Desperté de golpe y agitada. Observé a mi alrededor, me encuentro en un extenso y oscuro jardín. Busqué a Millaray sin encontrarla extrañada me pongo de pie encontrando a Aeternus cerca de mí. Por lo menos mis heridas ya han sanado.
A lo lejos escuché un grito de dolor de un hombre. Respiré agitada ante aquellos alaridos. Avanzando por el extenso y abandonado jardín, en donde plantas secas cubren como un manto lúgubre el suelo resquebrajado produciendo ruidos secos con cada uno de mis pasos. Me detuve ante una enorme puerta y titubeante dirigí mi mirada hacia el jardín pensando si sería mejor seguir otro camino. Observando con mayor detención noto que no es solo un jardín, sino que es un viejo y abandonado invernadero, sin salida más que esa puerta. Los gritos del hombre volvieron a escucharse y tragué saliva sabiendo que no tengo otro camino más que ir al lugar desde donde provienen esos alaridos.
Caminé por lo que alguna vez pareció ser la casa de una familia, pero de vampiros, lo digo por los negros tapices, los escudos y las fotos acompañados de una tenue luz anaranjada. El deterioro luce por las desteñidas paredes acompañado de un silencio propio de la soledad de un hogar sin seres vivientes, salvó esos intrigantes alaridos de dolor. Me detuve ante la única puerta de ese pasillo y al abrirla vi al fondo una cama, un velador y una vela, una habitación simple separada por un enorme vidrio cerrado. Tal como esas salas de reconocimiento de criminales que usa la policía. Un hombre yace sobre esa cama, retorciéndose de dolor y gritando.
Guardé silencio, tragando saliva y con un nudo en la garganta poco a poco el terror comenzó a apoderarse de mí. Abrí los ojos sucumbida por el miedo de los recuerdos, viendo como aquel hombre, aquel ser humano se revolcaba gritando de una forma horrenda, agitándose en el piso, dando vueltas en contorsiones no comunes. Empezó a vomitar sangre, la cual no solo salía de su boca. De su nariz de ambos oídos y de sus ojos sangraba cubriendo su rostro y manos de sangre mientras no dejaba de gritar y escupir ya que la sangre coagulada lo ahogaba. Y peor aún fue cuando noté que esta además salía por todos los orificios que tenía aquel humano. Y mis recuerdos me empujaron a retroceder, a sentir que perdía el sentido, más cuando aquel volteó hacia mi gritando que lo ayudara vomitando sangre coagulada al piso.
"Es la conversión de un humano a vampiro" me dije retrocediendo, adolorida, avergonzada, porque no recordaba esa agonía, la desesperación, mi sangre cubriendo mi cuerpo, aquello que pensé que era mi transpiración, mis ojos rojos bañados de su propia sangre y mi grito horrorizado cuando sentí como mi cuerpo expulsaba sangre por todos los lugares por donde podía salir. Llevé mis manos a la cabeza, porque no había sido capaz hasta ahora de recordar cuando horrendo era, ¿Por qué no había podido recordarlo?
Y Millaray quien entró corriendo a la sala me agarró llevándome a un rincón y obligándome a inclinarme mientras con sus manos sostenía mi cabeza con fuerza juntando su frente con la mía.
—Catalina, no lo hagas, no hagas que esos recuerdos salgan de donde están, mírame, concéntrate en mi...
Pero los gritos extraños del hombre, un ruido como si se estuviera ahogando como quejidos de dolor obstruidos, no quitaban que mi cabeza se inundará de imágenes que no quisiera recordaba. Pero Millaray me obligó a mirarla gritando mi nombre.
—La mente a veces esconde aquellos recuerdos que nos podrían enloquecer, deja que esos se mantengan ahí, ocultos, no necesitas recordarlos, eso nada quitara lo que sufriste aquel día, nada, ni tu dolor ni tu miedo a morir —cerró sus ojos—. Cierra tus ojos también, tapa tus oídos, e intenta pensar en alguien que ames, en algo que haya valido la pena después de todo esto. Yo tengo a Nahuel, a mis amigos, tú tienes a Víctor Fuentes, a Cristóbal, a aquella rubia que siempre está contigo. Por favor Catalina bloquea los recuerdos de tu conversión porque si no podrías enloquecer.
Y cubrí mis oídos apretando los dientes, con angustia llorando sin poder evitarlo, pensando en Víctor, en todos. No sé cuántas horas pasaron, pero al fin aquel hombre se había quedado en silencio. Sentí a Millaray levantarse del suelo.
—Catalina, toma mi mano, no abras los ojos, buscaré la salida de este lugar —escuché su voz.
Apreté los dientes y aun ante su consejo abrí los ojos. Estupefacta y asqueada aquel hombre yacía muerto, con sus entrañas vomitadas, sus intestinos aun unidos a su boca, la cual estaba exageradamente abierta, sus ojos fueras de sus órbitas y con una expresión tan extraña que no parecía humano.
—¿Por qué? —volteó Millaray dolida al ver mis ojos abiertos.
—Porque necesitaba verlo, necesita saber... —apreté los dientes respirando agitada antes de tomar a Aeternus y apenas se transformó en la hoz la lancé hacía la oscuridad.
Y la risa de individuo que desde aquel rincón avanzó hacia ambas sosteniendo la Aeternus en sus manos nos obligó a retroceder y sentir que la situación estaba resultando más peligrosa de lo que habría imaginado.