Cruzada de sangre

Capítulo 55

—Vaya —murmuró Samanta con sorpresa y luego sonrió con inocencia — mi querido prometido...

 

—Maldita —masculló Cristóbal apretando los dientes—. ¡Catalina, te dije que te alejaras!

 

Me gritó con rabia.

 

No lo entiendo, ¿por qué hay tanto odio hacia una persona como ella? ¿Acaso sabe algo que yo desconozco? Sin embargo, no puedo dudar de Cristóbal, siempre ha sido quien ha estado ayudándome, quien me ha salvado de las manos de Marcos, y quien alguna vez me quiso más que a una hermana. Noté la expresión preocupada de Fernando observando mis heridas, acababa de llegar, sin dudar se colocó al lado de Cristóbal. Este no era el momento de titubear y aun sin entender nada me moví con intenciones de obedecerle, pero antes siquiera de separarme de Samanta, se puso delante de mí con expresión triste y sin que pudiera decirle algo agregó.

 

—Lo siento —y se levantó hasta mi altura besándome repentinamente.

 

Abrí los ojos sorprendida ante la extraña muestra de cariño, y bien por la pérdida de sangre o no la oscuridad comenzó a devorarse todo lo que mis ojos veían, como si una especie de manto acababa de cubrir la luz y el ruido a mí alrededor. En medio de la oscuridad aparece poco a poco la Luna llena en lo alto, que refleja su luz sobre un claro vestido que llevo puesto. Sin saber aun que pasa repentinamente una espada negra me atraviesa el pecho, el dolor es horrible, y aunque doy un grito no se escucha nada, no sale mi voz, intento una y otra vez pedir auxilio. Ante el dolor y la agonía caigo de rodillas al piso, mi vestido comienza a mancharse de color rojo, mi sangre corre y empieza a juntarse bajo mis pies. Una luz desciende y veo a un bebé de cabellos oscuros que llora desesperado, por alguna razón siento la necesidad de protegerlo, pero no puedo. Mi sangre llena la habitación, hasta que todo se borra en la oscuridad nuevamente. Y solo la silueta de un hombre que se queda observando al bebé llorar se queda en mi cabeza. El silencio, el llanto y un grito horrendo de aquel hombre hacen que abra los ojos encontrándome en el vacío. No hay nada alrededor ni arriba ni abajo de mis pies. Camino sin orientación, el silencio y la oscuridad siguen presentes, hasta que una luz se abre frente a mí. A lo lejos veo una joven mujer parada en lo que parece ser una colina, pero cuando la luz ilumina con mayor claridad veo muchos cadáveres bajos sus pies. Voltea y me mira con una expresión desalentadora, mientras toma la daga Aeternus transformándola en la espada de la justicia y dando un grito se lanza contra un hombre cubierto con una capucha oscura que sostiene una oscura espada.

 

—¡Ambos deténganse! —gritó escuchando como mi voz se pierde entre el follaje del jardín, dándome cuenta de que la visión acaba de desaparecer. El sudor frío corre por mi frente, ese hombre de la capucha oscura sé que es Víctor, pero esa mujer... no puede ser—. ¿Es mi hija?

 

Observó a Samanta que me mira preocupada.

 

—No fue un sueño, son mis pesadillas, es el futuro, tu futuro —responde arrugando el ceño.

 

—¿Por qué me muestras esto? —le preguntó

 

—Porque después no querrás escucharme, me odiarás tanto que desearás mi muerte —sonríe bajando la mirada.

 

—Samanta...

 

—Vete con ellos

 

—¿Pero...

 

—¡¡Vete!! —me grita amenazante.

 

Levantó su brazo, y sin golpearme usando una especie de ráfaga, me lanzó contra Cristóbal y Fernando, quien me sostuvo antes de caer. Cerré los ojos notando que aún no logro recuperarme del todo de las heridas provocadas por Ellen, aunque me esperaba que eso fuera así. Samanta comienza a hablar y la observó con seriedad confundida aun por su forma de actuar.

 

—A veces quien protege actúa de forma cruel, nunca sabes si los demonios son realmente quienes protegen y los ángeles quienes destruyen.

 

No entiendo que quiere decir. Samanta sigue ahí en silencio, sonriendo, como si se tratara solo de una niña. Extrañamente un frío violento empieza a correr dentro del jardín. Y su dulce sonrisa se transforma en una desquiciada sonrisa, cuya maldad ahora fluye con libertad.

 

—Si quieres proteger a quienes amas ¿es malo tener que matar para lograr hacerlo? —sin embargo, aun cuando su mirada parece ser más dura, hay un dejo de tristeza que me perturba.

 

—Maldita —dice Cristóbal apretando los dientes—. ¡Tu asesinaste a Elizabeth!

 

Lo quedo mirando pasmada sin creer en sus palabras ¿Samanta? No lo creo, ella no podría, ¿Por qué decía esto? eso no era cierto. ¿Samanta es la culpable de la muerte de Elizabeth? Guardó silencio con su mirada fija solo en mí, su tristeza me paralizaba, ¡¿por qué maldita sea no lo niega?! Muevo la cabeza dolorosamente sin creer que aquella chica de dulce sonrisa resulte ser la asesina que buscamos, todo debe ser un mal entendido, de seguro ella lo explicará.

 

—Si... —voltea de repente mirándolo con indiferencia—. Yo fui quien asesino a esa mujer.

 

Entrecierro los ojos sin creer lo que acabo de escuchar, no sé si sentirme traicionada o engañada es doloroso creer que fingió siempre que estuvo con nosotros. Cristóbal apretó los dientes mientras sus colmillos comenzaban a aparecer. Es claro que el odio comienza a consumirlo, sobre todo ante la mirada desafiante y la burlesca sonrisa que se asomaba en los labios de Samanta, al declarar que es la asesina de Elizabeth no hay arrepentimiento en su voz ni en su rostro, sino todo lo contrario como si estuviera hablando de quien hubiera matado a un insecto cualquiera.

 

—Tenía que proteger a los nuestros —musitó.

 

—¡Eres una...

 

—Si me escucharas entenderías —Samanta lo interrumpió con los ojos cerrados—. La premonición de mi abuela siempre nos era recordada, para nosotros los del Clan Nigrum lupum desde los inicios nos es designada la tarea de detener las premoniciones que aparecen frente a las mujeres del Clan. Pero había un detalle en dicha premonición y muchos cometieron un error al interpretarlo, hablaron de un hijo de hibrido con un vampiro, cuando no era así.




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