Me visto en silencio contemplando la luz de la vela que danza con lentitud, aun es de noche y nos preparamos para salir de madrugada. No puedo negar que estoy tan preocupada e intranquila como todos, esta puede ser la batalla final, si ganamos o perdemos lo sabremos muy pronto. Me coloqué las protecciones de cuero y luego contemple las muñequeras con un dejo de dolor donde mi camino a seguir aun sigue siendo difuso. Contemplo las vestimentas que Ismael Rabadán pudo preparar en poco tiempo y con los escasos materiales a mano, es más ropa antigua en la que él puso empeño por mejorar su resistencia y su peso, no puedo negar que ha hecho un gran trabajo, se nota lo ligera que son comparadas a como eran antes de que él las modificara.
—Puedo pasar —es la voz de Cristóbal que se escucha desde el otro lado de la puerta.
—Claro, adelante —le respondí de inmediato.
No dirigí mi mirada a él cuando entró a la habitación, seguí preocupada de terminaba de vestirme, cuando tomé la daga Aeternus que estaba encima de la cómoda colocó su mano sobre la mía haciendo que levantará mi mirada encontrándome con sus ojos claros, me contempla con tristeza y aquello apretó el nudo que tengo en mi garganta. No supe que decirle y solo desvié mi mirada, quitó su mano de la mía. Coloqué la daga en mi cinturón y luego levanté la cabeza tratando de mantenerme serena.
—Cat —murmuró—. Han pasado tantos años desde la primera vez que te vi. Recuerdo que caminabas distraída y entraste a la sala de clases algo turbada e incómoda, parecía que no te gustaba la gente pero la verdad es que eras demasiado tímida...
Guardó silencio y suspiró.
—Sin embargo... me duele hoy ver el odio en tu rostro —apretó los dientes mientras que yo solo entrecerraba los ojos.
—Agatha falleció —solo exclamé intentando justificar mi semblante.
—Las cosas no siempre son lo que parece —habló con seriedad.
Sonreí con cierta ironía intentando entender sus palabras.
—Fue Víctor quien la asesinó.
Cristóbal no quitó su atención en mi, arrugó el ceño preocupado y triste sin decirme ninguna palabra. Me rodeó con sus brazos aun cuando quise evitarlo.
—No vayas a hacer algo de lo que después te arrepientas, esta vez no escuches a tu razón, escucha a tu corazón
Volqué nuevamente mi mirada hacia adelante sintiendo como mis lagrimas luchan por salir pero la contuve endureciendo mis sentimientos.
—Toda la vida he escuchado a mi corazón, he perseguido el camino que me ha indicado, pero no me llevó a nada. Perdí más de lo que gané. No sabes lo que se siente que la persona que ames quiera matarte tal y como si fueras un completo extraño, es como si te arrancaran de golpe parte de tu alma y esta muriera en ese instante. Ahora no veo luz en el final de mi camino, ni siquiera sé que esperar.
Fijé mi mirada en la daga que llevó en mi cintura.
—Todo lo que construí se derrumbó cuando cerré los ojos, y el amor me mintió, no sanó el odio de Víctor, seguimos siendo enemigos y tal vez eso es algo que nunca va a cambiar. No puedes ir contra la corriente.
Le di la espalda abriendo la puerta de la habitación.
—Catalina... —Cristóbal intento detenerme—. No digas eso, sigue aferrando a ese amor...
—No —cerré la puerta y lo observe con dureza—. Porque si me sigo aferrando a él no seré capaz de acabar con el hechicero oscuro y...
Antes de que terminara, Cristóbal me pasó un anillo que está dentro de una cadena de plata.
—¿Por qué me pasas eso? —apreté los dientes al darme cuenta que es mi anillo de boda.
—Solo quiero que te acompañe...
—¿Por qué? —me cubrí los ojos con el antebrazo al sentir mis lagrimas asomar y huir en una mezcla de rabia, dolor y desconsuelo.
—Porque por años Víctor llevó esta cadena en su cuello para sentir que estabas a su lado.
—¿Por que me dices eso? —desvié la mirada perdiendo el control de mi tristeza.
Me rodeó con sus brazos sin agregar más palabras y nos quedamos abrazados en donde solo mis sollozos irrumpen el silencio. Acarició mi cabello en forma paternal pero no quita mi dolor, no siento que mi congoja disminuya.
Afuera nos esperaban, subí a mi caballo en silencio con la mirada hacia el frente, Baltazar sonrió con ironía.
—Tus ojos están rojo —me murmuró.
—Lo sé —le respondí sin agregar nada más y apreté en mi mano derecha el anillo que llevó ahora colgando con una cadena en mi cuello.
Cristóbal nunca me dijo palabras de consuelo, porque seguramente sabe que no hay nada que decirme pero su actitud, su cariño, me da una esperanza, tal vez falsa pero necesaria. Contemplé la ciudad y el rostro preocupado y serio de quienes se despeden de sus seres queridos. A lo lejos en unos ventanales veo a Millaray junto a Rosa observándonos con tristeza.
—Es hora —señaló Francisca con seguridad y ordenó a todos a avanzar.
Levanté mi mano en dirección a Millaray y moviendo mis labios le indique "Volveré". Me quedó mirando con angustia aunque intento sonreír. Tomé las riendas del caballo y avance sin saber si seré capaz de cumplir con mi palabra.