Nos apoyamos bajo la sombra de un enorme árbol luego de intentar correr en el bosque en mis condiciones. El cielo empieza a cambiar su tono oscuro por la luminosidad del sol que comienza a asomarse. Millaray me contempla con atención y atenta mientras los suaves rayos de la mañana comienzan a rodearnos.
—He escuchado que es tu sangre la que ha permitido que algunos vampiros puedan andar bajo la plena luz del día —señala con una expresión molesta—. Lo único que protegía a los humanos del sol tu sangre ha roto esa protección...
Entrecierro los ojos intentando olvidar el dolor de la herida.
—Cuando tenía tres años intentaron matarme por esa misma razón —agregué—. Si quieres intentarlo es tu oportunidad, estoy herida y no tengo la energía para hacer emerger el poder de Aeternus.
Indiqué desafiante con mi mirada fija en su serio rostro. Desvió la mirada y suspiró.
—No, tienes un destino aun por cumplir, en las manos de los poseedores de las armas de Cadeum esta nuestra condena o salvación —indicó— pero...
—¿Pero? —alcé mis cejas.
—Pero tienes un presagio de muerte atado a ti. Una maldición de una vida que no es esta —Sus ojos se quedaron quietos en los míos.
Arrugué el ceño bajando la cabeza.
—Lo sé —y no quise explayarme más en aquel asunto.
—Francisca, nuestra líder, nos pidió si podíamos hacer algo, pero es demasiado poderoso para nosotros, los Chepuma tenemos habilidades de repeler mana oscura, pero en tu caso es una maldición de alguien demasiado poderoso.
Con esfuerzo me puse de pie.
—Por ahora aun no puedo morir —intenté sonreír, pero no pude lograrlo.
—No podemos acabar con ese presagio, pero por lo menos si podemos hacer algo con esa herida —se puso a mi lado tomando mi brazo y pasándoselo por el cuello con intenciones de ayudarme a caminar—. Aukan sabrá qué hacer.
—¿Aukan está aquí? —le pregunté, recordaba haber escuchado ese nombre.
—Sí, hemos armado un campamento en las cercanías, claro que protegidos por nuestros espíritus, ni los vampiros, ragacez, ni siquiera otros cazadores pueden percibirlo.
Avanzamos a medida que el sol se levantaba más alto, sino fuera por mi herida podríamos movernos más rápido, Millaray ha dicho que debemos aprovechar la protección del sol para alejarnos de Frederick porque de seguro nos buscara para matarnos.
—¿Sabes que Aeternus tiene un alma atada? —habló de repente la joven indígena.
—Sí —respondí—. El alma de Amanda Vendrell.
Refiriéndome a la joven vampiresa traicionada por su marido y entregada a una bruja para que creara la daga Aeternus.
—Puedo percibir desde tu arma, el dolor, rabia, pero también protección. Es usual en las tres armas de Cadeum, tres almas sacrificadas que buscan venganza, pero a la vez intentan proteger a su poseedor porque son parte de la misma alma condenada. Pero... ¿Por qué permitió Aeternus que aquel individuo la tuviera entre sus manos?
La contemplé durante unos segundos antes de responder.
—Aeternus nunca quiso que Frederick la tuviera, es él quien tiene mayor resistencia al rechazo del arma. Según me contó Rouse, su hermana, es que un ser les ofreció mayor poder y atar sus almas en vida a un arma, no sé si eso sea posible, pero creo que por ello es por lo que aquel tipo pudo resistir más el rechazo de Aeternus, pero cuando intentó asesinarme utilizándola, el arma por defenderme pudo liberarse de su control —entrecerré los ojos—. Le debo mucho a Amanda...
—Tú eres ella, y ella es tú. Amanda, Emilia y Catalina, tres seres distintos pero cuyo interior es el mismo, una sola alma para tres vidas.
La miré unos momentos confundida, aunque de cierta forma imaginaba que era así, el dolor de la traición del marido de Amanda, la indiferencia del clan de Emilia, por momento me duelen como si hubiese sido yo misma quien los sufrió, y aunque quise no ahondar en eso, siempre supe que era por esa razón.
—No todos los seres reencarnan. Quienes sí lo hacen, en cada reencarnación una de sus personalidades influye más que en las otras. Eso no quiere decir que los seres que no reencarnamos no tengamos una personalidad más fuerte que las otras, pero en tu caso cada una de ellas tiene la oportunidad de ocupar el lugar principal cada vez que vuelves a renacer —agregó con misterio.
—O sea...
—Amanda, representaba la maternidad, el amor, la protección. Emilia, la fuerza, la voluntad. Y tú Catalina eres el miedo.
Levanté mis cejas con cierto gesto irónico ¿El miedo?
—Es lógico, dos veces asesinada, dos veces traicionada por el hombre que amaba. Inconscientemente tienes miedo de morir otra vez de esa manera —estoy a punto de replicar, pero Millaray continuó—. Te has enamorado de quien una vez te asesinó, de aquel que una vez quiso destruirnos a todos, y...
—Víctor jamás me haría daño —detuve sus palabras con sequedad.
—Esa es tu debilidad, en tus vidas anteriores tampoco hubieras aceptado esto. ¿No has pensado que tu presagio de muerte no solo te ha perseguido en esta vida, sino que ha estado atado a ti desde Amanda? ¿No has pensado que la mano del hombre que amas será el causante de tu desgracia, otra vez?
—No —fijé mi mirada en ella—. Llámame obstinada, tonta, confiada pero no viviré pensando que Víctor un día vaya a traicionarme, no envenenaré mi alma atormentándome con eso, lo que venga a futuro lo asumiré como consecuencia de mis decisiones. Yo prefiero vivir y confiar, aun a pesar de que tal vez a futuro me arrepienta, no quiero vivir desconfiando en el hombre que ha estado a mi lado.