—Angela Figueroa, era su nombre —señaló Maximiliano rompiendo el silencio ante aquel horrible cuadro—. No era un vampiro puro, era una humana convertida, mujer, dieciocho años, aunque su apariencia le hiciera verse mucho más joven. Fue una de las primeras humanas desaparecidas, pero como dejó una carta de suicidio y su familia no estaba muy preocupada por ella no fue denunciada su desaparición, hace solo días unos amigos de ella fueron a la policía a declarar su desaparición. En cuanto vi su informe y recordé las descripciones que me habías dado de esa "niña" que guiaba a los ragazes supe que se trataba de ella.
—Pobre mujer... —murmuré—. Quien la mató pudo haber sido su ¿Amo?
—No estoy seguro, solo sé que quien escribió esta amenaza es el mismo que envió la invitación anteriormente, es la misma letra —habló revisando el papel.
Me mordí los labios con inquietud ante esa amenaza ¿Es que acaso planean seguir matando a más seres humanos y vampiros? Poco a poco comenzó a caer la nieve, pequeños copos que se esparcen sobre la nieve manchada de la sangre de aquella vampiresa. Maximiliano se acercó al cuerpo desmembrado examinando cada detalle y a su alrededor, tal vez en busca de algunas pistas. Yo en tanto me enfoqué en mirar al cielo buscando una respuesta que ahí no encontraría.
—Veo que la situación se está complicando aún más —escuchamos una voz y ambos giramos encontrándonos de frente con Grigori. Quien avanzó contemplando con indiferencia el cadáver.
Maximiliano lo observó en silencio con seriedad, no parece sentirse cómodo con su presencia, enfocando su mirada en el símbolo del uniforme de Grigori.
—Catalina, ven a ver esto —me indica el vampiro detective.
Sobre un tronco con indicio de sangre están escritas las palabras “Rache”.
—Venganza —musita Grigori y me giró confundida hacia él por lo que acaba de decir.
—Es alemán, “rache” significa venganza,
Pero una sombra cruzó sobre nuestras cabezas haciendo que me sobresaltara llamando la atención de Maximiliano.
—¿Pasa algo? —preguntó mirando hacia el lugar donde seguía con mi atención.
—Algo acaba de cruzar sobre nosotros —señalé girando hacia mi espalda encontrándome de frente con aquella joven chepuma, de nombre Millaray.
La actitud amenazante como se presentó provocó que Grigori se moviera atacándola y ella en forma defensiva actuara de la misma forma, sin pensarlo me atravesé entre ambos gritándoles que se detuvieran. Pero en vez de mi voz se escuchó solo el ruido de las aves, que chillaron huyendo y haciendo que todos los presentes sintiéramos que algo estaba a punto de pasar. La tierra se sacudió con violencia, sin embargo, no fue eso lo que nos inmovilizó, sino el aire de maldad pura que rodeó el lugar. Tal como si las piernas se nos paralizaran.
—Tenemos que salir de aquí —indicó Grigori apretando los dientes y mostrando sus colmillos amenazantes a la joven cazadora chepuma.
—¡Esperen un momento! —exclamó Maximiliano mirando a ambos lados—. Y luego alzó su mirada hacia las montañas—. Es un derrumbe, el temblor provocó un derrumbe ¡Muévanse rápido en dirección al pueblo!
Y así lo hicimos, nos movimos con rapidez corriendo contra la montaña, pero el temblor tampoco nos permitía movernos con agilidad. Una roca en medio del camino nos retrasó, y con ello la nieve que nos seguía atrapándonos y llevándonos con ellas mientras dábamos vueltas sin ya saber en dónde estaba el cielo o el suelo. Vi a Millaray perder el sentido, y es entendible, como humana tiene menos resistencia que nosotros, por lo que como pude la agarré del brazo acercándola a mí y rodeándola con mis brazos sin poder salir del derrumbe que nos arrastra en una eterna agonía.
Desperté de golpe, respirando agitada encontrándome recostada en una sencilla cama cubierta con una manta tejida de colores opacos. No puedo moverme, mi cuerpo parece estar paralizado y aprieto los dientes al darme cuenta de que de nada me sirve luchar para lograrlo. Una luz se acerca y ante la llama de la antorcha que se acerca a mi rostro arrugó el ceño sin imaginarme lo que podría esperarme.
—Los colmillos le dan un aspecto temible —musita una anciana y la quedo mirando confusa por la tristeza que se refleja en su rostro al decir esto—. Pobre alma condenada.
No entiendo que quiso decir con eso y solo me puedo fijar en su largo cabello blanco que lleva amarrado, y la cantidad de collares de caracoles y piedras que cuelgan de su cuello, su vestimenta de tonos rojizos le cubren hasta los pies. Y sus pulseras hacen ruido cuando me acaricia la frente sin borrar la compasión de su rostro.
—Ha despertado —exclamó un hombre de buena musculatura y con collares similares. Avanzó hacia mí y a la luz pude reconocerlo.
—Aukan —exclamé sorprendida y su seria mirada se posó en mi rostro.
—Líder de Clan Vis Erinys —inclinó la cabeza saludando, aunque su expresión fría me intriga, si tan solo pudiera moverme.
Intentó soltarme hasta que de repente siento como una fuerte descarga eléctrica que recorre todo mi cuerpo y desde un rincón, aun en la oscuridad veo a Aeternus agitarse hasta caer desde el lugar en donde esta hasta el piso. Aprieto los dientes conteniendo el dolor cuando aquel golpe de energía se ha detenido y sin entender observó a ambos que permanecen impávidos observándome.
—Sigue siendo más humana que vampiro —musitó la anciana y entrecierro los ojos al sentirme mareada por el dolor.
—¡Basta! —de improviso Millaray entra al lugar molesta.
—¿Hermana? Has despertado —Aukan de inmediato se acerca a revisarla, pero aquella se niega a sus atenciones y fija su atención en mí.
—Suéltala ¡Ahora mismo! —le reclamó—. Si sigues teniéndola bajo esas ataduras vas a matarla.