—¿Cómo te sientes? —escuchó la voz de su madre— Gabriel...
No se sentía bien, nada lo estaba. Ya no soportaba el maldito sonido que provenía del monitor que medía sus latidos, no aguantaba un minuto más la ropa que le habían puesto ni el amargo sabor de la comida que le daban. Ya estaba harto del olor del hospital, de escuchar las voces de los médicos, de las malas noticias, de todo. Quería volver a su casa aunque ya ni siquiera de eso estaba seguro.
—Gabe—un escalofrío recorrió su columna vertebral al percatarse de que ahora era Evan quien le dirigía la palabra. Llevaba al menos una semana sin escucharlo —la enfermera está aquí.
No se movió.
—Buenas tardes Gabriel, es hora de tu almuerzo.
—No...— susurró.
—Debes comer algo, así podremos volver pronto a casa ¿Por favor?
Se secó con brusquedad la lágrima que se resbalaba por su mejilla y se acomodó en la camilla, abriendo por primera vez en varios minutos sus preciosos ojos azules como una piedra de zafiro.
Nada.
Continuaba sin asumir el hecho de que jamás volvería a ver el rostro de su madre, ni el de Evan o el suyo, ya no volvería a ver las olas del océano, ni el verde del césped o el azul del cielo. Podría intentar retomar su vida, volver a salir, tocar el piano, viajar ¿Pero de qué le serviría? ¿De qué le serviría intentarlo tan siquiera si no podría apreciar lo que el mundo tenía para ofrecerle?
La fría mano de la enfermera lo sobresaltó un poco, notó como un cubierto era posicionado en su mano propia y le pareció escuchar el como le señalaban que era y dónde estaba lo que comería a continuación, sin embargo, Gabriel no podía concentrarse, tan sólo oía un eco, no comprendía en absoluto las palabras que iban dirigidas a él.
—¿Te sientes bien?—esta vez era su madre, Amy.
—¿Estás seguro, bebé? ¿No quieres que nos quedemos a hacerte compañía?—Gabriel no se molestó en contestar, tan sólo se limitó a comenzar a comer.
—Volveré en unos minutos por tu plato— comentó la enfermera saliendo de la habitación seguida de Evan y Amy.
Dejó la cuchara en la bandeja terminando de tragar lo que había sido un sabor desconocido para él y dejó su espalda reposar en la camilla. Cerró sus ojos y se mantuvo así por unos segundos, esperando que todo haya sido una pesadilla. Sus manos comenzaban a sudar fríamente y se sentía mareado. No fue hasta que decidió abrir sus ojos nuevamente que cayó en su lánguida realidad. Sí, era una pesadilla, pero esta vez estaba despierto.
Al cabo de unos segundos cerró de vuelta sus ojos, parpadeando un par de veces pero su campo de visión seguía siendo nulo. Llevó sus manos a su rostro y restregó sus ojos con brusquedad, sin importarle si se lastimaba o no. Las lágrimas no tardaron en salir y comenzar a caer fluidamente por sus mejillas. De pronto, todo lo que había comido se le devolvió por la garganta, su bata ahora estaba manchada de vómito y el plato de comida que había tirado con fuerza se estampó en el piso. Un grupo de enfermeras entró en la habitación para inyectarle un calmante al momento en que casi se desgarra la garganta debido a los gritos.
Gabriel era aquel niño del salón de clases que siempre hacía reír y que todos querían, le gustaba ir a las fiestas de cumpleaños de sus compañeros y salir a jugar con su madre y su mejor amigo Evan. No era un niño que hacía berrinches por asistir a la escuela, al contrario, le gustaba estar allá y quedarse por las tardes en el taller de música, donde había aprendido a tocar el piano.
A pesar de no tener un padre presente, era feliz de tener a su madre, Amy. Siempre habían sido ellos dos y con eso le bastaba. Solía ser muy alegre, entusiasta y amable, y aunque podía tener una pizca de egocentrismo y arrogancia, la mayoría de las personas que habían conocido a Gabriel en su mayoría destacaban los modales y buenas vibras que este irradiaba.
Evan Baker era su mejor amigo desde que Gabriel tenía memoria, las madres de ambos se conocían desde hace años, así que Gabriel y Evan sólo se llevaban por tan sólo un par de meses, prácticamente eran como hermanos.
A medida que iban creciendo, ambos fueron conociendo sus gustos y sueños, los cuales estaban dispuestos a cumplirlos juntos. Salían constantemente con amigos y realizaban viajes desde campamentos en la playa a ir a una pequeña colina a hacer un picnic. Gabriel estaba enamorado de su libertad, de explorar el mundo, de conocer todos sus secretos y tesoros, cada día despertaba con sed de ir por más, de divertirse y sacarle provecho a su juventud. Amaba su juventud.
Uno de los recuerdos que Gabriel más atesora en sus memorias, es de aquel viaje a Italia, su última vez saliendo del país y subiéndose a un avión. Acompañado de Evan y de el resto de sus compañeros del grupo de música fueron a lugares que nunca imaginaron que alguna vez pisarían. Sentía lástima de saber que nunca más podría hacer algo similar debido a su nuevo estilo de vida.
A Gabriel le habían cortado las alas y puesto grilletes en los pies, o al menos, así es como lo sentía él. Poco a poco, Gabriel se escondió en sus pensamientos y penas.
El proceso de volver a aprender a hacer cosas básicas como caminar con total seguridad fue difícil, Gabriel sabía de la fuerza que se necesitaba para lograr tal objetivo y se sentía feliz de haberlo alcanzado.