El sol iluminaba a través de las montañas y los árboles; los rayos parecían un río dorado. El canto de lo que parecían ser pájaros eran el despertador natural, y el viento soplaba entre las ramas y las ventanas incrustadas en los árboles.
—¡Vincent, ese celular lleva sonando quince minutos! ¡No me hagas subir! —gritó una voz masculina y algo grave. Vincent despertó de un salto con su cabello relativamente esponjado y su ropa de dormir estirada; al voltear, su celular estaba reproduciendo música con el mensaje de “Despertador”. Luego de desactivar la alarma, entró a su baño, tomándose su tiempo para prepararse. Peinó su cabello, de un café oscuro y largo hasta un poco debajo de las orejas; se vistió con una camisa holgada de color verde musgo y un pantalón de mezclilla marrón, y llevaba puestas sus zapatillas sucias de la suerte.
—Lo siento, papá. Anoche me quedé despierto hasta tarde —dijo el chico bajando las escaleras.
—Siempre la misma historia jovencito, tendremos que ponerte una hora de dormir —bromeó su madre, una mujer de un largo cabello ondulado.
—No volverá a pasar, lo prometo. Entonces, ¿cuáles son las tareas de hoy? —Vincent preguntó con entusiasmo, le gustaba ayudar a sus padres en el negocio.
—En realidad, hoy queremos que sea tu día libre, ya haces mucho todos los días —le respondieron. —Y… te hicimos esto. ¡Feliz cumpleaños! —. Expresaron con emoción sacando un pastel de tres leches; el favorito de Vincent. El bizcocho era esponjoso y se veía húmedo al estar bañado en tres tipos diferentes de leche, además de estar cubierto por un merengue blanco y decorado con una fresa.
—Oh, no era necesario, yo… Saben que no me gusta celebrar mi cumpleaños —. Les respondió el joven, con un tono suave en su voz.
—Lo sabemos, pero no queríamos perder la oportunidad de que tal vez este fuera el año en que lo volvieras a celebrar —comentó su madre. —Además, sabes que no puedes resistirte al pastel de tres leches de tu madre, ¿cierto? —concluyó.
—Ahora estás aprovechándote de mí apetito —se quejó, pero luego agradeció y tomó el pastel y comenzó a comer. Luego de unos quince minutos, dejó el plato en el lavabo de la cocina y salió por una de las puertas laterales de su casa; pues en la zona central se ubicaba un mostrador, cubierto por un toldo de rayas blancas y azules. Su casa era una cafetería.
Al salir, una fila de gente se formaba frente al mostrador, todos con diferentes características; algunos no eran humanos. Las casas; todas hechas tradicionalmente de ladrillo y madera, rodeaban un pequeño parque que en el medio tenía un pozo de piedra. Algunas farolas decoraban el parque y perros con cuernos corrían alrededor; eran cadejos.
Niños corrían por el pasto, unos con ojos brillantes, otros con otra textura y tipo de piel. Una humana de edad avanzada estaba sentada en el pozo, lanzando semillas a las palomas; tenía el cabello canoso recogido en un moño y llevaba un hermoso vestido floreado con encaje y borlas.
—Oh, hola señora Henderson. ¿Cómo está hoy? ¿Qué tal su jardín? —saludó Vincent.
—¡Vincent, buenos días! Mi jardín está más que fantástico, mejor que nunca. Esa plaga de pyraustas me estaba volviendo loca —le respondió. —De no haber sido por ti, hoy no tendría mi jardín, ni a mi pequeño Echo —concluyó mientras acariciaba a un perro con pequeños cuernos color hueso amarillento.
—No fue nada, deshacerse de esos bichos no fue tan complicado, pero debo admitir que la ayuda de esta bola de pelos fue genial. Salió de la nada y se comió a muchas, y ni siquiera se quemó —. Dijo Vincent, agachándose para acariciar a Echo.
—Por cierto, feliz cumpleaños Vincent. Tus padres me lo mencionaron en la mañana —.
—Ah… Gracias, señora Henderson, muy amable de su parte —contestó el chico, evitando sonar sarcástico o grosero. Era evidente que el tema de su cumpleaños era algo que le incomodaba, pero no parecía querer que los demás se dieran cuenta.
Vincent siguió su camino por el pueblo, pasando frente a diferentes casas y negocios, algunos en las aceras y otros incluidos dentro de las casas y los jardines. En ese momento se le acercaron dos niños, uno de ellos era completamente humano, el otro, tenía cuernos y sus piernas eran patas de cabra; un sátiro.
—¡Vaya, esa espada es increíble! —expresó uno de los niños mientras admiraba la espada de acero que Vincent llevaba en su espalda. Se acercó para intentar tocar la hoja.
— ¡Oye, no la toques! Cuidado, está muy afilada —le explicó el adolescente mientras se agachaba para estar a la altura de los pequeños.
—¿Has matado monstruos con ella? —le preguntó el sátiro saltando de un lado a otro con emoción y a veces superando la altura de su amigo.
— Bueno, nunca he matado a un monstruo realmente. Pero sí he ahuyentado a varios animales salvajes —le contestó.
—¡Genial! —. Expresaron al unísono los dos niños, y sin más, siguieron corriendo alejándose de Vincent; este siguió con su camino hasta llegar a un molino. Las aspas estaban dando vueltas como habitualmente lo hacían, y justo al lado yacía una casa con dos grandes ventanales sobre la puerta principal. En el jardín había un pequeño puesto con diferentes objetos tejidos; y sentado detrás de este se encontraba un humano, de la misma edad que Vincent y llevaba un gorro que se veía tejido a mano.