Cruzada de Sangre - Presagios #3

Capítulo 32

Ciega ante la inusual luminosidad logró escuchar el choque de dos armas. Arístides me rodea con sus brazos.

 

—¡Catalina reacciona! —me gritó aunque suavizó luego su mirada. Sus brazos están quemados—. Intentó matarnos, sino fuera por mi y Francisca estarías muerta...

 

Abrí la boca para decirle algo pero no hubo palabras que decir. Tiene razón, deje que mis sentimientos interfieran provocando que estúpidamente me pusiera en peligro. Mientras la luz comienza a disiparse veo a Francisca y Víctor enfrascados en una pelea, la espada negra del hechicero y el báculo del Elegido se golpean una a otra con fuerzas. Francisca retrocede respirando agitada mientras que Víctor sonríe victorioso.

 

—Te has hecho más fuerte —señala la mujer e intenta sonreír a pesar de la situación.

 

—No es solo eso, tu limites de humano han llegado al extremo ¿Esa herida te la has hecho afuera? —la espalda de la cazadora esta manchada con sangre—. ¿O estas intentando tentarme de hambre?

 

Los ojos escarlatas de Víctor se fijan en la expresión de dolor de Francisca, quien arruga el ceño tomando su báculo en actitud de ataque.

 

—Maldición —me levantó zafándome de los brazos de Arístides, el corazón de Francisca esta deteniéndose.

 

Víctor ataca y el báculo de la Elegida cae al suelo ruidosamente mientras ella se desvanece antes de recibir el golpe fatal de Víctor.

 

—¡No lo hagas! —le gritó lanzando mi hoz justo a tiempo deteniendo su ataque, el filo de la hoja de mi arma lo pasa rozando  y lo obliga a retroceder de un salto.

 

Víctor dirige su cruel mirada hacia mí deteniendo con su mano justo el golpe que quise darle un puñetazo, apretó mi puño que quedo atrapado en su mano y levanté mi pierna dándole una patada en el vientre haciéndolo retroceder y así obligándolo a soltarme. Tenso mi rostro y veo como Víctor levanta la cabeza apretando los dientes con ira.

 

La risa estruendosa de una mujer nos obliga a dirigir nuestra atención hacia ella, la bruja se ríe mientras nos observa desde lo alto. Esta demacrada y más vieja desde la última vez que la vi, al parecer es tal como dijo Francisca, necesita devorar nuestros corazones para recuperar su fuerza y su juventud.

 

—Mátalos Víctor, dame sus corazones, y tu poder será infinito.

 

Me pongo delante de Francisca que aun no logra recuperarse, Arístides la toma en sus brazos y los tres retrocedemos hasta llegar a uno de las esquinas de aquel salón.

 

—Encárgate del hechicero, yo me encargaré de la bruja —me señala el rey hada.

 

—... bien —respondí dubitativa, hubiera preferido que me dejara enfrentarme a la bruja en vez de Víctor temo que mi sentimientos puedan nublar otra vez mi razón, debo detenerlo, no puedo pensar en él como el hombre que amé, sino como el hechicero que amenaza el futuro de todos.

 

Arístides da un grito y corre a una velocidad sorprendente, veo como su rostro se deforma y sus colmillos sobresalen intentando morder a la bruja quien ni siquiera se mueve de su lugar. Sonríe con burla más aun cuando el Rey hada no logra ni siquiera tocarla y es repelido por una fuerza inusual que le devuelve el golpe. Tomó su arco apenas logró volver a ponerse de pie y aunque sus flechas parecen tener mayor efecto se quedaron paralizadas en el aire rodeando a la bruja.

 

—Hay una fuerza alrededor que la está protegiendo —me señaló apretando los dientes.

 

—¡Arístides! —grita Francisca poniendo con esfuerzo de pie apoyada en la muralla. Y le lanza su báculo.

 

Con eso ambos entendemos la idea, tal vez la única forma de romper con el poder de la bruja sean las armas de Cadeum unidas. Tomó mi hoz para pasársela a Arístides pero antes de siquiera hacerlo Víctor lanza un golpe eléctrico contra el cuerpo del joven rey. Por la fuerza soy empujada al suelo. Escuchó el grito de Arístides y lo veo caer al suelo mal herido. Aprieto los dientes fijándome en la seria expresión de Víctor. No tengo más alternativa, corro en dirección de Arístides y tomo su arco y el báculo de Francisca. El hechicero sonríe con ironía.

 

Junto las armas pero no parece funcionar. Desesperada lo sigo intentado y no pasa nada. Francisca arruga el ceño preocupada.

 

—Vamos, vamos, vamos —repito retrocedin.

 

Arístides se pone de pie y fija su atención en mí.

 

—Vamos Catalina, confía en las armas, tu indecisión no está permitiendo que se unan.

 

Víctor avanza levantando sus manos dispuesto a atacarnos. "Vamos armas de Cadeum, por favor, necesitamos su ayuda" pienso aferrándome a las armas y cierro los ojos suplicándoles, esto no puede acabar así, somos la última esperanza de todos, afuera Cristóbal, Fernando, y otros pelean por nosotros, a lo lejos mi hija, Rosa, Maximiliano, y toda la gente que queda de este mundo nos espera, no puede terminar así, no puede.  Siento como una mano se posa en mi cabeza en forma maternal y al abrir los ojos una bella mujer de cabellos oscuros me sonríe con dulzura, "Amanda" murmuro sorprendida. Movió la cabeza afirmando. Y luego una pequeña niña toma mis manos lleva una corona símbolo del soberano de las hadas, me sonríe, y sobre mis hombros siento las manos de un joven hombre, de cabellos castaños y dulce sonrisa que me contempla con tranquilidad, son las vidas arrebatadas, sacrificadas para crear las armas de Cadeum. Colocan sus manos sobre las armas y una luz me enceguece. Cuando abro los ojos las armas están unidas como una sola, rodeadas de una energía tan enorme que siento como mi mano y brazo se queman ante tal poder. Me doy cuenta que fui la única que notó la presencia de las vidas que fueron sacrificadas para crear las armas de Cadeum ya que Francisca y Arístides mantienen aun sus serias miradas en la figura amenazante del hechicero. La piel de mi brazo se abre dejando ver la carne al rojo, el poder es demasiado y el dolor peor de lo que pude imaginar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.