Tan solo unos minutos más. Suplicó el niño a su madre. Papá aún no ha llegado y quiere seguir esperándolo para cenar. Su madre entrecierra los ojos sonriéndole con ternura, aunque mantiene el tono severo de su voz.
—Bien, Ignacio, pero solo unos minutos más, por mientras voy a hacer dormir a tus hermanas —y dicho esto tomó en sus brazos a una bebé de meses, y de la mano a otra niña de dos años.Se quedo solo en la choza familiar junto al fogón para mantenerse caliente. Esta decidido como hombre de la casa a esperar a su padre y ayudarlo a descargar. Salió hace horas a vender algunas cosechas para traer víveres a casa. Y se ha tardado más de lo usual. Aunque mamá intenta verse tranquila sabe que esta angustiada por el retraso.
Un ruido lo hace ponerse de pie y se asoma a la puerta. No hay nadie solo una espesa oscuridad de aquella fría noche de invierno. Luego a lo lejos ve algo, parece ser un hombre. Al reconocerlo sonríe aliviado.
—¡Es padre! —grita olvidándose que su madre intentaba dormir a sus hermanas.
Salió corriendo a pie descalzo, sin importarle el frío ni nada. La carreta de su padre se detuvo, y el hombre, joven y vigoroso bajó de un salto.
—Ignacio, no salgas descalzo, puedes enfermarte, sabes que un doctor es muy caro para nosotros —lo reprendió.
—Lo sé, lo siento —pero no puede borrar su sonrisa emocionada al verlo llegar.
El hombre movió la cabeza a ambos lados y luego sonrió despeinando con cariño.
—Bien, ayuda a tu viejo a carga este saco —y puso sobre el niño de ocho años un saco más grande que él.
Pero Ignacio queriendo mostrarse fuerte frente a su padre cargó con el saco al interior de la casa sintiendo que casi se le salían los ojos. El hombre adulto no pudo evitar mirarlo admirado y aunque claro pensaba llevar la mayor parte del saco, lo ve tan decidido en lograrlo que lo dejo hacerlo, aunque lo siguió bien cerca si es que el saco terminaba por botarlo al suelo.
—Muy bien —le puso una mano sobre la cabeza a su hijo mayor—. Estoy muy orgulloso de ti.
—Querido —murmuró la mujer acercándose a su marido preocupada—. ¿Estás bien?
Le preguntó preocupada.
—Tuve unos problemas, te lo cuento más tarde —puso sus manos en ambos hombros de la mujer, pero por el gesto de su marido eso significaba que fue algo grave, pero entiende que es un tema que no deben tratar ante los niños—. Por ahora mejor vayamos a comer, tengo mucha hambre.
Comieron con ganas mientras las hermanas menores de Ignacio duermen con tranquilidad, el ambiente hogareño adormece pronto a Ignacio que se levanta de la mesa y se va a dormir junto a sus hermanas mientras papá y mamá parecen ponerse serios apenas lo ven retirarse.
El hombre suspira ante el rostro preocupado de su mujer.
—¿Qué pasó? —le preguntó con angustia notando el tenso rostro de su marido.
—Vampiros —señaló y el pánico dibujado en el rostro de la mujer no pasó desapercibido—. Atacaron uno de los pueblos por los cuales debía pasar, tuve que esperar hospedándome lejos de ese lugar cuando nos llegaron las noticias, fue horrible, cuerpos tirados, sin importar edad ni nada. Todo destruido.
—¡Por Dios que horrible! —se cubrió la boca con ambas manos.
—Solo quería llegar acá y abrazarlos —señaló sonriendo con tristeza—. Es un alivio que nada pasó.
—El príncipe del Castillo negro nos protege —la mujer se puso de pie sirviéndole más sopa.
El marido movió la cabeza a ambos lados.
—Ya vas a empezar con eso, nadie vive en ese lugar, esta endemoniado —replicó.
—No es así, mi abuela solía contarme de niña, que un día lo vio, fue como ver un ángel, un príncipe que vive oculto en ese lugar y él le prometió que siempre protegería este pueblo —se sentó en la mesa mirándolo con fijeza a los ojos con un brillo en ellos al recordar la historia de la anciana.
—Tonterías, mujer —señaló el hombre—. Y si es que realmente existiera ese supuesto príncipe sería un anciano, no podría con un vampiro.
Ignacio que aún permanecía despierto y fingía dormir no pudo quitarse de la cabeza la historia de su madre, sobre aquel príncipe protector que vive oculto en ese castillo de apariencia temible. Por eso al otro día apenas se levantó corrió afuera de su hogar deteniendo su mirada sobre el viejo castillo que se ve al fondo del bosque. Nunca ha cruzado el bosque en su totalidad porque está prohibido, pero si siente curiosidad por conocer a ese hombre.
—¡Ignacio, ayúdame con esto! —lo llamó su padre interrumpiendo sus ansias de aventura y aunque se giró de inmediato para ir al llamado de su papá, no pudo evitar voltear y ver una vez más aquel misterioso castillo.
Por eso más tarde luego cuando su madre le pidió que fuera a buscar leña al bosque, sus ansias de aventuras lo empujaban a ir por el camino prohibido.
—Manito ¿Ir contigo? —le preguntó una de sus hermanas coartando sus ideas de aventura.
—No, no, usted señorita debe cenar primero —su madre la tomó en sus brazos—. No retrases a tu hermano mayor que ya es tarde.
Luego mirando a Ignacio le sonrió.
—No te demores mucho y no te metas por el lugar prohibido, me escuchaste —le habló en tono firme.
—Sí, mamá —respondió antes de salir corriendo al bosque.
—Este niño —murmuró la mujer sonriendo y moviendo la cabeza a ambos lados antes de entrar a la pequeña casa de madera.
Y aunque como todo niño deseaba ser obediente, la curiosidad era más fuerte, intentó dedicarse a recoger leña sin mirar hacia el lado prohibido del bosque, pero al ver como un conejo se deslizaba hacia ese lugar sin mostrar miedo y sin que nada le pasara, lo hizo sentirse confiado y atravesó el bosque hacia aquel lugar. No le pareció distinto al lugar que ya conocía, solo árboles, arbustos y algunos animales. Llegó al rio y bebió algo de agua dispuesto a volver a casa, pero un ruido lo hizo reaccionar siguiendo su curiosidad, se asomó en la orilla de una cascada viendo a lo lejos a alguien acercándose. Es un hombre de negros cabellos, y ojos color escarlata que viste elegante y pasea con tranquilidad hacia el rio.
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Editado: 03.07.2024