Cuando Arde el Silencio

Capítulo 11. Fin del Tormento

Dormí toda la noche bajo los efectos del analgésico que me habían administrado en el hospital. La oscuridad me envolvió como un refugio temporal, silenciando el dolor y la pesadilla que apenas comenzaba a recordar.

Cuando abrí los ojos a la mañana siguiente, lo primero que vi fue a Leonardo. Estaba allí, sentado junto a mi cama, con la cabeza ladeada hacia abajo, sujetando mi mano entre las suyas. Dormía, pero incluso en el sueño, no soltaba mi mano, como si temiera que me desvaneciera si la dejaba ir.

Una oleada de alivio me invadió. No estaba sola.

Me moví levemente y eso fue suficiente para despertarlo. Abrió los ojos con rapidez, parpadeando unos segundos, hasta que su mirada encontró la mía y la preocupación en su rostro fue inmediata.

— ¿Cómo te sientes?

Sonreí débilmente, sintiendo las punzadas de dolor recorrer mi cuerpo, pero lo que realmente me preocupaba no era mi estado físico. Era él. Todo lo que había arriesgado por mí.

— Estoy bien... — murmuré, aunque no era del todo cierto —. Pero... ¿qué pasó con Felipe? Ayer... lo atacaste. Él no es de los que se quedan de brazos cruzados...

Vi cómo, por un instante, los ojos de Leonardo se oscurecieron, fue como si una sombra pasara por su alma. Pero luego, con un parpadeo, volvió a esa calidez que siempre me ofrecía, como si quisiera protegerme incluso de sus propios demonios.

— No tienes que preocuparte por él — dijo calmadamente —. Ya me encargué. No saldrá de prisión en mucho tiempo. —Trató de sonar despreocupado, incluso esbozó una sonrisa ladeada. — Y mejor no hablemos más de él... — añadió, inclinándose un poco más cerca —. Me pongo celoso.

No supe si lo decía en broma o en serio. Había una chispa en sus ojos, pero también una gravedad que me dejó inquieta y mientras él reía suavemente, algo en mi interior no podía dejar de preguntarse ¿Hasta qué punto había llegado Leonardo por mí? La duda fue más rápida que mi prudencia.

— ¿Acaso tú... — empecé a decir, — te metiste con su empresa?

La pregunta quedó suspendida entre nosotros, cargada de implicaciones que ni yo misma alcanzaba a comprender del todo. Leonardo me sostuvo la mirada durante unos segundos que se me hicieron eternos. Luego sonrió. Una sonrisa tranquila y enigmática.

— Aún no hemos terminado — respondió en voz baja, acariciando el dorso de mi mano con el pulgar —. Cuando todo esto acabe... te lo contaré todo.

Y aunque su respuesta debía tranquilizarme, algo en su mirada, profunda y determinada, me dijo que aquello que no estaba diciendo era mucho más grande de lo que podía imaginar.

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Pasé los días siguientes refugiada en el pequeño apartamento que se encontraba justo encima de la cafetería de Leonardo.

Al parecer, él solía quedarse allí cuando el trabajo se acumulaba o simplemente cuando buscaba escapar del bullicio y en este momento yo también necesitaba escapar. No quería volver a poner un pie en esa casa que durante tanto tiempo fue mi prisión.

Pronto me acostumbre a este nuevo hogar. Una tarde, Leonardo me llamó al salón y me presentó a un hombre de semblante serio, su abogado. Nos sentamos, y él, con voz serena, nos explicó que mi divorcio ya había sido procesado.

Tomé los documentos en mis manos y, al ver la firma de Felipe estampada al pie de la página, sentí que el suelo se movía bajo mis pies. Era real.

El abogado también añadió que Felipe pasaría varios años en prisión, no solo por los cargos de maltrato en mi contra, sino también por malversación de fondos en su empresa. La noticia cayó sobre mí como una bocanada de aire fresco. Finalmente... podía respirar.

Pero no pude evitar preguntarme ¿cómo alguien como Felipe, tan poderoso e intocable, había caído tan rápidamente... en manos de Leonardo?

Cuando el abogado se marchó, me sentí más aliviada, pero también más llena de preguntas que respuestas, Leonardo se sentó frente a mí. Parecía incómodo, su postura estaba tensa, como si cargara un peso invisible.

— Sé que es difícil de creer — dijo al fin —, pero todo lo que dijo es verdad.

No me miraba. Su mirada estaba fija en sus propios pies, y sus manos, entrelazadas, temblaban levemente.

— La verdad es que... desde aquella vez que te encontré en el parque... empecé a investigar a ese hombre — continuó —. No podía permitir que te volviera a poner un dedo encima. Aunque me pediste que no me metiera... simplemente no pude quedarme de brazos cruzados. Encontré las pruebas suficientes para empezar a destruirlo.

Mis labios se entreabrieron, sorprendida.

Sabía que Leonardo era impulsivo cuando se trataba de proteger a los suyos, pero jamás imaginé que llegaría tan lejos... por mí.

— ¿Cómo pudiste obtener tanta influencia para descubrirlo todo? — pregunté en voz baja —. ¿Y por qué Felipe no se atrevió a demandarte por los golpes?

Leonardo tragó saliva, como si su respuesta fuera una carga que había llevado demasiado tiempo.

— La verdad es que... — tomó una respiración profunda — mi familia es de gran renombre. Nuestros padres nos dejaron un imperio inmenso, aunque durante años otros familiares nos lo arrebataron. Hasta hace poco logramos recuperarlo, pero Daniel y yo nunca quisimos involucrarnos en esa vida de prestigio y enemigos, mucho menos involucrar a Valeria. Queríamos algo sencillo, algo feliz, nos gustaba nuestra vida actual. Así que dejamos todo en manos de personas de confianza.

Levantó la vista por fin, y su mirada brillaba con resolución.

— Pero cuando te conocí... cuando vi la forma en que sufrías en silencio... — se mordió el labio con frustración — no tuve más opción que usar ese poder. No podía permitir que siguieras atrapada. Así que, aunque te prometí no intervenir... rompí mi promesa.

Se inclinó hacia adelante, su voz estaba quebrándose ligeramente. — Espero que no me culpes por haber sido tan atrevido. — Hizo una pausa y luego dijo —. Ese hombre... al verse amenazado... sabía que no podría tocarme ni con el pensamiento.




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