Entrecerré mi mirada con gesto despectivo. Me contempló en silencio sin mediar alguna expresión en su rostro que pudiera darme pistas de lo que pasa dentro de su cabeza. Ninguno de los dos parece cómodo, pero a la vez nos mantenemos quieto sin hacer movimiento alguno, esperando tal vez algún movimiento del otro. Repentinamente presentí que su quietud daba término y detuve con brusquedad su mano a solo centímetros de mi rostro. Apreté los dientes ante lo que acusé como un intento por atacarme.
—Estás tensa —musitó con cierta desilusión—. Solo quería tocar tu rostro no pensaba hacerte daño.
—Nadie me asegura eso —señalé con sequedad. Luego puse mi atención en la habitación cerrada volviendo mis oscuros ojos hacia él—. ¿Cuántas han sido?
—¿Te interesa saberlo? —respondió Marcos con otra pregunta dejando ver su soberbia al hablar, sonrió levemente.
—Sí porque te haré pagar por cada una de sus muertes...
Me observó incrédulo y se puso a reír.
—Tú no cambias, señorita "yo protejo al mundo" ¡Hasta cuando Catalina! Eres un vampiro, no un humano, eres uno de nosotros, un ser monstruoso que ama matar y beber sangre. ¿Acaso me negaras que no te divertiste en asesinar a todos aquellos vampiros que han intentado matarte? —cruzó los brazos esperando mi respuesta.
—No lo niego —sonrió victorioso al oír mi respuesta sobre todo por la frialdad como le respondí, siendo sincera mis ansias de rencor por culpa de él, y la crueldad de Fergus Brancepth con sus sirvientas humanas, me empujaban a asesinar a cualquier vampiro que intenta matarme—. Por eso mismo tampoco negaré las ansias que tengo de matar al vampiro que esta frente a mí.
—Veo que te has puesto muy atrevida, solo eres una niña, podría despedazarte si quisiera. —me amenazó con gesto de indiferencia.
—Inténtalo —lo desafié.
Volvió a reírse mientras sacaba dos dagas con las que comenzaba a jugar. Me contempla con malicia. Es claro que le está resultando difícil contenerse sin atacarme. La posición que ambos tenemos ahora no es la misma que hace años atrás. No soy ahora su sirvienta ni él mi amo. Ahora soy parte de la familia principal de un clan y esposa del hijo del líder.
—Quiero herirte, quiero escuchar tus gritos de dolor, quiero ver ese miedo en tus ojos, escuchar cómo me suplicas mientras yo disfruto de tu sufrimiento —masculló sin ocultar el brillo siniestro de sus ojos al decir cada una de estas palabras.
—Estas enfermo —le respondí con asco.
—No Catalina, tú no sabes cuan cerca estoy de cumplir ese deseo —lo dijo tan seguro que no pude evitar sentir un escalofrió recorrer por mi espalda.
Se acercó y retrocedí hasta que me acorraló contra la pared, no quito mis ojos de su rostro y noto que me contempla con un éxtasis que no había visto antes. No entiendo lo que le pasa hasta que recordé lo que Víctor me había dicho unas horas antes.
—La Luna roja —exclamé tragando saliva.
Entrecerré los ojos con desafío, aunque por dentro me siento angustiada de tenerlo tan cerca y que aquellos malos recuerdos llenen mi cabeza. Y que mi cuerpo tiemble, restregándome en la cara que aun cuando quiera negarlo, sigo teniéndole miedo.
Abrió sus ojos con sorpresa, tal vez por el hecho de que a pesar de tenerme acorralada yo lo sigo mirando desafiante. Pero sonrió con maldad al parecer se ha dado cuenta de que mis manos tiemblan, aunque intento controlarlas. Me tomó con brusquedad de la cintura acercándome a su cuerpo.
—Eres mi maldita obsesión —habló con rencor y note como sus ojos se impregnaban del color rojo, aquella sangre que impregnaba sus pupilas cuando las ansias por matar se les hacen incontrolables a un vampiro.
—¿Quieres matarme? —le pregunté—. Estas ansioso por asesinarme...
—Estoy ansioso por hacerte mía —me corrigió molesto por sus propias palabras.
Me quedé impávida ante su respuesta ¿Suya? Hubiese preferido que me dijera que me quiere muerte a que me responda eso.
—Tomé a cada una de esas mujeres, pero ninguna tenía tu aroma, ninguna gritaba como tú lo harías, ni había odio en sus miradas como las que tienes al verme, solo lloraban y suplicaban —relató y hubiese querido cubrirme los oídos para no escucharlo.
Sus ansias de poseerme no son precisamente porque sienta algo por mí, sino por su sadismo enfermo, quiere solo hacerlo por él, por aminorarme, por restregarme en la cara que es superior a mí. Pero eso no lo voy a permitir.
Apreté los dientes al pensar en esas pobres mujeres. Sin embargo, me limite solo a guardar silencio. En esta posición debo utilizar más la cabeza que el cuerpo. Aunque las ganas de alejarlo a golpes son mayores.
Pareció calmarse y sus ojos volvieron a su color habitual, con tranquilidad con una de sus manos corrió mi cabello detrás de mi oreja. Lo observé en silencio, estaba esperando este momento. Sin que lo notara tengo la daga Aeternus en mi mano dispuesta a atacarlo.
—Las cosas tal vez hubieran sido distintas si no te hubieras ido de mi lado...
Hay tristeza en sus palabras y eso me perturbó, moví la cabeza extrañada ¿Esta triste porque no pudo hacer conmigo lo que hizo con esas pobres mujeres? Me siento más perturbada que antes.
—No hubiese sido así, o tú me hubieras matado, o yo a ti, o hubiera terminado por suicidarme. Lo que tu querías como vida para mi yo no la quería. Sufrir, gritar, padecer, humillarse, no es vida para nadie —respondí con sequedad.
—Tal vez —agregó de inmediato con cierta sequedad—. No lo sé, en fin, sigue con tu jueguito de tu matrimonio feliz y yo seguiré matando a cuantas sirvientas humanas se me dé la gana.