Cruzada de sangre - Linajes #2

Capítulo 47

Luego de mirar por última vez su cuerpo sin vida, me sequé las lágrimas con rudeza, volteé tomando la Aeternus con fuerzas en mis manos y la hoz enorme que apareció negra como el odio que me consumé parece estar lista para lo que viene. Siento su aroma, la sangre de Millaray aun en sus ropas y corro quitando de mi camino a cualquier vampiro que intenta detenerme.

 

Su aroma me lleva devuelta a donde están los Chepuma peleando con los vampiros. Cruzo corriendo entre ellos despejando el camino atacando a los vampiros que se atraviesen. Por unos segundo la mirada anonadada de Aukan se detiene en mí y abre los ojos como si comprendiera lo que ha pasado, en mi ropa llevo la sangre de Millaray.

 

—¡Acaben con todos! —grita con rabia dirigiéndose a su grupo.

 

Me alejó de ellos sintiendo más cerca a Frederick, sé que es una trampa y sus intenciones son atraerme hacía él, pero mi odio, mi ira, mi impotencia están sobre mi razón. No puedo dejar de pensar en la mirada, en las palabras, en ella, en la injusticia de que haya muerto en mis brazos sin poder hacer nada por ella. Esa impotencia que en estos momentos tanto detesto, en el odio que representa Madeho y el dejo de maldad que va dejando detrás suyo ¡¿Hasta cuándo?! ¡¿Acaso nunca será suficiente?!

 

Me detengo frente a la enorme sala anaranjada al sentir la presencia del vampiro, quien es claro que esperaba que lo encontrara, ya que no ha escondido su presencia como antes. Y es así, en el fondo de la sala veo a Frederick sentado en una especie de trono quien no hace más que aplaudir con burla al verme entrar.

 

—¿Te divertiste en la conversión de tu amiga? —pregunta levantándose de su asiento.

 

Apreté los dientes sin responderle.

 

—Supongo que por tu silencio ella no lo logró —alza los hombros—. Los Chepuma no resisten la conversión, es una lástima.

 

—Sabias que eso era así —reclamé con rabia, la había condenado a morir sabiendo que no tenía ninguna posibilidad de resistir la transformación hacía un vampiro.

 

—No me digas que te duele —se rio como si no lo creyera—. ¿te duele más el sufrimiento de un cazador que el de tus vampiros? ¡¿Qué de lo que padecimos los que fuimos niños a manos de esos enfermos psicópatas que hoy son tus aliados?! —se puso de pie molesto.

 

—No tienes ni idea de lo que estoy pensando —le respondí sosteniendo con mayor firmeza a mi hoz.

 

—No sientes hacia nosotros la misma compasión que sientes por una humana bastarda como esa —replicó modulando con rencor cada palabra.

 

—No, no siento ninguna compasión hacia asesinos ¿Cuántos vampiros no murieron por tus planes? ¿Cuántos humanos sacrificaste? ¿Cuántos cazadores mataste? Traicionaste a tus propios aliados matándolos para confundirnos —le dije recordando a la vampiresa que encontramos muerta en el bosque—. ¿Y así quieres mi compasión? No eres más que un asqueroso infame que merece el infierno.

 

Y dichas estas palabras me lancé corriendo con Frederick que me observa en forma agría sin inmutarse, como si se esperara ese ataqué, ya que sacó dos espadas listas para detenerme. Pero también yo esperaba esta reacción suya.

 

Y por ello, sin saberlo si funcionaría, sin él entender mis planes, coloqué la Aeternus en el piso apoyándome de ella para dar un salto mayor, para caer a sus espaldas. Y apenas se volteó le di un puñetazo que lo hizo caer al suelo. Con la empuñadura de la Aeternus ahora en su estado de daga lo volví a golpear con más fuerzas haciéndolo sangrar y retroceder, con la rabia moviendo mis brazos no detengo mis golpes y aquel solo retrocede con sorpresa aun anonadado por el ataque. Volvió a caer al suelo.

 

—¿Dónde está Madeho? —le pregunté agarrándolo del cuello de la camisa.

 

Me observó con ira limpiándose la sangre de la boca y cuando hizo el ademán de atacarme coloqué la Aeternus a centímetros de su cuello.

 

—¡¿Dónde está esa maldita bruja?! —repetí sintiendo como el fuego me quema las entrañas ante su silencio.

 

Me miró por unos segundos, sorprendido, pero luego comenzó a reírse sin detenerse, con carcajadas fuertes y burlescas.

 

—¡Deja de reírte! —le grité.

 

—Tú sabes que eso es lo que ella quiere, que vayas a buscarla, le tiene preparadas una tumba a cada poseedor de Cadeum —habló amenazante, con sus ojos fijos en mi esperando una reacción—. Pronto podrás estar al lado de esa humana por la cual has llorado tanto.

 

Me sonrió con ironía.

 

Ver esa sonrisa me descolocó, más cuando habla de la muerte de Millaray como si se tratase de su victoria. Con la ira nublándome la razón le di otro golpe más, y otro, y otro, como si no pudiera detenerme.

 

—¿Acaso crees que la vida de los otros es un juguete? ¡Que mierda tienes en la cabeza! —le grité dándole otro puñetazo.

 

Pero al ver como se comenzaba a reír volví a golpearlo una y otra vez.

 

El reflejo de la luz se proyectó en Aeternus y esto me hizo entrar en razón viendo como la sangre de Frederick bañaba mi mano. Lo solté y retrocedí sin que mi rabia aún se calmara.

 

—Me dan asco los vampiros que lloran por un humano... —agregó limpiándose la sangre de su rostro.

 

—Frederick Alcázar —hablé con voz gruesa—. Serás detenido y condenado por todas las muertes que has causado, pagaras cada una de ella en prisión, por cada una...

 

Me miró anonadado antes de empezar a reírse limpiando con su manga la sangre de sus labios.

 

—Lástima que no será así —dicho esto unos ragacez aparecieron de súbito lanzándose al ataque, logré esquivarlos, pero no logré evitar darme cuenta de que Frederick estaba detrás de mí y al sentir como me enterraba una daga en mi herida que aún no sanaba fue inevitable no inclinarme de dolor.




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