Es de noche, la hora concertada para la cita y nuestra presencia en aquella escuela al parecer ya es conocida por el resto de los cazadores quienes con seriedad nos vigilan mientras bajamos de los vehículos luego de cruzar un extenso jardín. Incluso la famosa Guardia Oscura los principales guardianes de este edificio conocido como La escuela Alexander Crisol, está presente. Por sus rostros notó que no a todos les agrada la idea de vernos aquí. Y tampoco mi propia guardia parece estar muy complacidos de esta en este lugar.
—Después de tantos años, es extraño ver de nuevo este lugar —indicó Víctor sin dejar de observar de reojo a los hostiles cazadores que parecen atentos a cada uno de nuestros movimientos.
Lo contemplé sin decir nada, recuerdo que me comentó que hace mucho vino acá a buscar enfrentarse con Nicolás haciendo énfasis que a pesar de que lo conoce desde niño su relación nunca ha sido buena. No puede dejarlo de culpar por la muerte de la anterior encarnación del líder de los cazadores, aquel hombre que fue quien lo sacó de su vacía infancia y le enseñó a pelear, a ser quien es y además le entregó la daga Aeternus, como una forma de devolver el arma a los clanes de vampiro.
—Hay que ser cautos —musité ante el tenso ambiente, Víctor movió la cabeza en forma afirmativa—. Rosa, Séfiros.
Ambos se acercaron a nuestro lado cuando les hablé, me observaron con seriedad, de seguro ya saben lo que les diré.
—Ya lo saben, estén preparados ante cualquier ataque inesperado, no midan fuerza si debemos defendernos —indiqué, aunque confío en la palabra de Francisca, la líder de los cazadores, no puedo sentir esa misma confianza hacia el resto de los clanes de cazadores.
El enorme edificio rodeado de luces permanece silencioso, solo una vez lo había visto, el primer día de clases de mi hermano y si antes me había parecido imponente hoy parece haber crecido mucho más.
—Señora —un hombre nos saludó cortésmente quitándose su sombrero, por su forma de vestir lo reconocimos, es el cazador que vimos años atrás, Antonio Yarel.
Lo seguimos en silencio por los pasillos de la escuela, de día debe ser un lugar muy distinto, bullicioso y lleno de vida. De noche las luces intentan iluminar el lugar, pero la oscuridad aún se presenta ocultando rincones, como si celosa resguardara secretos que no quiere revelar ante los intrusos. Los alumnos de esta escuela deben estar en sus habitaciones durmiendo, de seguro protegidos si hay intenciones de atacar de nuestro lado.
Pasamos cerca de dos enormes puertas que permanecen cerradas y luego cruzamos sobre un extenso pasillo que atraviesa el jardín y cuyos grandes ventanales son cubiertos por cortinas gruesas de color crema.
Avanzamos hasta detenernos frente a una puerta de madera. Antonio da dos golpes antes de abrir. En el centro hay una mesa ovalada y varios hombres y mujeres desconocidos que con cara de poco amigo nos observan molestos. Francisca suspira exasperada, al parecer acababan de tener una discusión.
—Por ahora dejemos esto hasta aquí —exclama la cazadora poniéndose de pie.
Uno de los hombres ancianos molesto da un golpe a la mesa.
—Jamás antes se había permitido en Crisol la presencia de un líder de esos vampiros asesinos —exclama sin contener su rabia.
Fijo mi mirada sería en aquel hombre. Francisca se atraviesa entre ambos.
—¡Eso ya lo discutimos, Yarel! —señala molesta—. Son mis órdenes.
El anciano vuelve a tomar asiento, apretando los dientes. La cazadora lo observa unos minutos antes de volver a darle la espalda y avanzar hacia nosotros.
—Disculpen el atrevimiento de uno de mis hombres —habla con humildad y cansancio—. Gracias por venir, acompáñenme a mi despacho.
Salimos del lugar acompañándola a unos pisos superiores. Caminamos por otro largo pasillo, para llegar a una enorme escalera de madera y elegante. Subimos avanzando curiosos ante la cantidad de retratos pintados que hay en el lugar. Al final de las escaleras, Nicolás, espera apoyado en la pared, y sonríe con ironía a la cazadora que solo mueve la cabeza de lado a lado.
—¿Fue un dolor de cabeza? —le pregunta a Francisca alzando las cejas.
—Sinceramente sí —responde suspirando.
—Ya sabes que a estos vejestorios no les gusta la idea de trabajar al lado de otros seres —indicó cruzando los brazos—. Alexander Crisol era un verdadero revolucionario en ese sentido a diferencia del resto de cazadores de su generación.
La cazadora le sonrió afirmando con la cabeza, aunque hay un leve gesto de tristeza que intentó ocultar. Nos hizo entrar a un despacho y luego cerró la puerta con cerrojo. Tomó asiento mientras buscaba unos papeles, luego se levantó buscando entre las carpetas que estaban en un librero.
—Espero que todo este viaje valga la pena —señaló Víctor rompiendo el silencio.
Nicolás bufó con burla.
—Pensé que las ratas te habían comido la lengua —indicó el demonio.
—No tengo tiempo para responder estupideces como esas —Víctor volcó su mirada sería a Nicolás.
—Basta —interrumpió Francisca dejando caer un gran archivador en el mesón.
—¿Qué es eso? —le pregunté alzando mi mirada a su seria expresión.
Tomó asiento y tensando su rostro. Colocó sus manos sobre la gruesa carpeta.
—La información de cada humano asesinado por vampiros desde 1760 fecha en que se empezó a registrar cada muerte. Registramos nombre, familia, en donde vivía, en donde fue asesinado y si se ha logrado determinar también el nombre de su asesino.
Nos quedamos en silencio sin entender sus intenciones al hablarnos de eso.