre algunos que me miraban asustados, otros con odiosidad, y otros fingiendo adorarme. Tanta mordacidad y mentiras agotaban. No era justo, si acepte ser la líder del clan fue para evitar la guerra entre vampiros y humanos, no para asistir a cada fiesta que existiera.