Cruzada | La sirvienta y el vampiro

Caso 2: Muerte en la azotea

Hace más frio del que me gustaría, envuelta en mi viejo abrigo sigo los pasos de Esteban y Maximiliano. Ambos caminaban con seriedad siguiendo a Wilson, el policía, quien en esta ocasión los ha contactado. Entramos a una enorme casa de madera, que se encuentra afuera de la ciudad, cuya elegancia resalta el buen gusto de sus dueños. El color de la madera barnizada en las paredes le da cierto aspecto campestre, además de viejas y relucientes herraduras que según los escuché hablar es porque el matrimonio que vive en este lugar tiene una crianza de finos caballos pura sangre. El piso de color cereza parece recién encerado y lustrado.

 

Subimos a la azotea encontrando a otros policías que tomaban huellas del crimen cometido. Una ventana suficientemente pequeña se encuentra abierta, aunque por ella apenas si cabría un gato. A los costados hay cajas, maniquíes, ropa vieja, y un espejo cubierto por una tela blanca volcado en el suelo, así como papeles tirados en forma desordenada, tal y como si en ese lugar hubo una pelea.

 

Observó a Maximiliano, ya no tiene el aspecto enfermizo y se ve más fuerte que los días anteriores cuando se desvaneció en frente de mí. Según Esteban había sido por la falta de sangre y haber estado expuesto al sol. 

 

Me detengo de golpe al ver el cuerpo de un hombre que yace en el piso. Su cabello blanco y su rostro esquelético, con sus pupilas retraídas y su boca abierta mostrando una hilera de dientes blancos, presenta un aspecto temible. Viste en forma ordenada pero la ropa cerca de su cuello ha sido rajada con fuerza. Maximiliano se agacha contemplándolo en detalle.

 

—Lleva aproximadamente dos días de muerte —habló Wilson—. Si notan su cuello y su cabeza ya tiene el tono verde azul de los cadáveres que llevan esa cantidad de días, además el rigor mortis ha comenzado a aflojarse.

 

El vampiro arrugó el ceño, al parecer cierto detalle le llamo la atención.

 

—Su rostro ya no es reconocible pero muchos empleados aseguraron que se trataba del mayordomo de la casa, además que desapareció justo dos días antes lo que concuerda con la data de muerte del cadáver.

 

Retrocedí un poco de la escena manteniéndome a cierta distancia, el olor de putrefacción del cuerpo ya es evidente.

 

—Pero los llamé por esto —señaló el cuello del fallecido.

 

Dos marcas de colmillos, las mismas que Maximiliano no había dejado de mirar desde que le mostraron aquel cuerpo, apenas resultaban perceptibles a simple vista.

 

— ¿Un vampiro? —indicó Esteban sorprendido.

 

—No —lo corrigió Maximiliano de inmediato—. No fue un vampiro.

 

Lo observamos intrigados al ver como lo negaba con tanta determinación.

 

—El cuerpo y rostro de aquel hombre se ven demasiado hundidos, tal como alguien que padeció de mucha hambre y sed, pero para ello debió haber pasado días sin comer ni beber —habló—. Quien lo atacó no solo bebió su sangre, sino que también se bebió sus entrañas.

 

—¿Sus entrañas? —pregunté con una mueca.

 

—Sí, tal vez de una forma similar como las arañas absorben a sus víctimas, disolviendo sus interiores —respondió mirándome fijamente—. Pensando que lo absorbió solo por esa mordida.

 

—Solo conozco a una criatura similar, las hadas se absorben a sus víctimas de esta manera, pero sus mordidas son muy características ya que ellas no usan dos colmillos sino que cuatro —agregó Esteban serio.

 

—Además otro detalle es que solo la víctima y los dueños de casa tienen la llave de esta habitación, para entrar aquí el resto de los sirvientes tuvieron que romper la puerta —señaló Wilson la puerta—. Pueden ver aun el seguro de la puerta.

 

—Eso indica que el asesino debió matarlo y luego robarle la llave para cerrar la puerta para que no lo encontraran con facilidad –agregó Esteban seriamente.

 

—Eso pensamos, pero dentro de los bolsillos de la víctima sigue la llave –indicó el policía —. A menos que el criminal lo mató, luego cerró la puerta y devolvió la llave a su bolsillo ¿Cómo pudo salir de aquí si la única ventana es tan pequeña que no cabría ni siquiera un gato?

 

—Bien —Maximiliano luego de haberse inclinado para ver mejor la mordida de la víctima se puso en pie—. Necesito hablar con los dueños de casa.

 

—Los dueños de casa son los Andrewson unos ancianos, un poco sordos y ciegos, viven solos con sus sirvientes, nunca tuvieron hijos. En su juventud viajaron desde Europa a formar familia aquí en América. Los llamaré para que puedan entrevistarse con usted —habló Wilson antes de salir del lugar.

 

Se nos citó al salón principal, una estancia vieja pero bien cuidada, de sofás de cuero y mueble de color caoba. Las paredes al igual que la sala de la entrada son de madera barnizada. Sobre una de las cómodas, en la pared, hay muchas fotos de la pareja, desde más jóvenes a más viejos, en una de las fotos hay una mujer con un avanzado estado de embarazo. Recuerdo que Wilson señaló que la pareja no tenía hijos ¿Será que aquel embarazo nunca llegó a término?

 

—Veo que le gustan mis fotografías —nos interrumpió una anciana.

 

Di un salto pidiendo mis disculpas por mi curiosidad y luego de recibir una mirada de reprobación de Maximiliano y la sonrisa compasiva de Esteban guardé silencio contemplando a la mujer que venía acompañada de un hombre mucho más viejo y que apenas lograba caminar. Ambos tomaron asiento en el sofá y se quedaron en silencio esperando ser entrevistados. La anciana no dejaba de observarnos con altanería.

 

—Señora Andrewson, siento haber tenido que llamarla acá, pero...

 

—Al grano, detective —interrumpió con brusquedad a Maximiliano—. Lo único que quiero es que esto se resuelva lo más pronto posible.




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