El aire estaba cargado de energía. Luminaris, la ciudad de luces y contrastes, vivía a un ritmo frenético. Entre callejones decorados con murales vibrantes y plazas llenas de música callejera, el bullicio tenía su propio pulso. Era una ciudad que nunca dormía, pero que sabía guardar secretos en cada esquina.
Álex caminaba por el Puente de Brisa, su cámara colgada del cuello, como siempre. Era su compañera constante, su forma de entender el mundo. Desde que llegó a Luminaris hacía un año, su pasión por capturar momentos únicos había encontrado un nuevo propósito. Cada rincón de la ciudad parecía contar una historia, y Álex quería ser quien la relatara con imágenes.
Esa tarde, el puente estaba lleno de vida: un violinista tocaba una melodía nostálgica, niños corrían detrás de pompas de jabón que reflejaban los colores del atardecer, y parejas charlaban bajo la cálida luz que se filtraba entre los edificios. Álex levantó la cámara y encuadró a un hombre sentado en un banco, afinando una guitarra. El cabello oscuro del hombre caía ligeramente sobre sus ojos, y la concentración en su rostro parecía ajena al bullicio que lo rodeaba.
Fue en ese instante que Álex lo vio claramente. Había algo magnético en la forma en que sus dedos se deslizaban sobre las cuerdas de la guitarra, probando acordes. Su expresión era serena, pero intensa. Álex ajustó el enfoque y tomó la foto. El clic de la cámara pareció romper el hechizo, porque el guitarrista levantó la mirada justo en dirección a Álex.
Sus ojos se encontraron.
Álex sintió una punzada de nervios. Bajó la cámara, sintiéndose sorprendido de haber sido descubierto. El guitarrista arqueó una ceja, claramente curioso, pero no parecía molesto. En cambio, una ligera sonrisa apareció en su rostro, lo que hizo que el corazón de Álex diera un vuelco.
—¿Sueles tomar fotos sin preguntar? —dijo el hombre, su voz grave pero con un tono juguetón.
—Lo siento —respondió Álex, dando un paso hacia él. —Es que... tenías una expresión tan interesante. No pude evitarlo.
El guitarrista inclinó la cabeza, evaluándolo. —¿Interesante, eh? Eso suena sospechoso.
Álex sonrió, un poco más relajado. —No me malinterpretes. Me dedico a fotografiar momentos, y este parecía uno de esos que no se repiten.
—Ya veo. —El hombre se levantó del banco, llevando su guitarra con cuidado, y dio un par de pasos hacia Álex. —¿Y tú? ¿Sueles tener momentos irrepetibles con extraños?
Álex rió, aunque el tono de la pregunta lo tomó por sorpresa. —Bueno, supongo que sí, si cuentan como extraños las personas interesantes.
—Parece que te gusta esa palabra. —El guitarrista extendió la mano. —Leo.
—Álex. —Le estrechó la mano, notando lo cálida que estaba.
Ambos se quedaron ahí, parados, estudiándose mutuamente. Álex sintió una chispa inusual, como si algo importante estuviera a punto de comenzar.
—¿Eres músico? —preguntó Álex, rompiendo el silencio.
—Sí. Bueno, lo intento. —Leo sonrió. —Toco en algunos bares de aquí y allá. ¿Y tú? ¿Fotógrafo?
—Sí, más o menos. Trabajo en una revista pequeña y hago proyectos personales cuando puedo.
—Entonces ambos vivimos de perseguir sueños —comentó Leo, su voz cargada de una mezcla de humor y algo más profundo.
—Supongo que sí. Aunque algunos días se sienten más como sobrevivir que como soñar.
Leo asintió, como si entendiera perfectamente. Se sentó de nuevo en el banco e hizo un gesto para que Álex lo acompañara.
—¿Sabes? Creo que nunca me habían descrito como "interesante". Pero si lo soy, al menos déjame escucharlo en esa foto.
Álex dudó por un momento, pero finalmente sacó su cámara y le mostró la imagen. Leo la observó en silencio, con los ojos ligeramente entrecerrados, como si estudiara algo más allá de la foto.
—No está mal —dijo finalmente, su tono burlón. Pero luego lo miró a los ojos, más serio. —Capturaste algo que ni yo sabía que estaba ahí.
Álex sintió que sus mejillas se calentaban. —Gracias... supongo.
—Si quieres tomar más fotos, voy a estar tocando en El Faro esta noche. Es un bar a unas cuadras de aquí.
Álex parpadeó, sorprendido por la invitación inesperada. —¿En serio?
—Claro. —Leo sonrió. —Aunque, si vienes, asegúrate de que las fotos sean tan buenas como esta.
Álex soltó una carcajada, sin poder evitarlo. —Está bien, trato hecho.
Leo se levantó, colgándose la guitarra al hombro. —Entonces nos vemos esta noche, fotógrafo.
Álex lo observó alejarse, con una mezcla de intriga y emoción. Algo en ese breve encuentro le decía que no sería la última vez que vería a Leo.
Y aunque no lo sabía en ese momento, tenía razón: esa tarde en la plaza había sido el inicio de algo que cambiaría su vida.
Álex se quedó sentado en el banco por un momento después de que Leo se marchó, todavía sosteniendo su cámara como si pudiera congelar no solo la imagen que había capturado, sino también la sensación que lo envolvía. Había algo electrizante en Leo, algo que lo había sacado de su rutina habitual de observar el mundo a través de un lente. Por primera vez en mucho tiempo, sentía que alguien lo miraba de vuelta, más allá de lo superficial.
Se levantó finalmente, sacudiendo las piernas como para regresar al presente. Decidió recorrer un poco más la ciudad antes de que el sol se escondiera por completo. Luminaris, con su mezcla de colores y texturas, siempre le ofrecía inspiración, pero esa tarde, su mente volvía constantemente a la imagen de Leo afinando su guitarra.
En el camino, Álex pasó por un puesto de café que frecuentaba. La barista, Clara, lo saludó con una sonrisa amistosa mientras le preparaba su café habitual.
—Hoy luces... distraído —comentó mientras le entregaba el vaso.
Álex rió. —¿Eso es un eufemismo para "pareces perdido"?
—Algo así. —Clara lo miró con curiosidad. —¿Alguna buena foto hoy?
Álex pensó en Leo, en la manera en que el atardecer había delineado sus rasgos y la intensidad en su mirada al encontrarse con la cámara.