• Letargo •

—Lara—

El gran trauma emocional que recibió Lara luego de que Sebastián le mostrará una serie de fotografías fue lo suficientemente grande como para arruinar la mente de una mujer que había permanecido reacia a toda la situación desde que fue secuestrada.

Lara mantenía la vista fija en algún punto del suelo mientras sus lágrimas continuaban bajando. Ella ya no quería llorar, pero no era como si sus opacados ojos le obedecieran. Estaban nublados, perdidos, al igual que su demacrado rostro que había sido consumido por el tiempo y que ahora, estaba peor que nunca, ya no parecía ser la misma, sus labios se habían resquebrajado y su garganta más que doler, raspaba. 

Dentro el recinto, solo se podía escuchar el profundo sonido de sus sollozos. Lara ya no tenía fuerzas para gritar o moverse, para suplicar que Sebastián se detuviera y dejara de hablar con tanto sadismo, ella ya no quería revivir esas escenas por la que Cecil había pasado y de las cuales él tanto de jactaba.

Sebastián había ganado, había logrado destruirla, él lo había dicho y lo peor de todo es que lo había disfrutado.

Cada palabra, cada gesto, cada que él respiraba solo le recordaba a Lara la cruel y despiadada forma en la que había cometido su acto…

✤✤✤✤✤✤

—Tú… 

Cecil trago duro cuando reconoció aquel hombre alto en medio de su habitación. Era el mismo sujeto que había visto aquel día por la tarde en el columbario, aquel que le provocó tremendos escalofríos cuando lo vio bajar de su auto y pasar por su lado con un desmesurado, pero a la vez distinguido ramo de gladiolas blancas. 

El hombre a su frente tenía una sonrisa arrogante mientras estaba sentado a los pies de su cama, con las manos entrelazadas sobre sus piernas. Pese a su edad, se veía imponente y más lo hizo cuando sin borrar esa sonrisa de su rostro se quitó sus elegantes gafas de sol, se puso de pie y haciendo un gesto de cortesía hacia adelante la saludo. 

Fue entonces que el corazón de Cecil de repente se estremeció. 

Literalmente todos sus sentidos se congelaron, sentía que no podía hablar o respirar mientras esos profundos ojos café la miraban de una forma difícil de descifrar y entonces, como si su cuerpo le gritara, sus piernas se movieron.

Cecil dio un paso hacia atrás e instintivamente giró para correr cuando Sebastián dio un camino hacia ella, pero antes de que siquiera pudiera tocar la puerta y huir, su cuerpo fue jalado hacia atrás. 

Su rubia cabellera fue jalada con tanta fuerza que Cecil no tuvo el tiempo suficiente para gritar ya que unos ásperos pero a la vez delicados y delgados dedos blancos cubrieron sus labios, haciendo que el sonido fuera prácticamente imposible de propagarse.

—Ni siquiera lo pienses.

Cecil abrió tanto como pudo los ojos cuando la inercia aplicada por esa fuerza bruta la llevó hacia atrás hasta estrellarse la espalda contra la dura orilla de su cama. Su voz apenas y salió con un ligero gemido.

Apretó los ojos y luego miró hacia arriba. 

Sebastián estaba serio, demasiado como para decir que su rostro frío no parecía ya el de un ser humano, más bien parecía ser el de un demonio, uno verdaderamente sediento. Pronto, sus pensamientos se volvieron caóticos, nada tenía sentido. Cecil solo había visto a ese hombre una sola vez en su vida, jamás tuvo relación con él, pero por alguna extraña razón sentía que lo que le estaba pasando en esos momentos no era más que un castigo tardado mandado por Dios y, que aquel hombre al que estaba mirando desde el suelo solo era una especie de cruel verdugo, que disfrutaba del placer y del dolor de castigar a alguien.

Sus puños temblaron, al igual que sus delgados labios, los cuales a estas alturas ya estaban pálidos. 

—P- por favor… —citó débilmente—. No me hagas daño… Te lo ruego. Yo… yo no he hecho nada malo. Lo juró —suplicó—. Si, si es dinero lo que quieres, puedo dártelo. No tengo mucho, pero puedo conseguir más si es lo que quieres.

Sus lágrimas, las que había estado conteniendo bajaron por todo su rostro de una forma verdaderamente escandalosa, a lo que Sebastián rechinó los dientes. A él no le importaba el dinero o sus súplicas, a él lo único que le interesaba era concluir con lo que Amelia había comenzado, Sebastián quería terminar con los cabos sueltos que ella había dejado en el pasado. 

Al chico no le fue difícil suponer e investigar quien la había matado, tampoco le fue imposible saber cuántos y quiénes habían sido los involucrados, tenía preparada ya una lista con nombres y direcciones y obviamente, Cecil estaba al principio de su pequeña lista, seguido Lara y posteriormente los que se seguirían uniendo en el camino hasta finalizar su tarea.

Sebastián sonrió para sí mismo, luego negó con la cabeza en silencio. Él no quería su dinero, quería algo más, aunque no se lo dijo.  

Dio un nuevo paso hacia el frente y sacando una navaja de uno de sus bolsillos se acercó.

Quería hacerlo rápido pero profundo, lastimarla, herirla, escuchar solo de ella un simple gemido, algo que fuera fugaz. Sin embargo, no esperó a que Cecil actuara tan rápido, como pudo, la chica se defendió, la navaja que había estado momentos antes en las manos de Sebastián salió volando cuando una profunda herida punzante en su pierna se clavó. El hombre inmediatamente se quejó mientras la arrancaba y la lanzaba furioso, entre tanto, Cecil gateo por el suelo, alejándose lo más rápido que pudo para esconderse, no obstante, cuando volvió a verse acorralada, no pudo evitar que un contundente golpe a puño cerrado, en el centro de todo su rostro, le hiciera perder por unos momentos la visión.