Cuando cierro los ojos

Capítulo 2: Vigilia

Despertarse era como ser arrojada desde un mundo invisible. Siempre le costaba volver.

La alarma vibró a las 6:10 a.m., pero no se levantó enseguida. Permaneció un rato más en la cama, mirando el techo gris, escuchando la lluvia contra el vidrio. Afuera, la ciudad aún dormía, o al menos fingía que lo hacía.

Se levantó con movimientos lentos, se arrastró hasta la cocina, puso agua a hervir para el café. Todo estaba en silencio, salvo por el zumbido de la nevera. Encendió el celular: dos mensajes de su madre.

"Buen día, hija. Que Dios te dé fuerza hoy."

"No olvides la bufanda, te vas a resfriar."

Sonrió, más con ternura que con alegría. Su madre se preocupaba más ahora que antes, como si la distancia la hiciera más frágil. Ella respondía con frases cortas, sabiendo que todo lo importante ya estaba dicho. "Yo también te quiero." "Sí, comí." "Estoy bien." Mentiras suaves que se repiten cada día.

Después del café, se vistió con el uniforme de trabajo. La misma blusa blanca, el pantalón negro, el suéter gris. La ropa de volverse invisible.

La tienda de ropa donde trabajaba abría a las 9:00, pero ella debía llegar antes, acomodar los percheros, preparar la caja. Las luces del local eran frías, casi quirúrgicas. La música sonaba en bucle: reggaetón sin alma. Cada cliente era una sombra que pasaba y desaparecía. Algunos decían "gracias", otros ni eso. Ella sonreía por reflejo. Pensaba en otras cosas mientras doblaba camisetas.

Ese día no habló con nadie más que con la supervisora. No por falta de oportunidad, sino porque no tenía energía para sostener conversaciones vacías. Su cuerpo estaba ahí, pero su mente aún flotaba entre las ramas del bosque.

Cuando llegó a casa al anochecer, volvió a repetirse la misma rutina: ducharse, comer poco, hablar brevemente con su madre. A veces se sentía como un personaje atrapado en un ciclo. Vivir, fingir, sobrevivir.

Esa noche, al meterse a la cama, se preguntó si el extraño de su sueño volvería a aparecer. Lo deseaba, pero no sabía por qué. No entendía lo que sentía. No sabía qué quería. Solo sabía que en ese lugar —en el sueño— todo tenía otro peso. Otra verdad.

Y entonces, sin darse cuenta, se quedó dormida.

---

La escena era distinta esta vez. No estaba en el bosque. Estaba en una sala de piedra antigua, con paredes altas cubiertas de estanterías llenas de libros. Las velas encendidas proyectaban una luz cálida. El aire olía a papel envejecido y cera derretida. Las velas encendidas en candelabros forjados proyectaban una luz cálida y temblorosa que se reflejaba en el suelo de mármol gastado. Afuera, detrás de una gran ventana arqueada, llovía suavemente. Las gotas resbalaban por el cristal como si el mundo entero también estuviera soñando con ella.

El desconocido estaba allí. Sentado en un sillón oscuro, con un libro entre las manos. No parecía sorprendido de verla.

—Estás aquí otra vez —dijo, sin levantar la vista.

Ella avanzó unos pasos, como hipnotizada.

—¿Qué es esto? —preguntó, curiosa, mirando a su alrededor con asombro. La voz le salió baja, casi en un susurro, como si temiera interrumpir algo sagrado.

Lucien cerró el libro. Lo dejó a un lado y la miró. Sus ojos estaban llenos de algo profundo y antiguo.

—Un espacio que solo existe cuando cierras los ojos —respondió él, sin moverse, con la voz tan serena que parecía formar parte del silencio mismo.

Judith parpadeó, confundida. Esa respuesta, lejos de aclararle algo, solo le generó más preguntas.

Sintió un ligero estremecimiento en la nuca. ¿Era un sueño? ¿Era real? ¿Quién era él, y por qué sentía esa extraña familiaridad? Su respiración se volvió un poco más lenta, como si el tiempo también empezara a curvarse a su alrededor.

—¿Qué significa eso? —murmuró, más para sí misma que para él, con la mirada aun recorriendo la sala como si esperara encontrar allí una explicación oculta. Como no obtuvo respuesta de su parte, le inquirió: —¿Cómo te llamas? —preguntó, ésta vez con la voz suave, casi temerosa, como si al pronunciar la pregunta pudiera alterar el equilibrio del lugar.

Él la miró en silencio por unos segundos. Su rostro seguía inexpresivo, pero en sus ojos brillaba algo que parecía resistirse a revelarse. Bajó ligeramente la mirada, como si el nombre que estaba por decirle fuera un secreto largamente guardado.

—Lucien —respondió al fin, con una voz grave, aterciopelada, que parecía reverberar en las paredes de piedra. No lo dijo con orgullo ni misterio, sino con una melancolía casi imperceptible, como si ese nombre pesara en su alma desde hacía siglos.

A Judith le recorrió un escalofrío. El nombre le pareció extrañamente conocido, como un eco lejano que había vivido siempre en alguna parte de su memoria. Lucien. Era como una palabra que uno no recuerda haber oído nunca, pero que al escucharla, sabe que le pertenece.

—¿Me conoces? —susurró ella, con el corazón latiéndole fuerte en el pecho. No lo dijo por cortesía. Lo dijo porque lo sentía. Porque algo en ella ya lo sabía.

Lucien la miró de nuevo, esta vez más de cerca. Esbozó una media sonrisa, apenas visible, y sus ojos centellearon como el reflejo de una vela al borde de apagarse.

—Mucho más de lo que imaginas —respondió él, con un tono tan bajo y profundo que no fue solo su oído quien lo captó, sino su pecho, su piel, su columna entera. Fue como si esas palabras hubieran nacido dentro de ella misma.

Lucien sostuvo su mirada, y por un segundo, Judith sintió que todo a su alrededor se desvanecía, que solo quedaban ellos dos, suspendidos entre palabras no dichas.

Él sonrió, pero no fue una sonrisa de alivio ni de alegría. Fue una sonrisa leve, quebrada, como si llevara siglos conteniendo algo.

—¿Y yo te conozco? —volvió a interrogarlo.

—No como tú crees —aclaró Lucien, con esa ternura que se esconde en las verdades difíciles—. Aún no.

Judith dio un paso hacia él, impelida por el deseo de comprender, de tocar lo que aún no podía entender.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.