Cruzada de Sangre - Presagios #3

Capítulo 1

Las sólidas y frías paredes grises de la prisión de Gehenna se yerguen con solemnidad contra la pesada niebla de la mañana de invierno, dándoles un aspecto más intimidante de lo usual. Dentro de sí el silencio de los infinitos pasillos resulta perturbador, sobre todo al pensar que, en cada celda, detrás de aquellos gruesos barrotes, se encuentran los peores asesinos, enfermos y manipuladores que existen entre las criaturas sobrenaturales. La humedad impregna cada rincón, aun cuando la tibia brisa que recorre por el lugar indica la presencia de la calefacción. Es extraño, pero no me detuve en ese detalle, mi cabeza no tiene el tiempo para analizar la causa de aquel extraño fenómeno.

 

Unos ojos azules y penetrantes se detuvieron atentos a mi oscuro mirar, la curiosidad me llevo a examinar a la criatura que me observa con tanta atención. Una mujer alta, cuya altura llega a ser sobrenatural, de piel tan blanca como jamás antes he visto, de cabellos claros, y finas facciones; me observa sin expresión alguna. Lleva encima ropajes ligeros y ajados, maltrechos.

 

—Tenga cuidado —indicó el carcelero—. Esa mujer es un hada, no crea que su apariencia es lo que sus ojos le hacen creer, si la ve hermosa es seguro que ya la ha hipnotizado y en ese caso como consejo mejor corte el contacto visual.

 

Entrecerré los ojos sin responderle, aquella sonrisa burlesca parece haberse dado cuenta de aquella ingenuidad inconsciente que se escapa de mis manos. Aquella que trato de ocultar cuando estoy frente a personas desconocidas o que solo ven en mi a la inexperta joven líder del Clan Vis Erinys. Esta responsabilidad comienza a agobiarme poco a poco, sobre todo porque aún hay vampiros insurrectos que se oponen a seguir a alguien cuyas raíces son humanas.

 

—Hemos llegado —indicó el guía sacando una tarjeta de seguridad que pasó frente a la puerta, y luego dos llaves que giró a la vez.

 

El molesto ruido de los barrotes siendo absorbidos por las paredes colocó en el ambiente más tensión de la que ya existía. Ya han pasado cuatro años desde la última vez que nos habíamos visto, en el que solo recibí una respuesta de los correos que le enviaba. Sin embargo, no entiendo por qué esta vez ha aceptado mi visita cuando las otras veces se ha negado a recibirme, eso me preocupada temiendo prever las causas de dicho cambio.

 

Me observó con indiferencia y una frialdad que le da un semblante diferente del que quisiera recordar, tal vez engullida por el ambiente agresivo y lúgubre de este lugar. Sus cabellos caen desordenados sobre su rostro, y ya no usa aquellas cintas que solían darle un aire infantil. Sonrió levemente mostrando sus colmillos, mi rostro serio e imperturbable no le respondió, apesadumbrada por la mujer que tengo frente, como si toda aquella esencia que me recordaba a ella ha terminado por ser consumidos por los grises muros de este edificio.

 

—Te has puesto demasiado insensible —murmuró desviando su atención de mi.

 

Levanté las cejas con sorpresa, lamentablemente no es la primera persona que me lo ha dicho. No lo creo así, solo que he aprendido a evitar que mis expresiones delaten mis pensamientos ocultos. Sus ojos claro se posaron repentinamente sobre los míos con un dejo de desilusión.

 

—Samanta... —musité sin saber que decir.

 

—Es bueno verte a pesar de todo —me interrumpió bajando su cabeza—. Pero salgamos luego del asunto por el cual acepte tu visita, luego de eso no nos volveremos a ver jamás.

 

Apreté los dientes porque aun cuando me muestro indiferente me dolió escuchar sus últimas palabras. No me esperaba verla de esta forma, ni con esos ropajes blancos y viejos que la hacen ver más menuda y delgada de lo que la recordaba. Sufre en silencio en aquella celda que se ha convertido en lo único que tiene ahora como hogar.

 

—No digas eso —exclamé—. Si escuchar lo que tienes que decirme significa que dejaremos de vernos entonces me niego.

 

Me observó con sorpresa. Sonrió. Aquellos apagados ojos parecieron adquirir una repentina viveza.

 

—No es una decisión sobre la cual tu y yo podamos hacer algo —entrecerró los ojos con dulzura—. Pero... es bueno saber que detrás de esa mascara de indiferencia sigue existiendo la dulce chica que recuerdo.

 

No sé si mi semblante se relajó dejando que mis verdaderos sentimientos se reflejaran hacia el exterior porque noté que en su rostro toda aquella agonía que la embargaba parecía desaparecer poco a poco. Vi que comenzaba a sonreír y sus ojos se cristalizaban como si a través de ellos dejaba caer y resbalar un castigo demasiado duro, impuesto de las manos de quienes no son capaces de ver más allá, de quienes ven crímenes y temen adentrarse a esos oscuros corazones para buscar un ínfimo dejo de luz.

 

Cuando vi sus manos extendidas buscando las mías no pude negarme y las deje caer frías sobre las suyas recibiéndome con una afectuosidad que esperaba encontrar en ella. Y luego su cabeza cayó sobre ellas dejando sus despeinados cabellos sueltos y desparramados tal cual si fuera una pequeña muñeca de porcelana sucia y ajada.

 

—El camino está llegando a su final —murmuró en un tono de voz apenas perceptible.

 

—¿De qué final hablas? —le pregunté preocupada. Sus manos se aferraron con fuerzas a las mías a la vez que su mirada se pierde hacia un horizonte que no soy capaz de vislumbrar.

 

—Mi final comienza con el principio —musitó—. Mi sangre es quien bañará el camino de la oscuridad que buscará perseguirte hasta acabar contigo, una muerte que no es muerte, una niña obligada a cumplir el destino de quien la engendró. La ruleta girará repitiendo el mismo desenlace. El amor se ahogará en el oscuro río de la sed de sangre y la desolación. El presagio está escrito arrastrando tu agonía y encegueciendo a quienes te aman.




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