Luminaris estaba envuelta en un suave frío otoñal, con las calles cubiertas de hojas doradas y cafés al aire libre sirviendo bebidas calientes en tazas humeantes. Álex y Leo habían estado en contacto constante desde la noche en "El Horizonte". Aunque sus conversaciones seguían siendo relajadas y a menudo bromistas, había una corriente subyacente de algo más profundo que ambos parecían temerosos de abordar directamente.
Esa tarde, Álex caminaba hacia el estudio de ensayo donde Leo había dicho que estaría. Habían quedado en verse después de que terminara, pero Álex decidió llegar un poco antes para sorprenderlo.
El estudio estaba ubicado en un edificio de ladrillos gastados, con grafitis decorando las paredes exteriores y una vibrante mezcla de música filtrándose desde los diferentes pisos. Subió por una escalera angosta hasta el tercer nivel y empujó suavemente la puerta entreabierta del cuarto de ensayo.
Leo estaba de espaldas a él, afinando su guitarra mientras hablaba con su compañero de banda, una chica pelirroja con un aire despreocupado. Álex no pudo evitar sonreír al verlo tan concentrado, moviendo la cabeza al ritmo de una melodía que solo él parecía escuchar.
Cuando Leo se giró y lo vio, su rostro se iluminó instantáneamente.
—¿Qué haces aquí tan temprano? —preguntó, dejando la guitarra a un lado y caminando hacia él.
—Pensé en darte una sorpresa. ¿Te molesta? —respondió Álex con una sonrisa.
Leo negó con la cabeza, esa sonrisa inclinada que Álex comenzaba a reconocer como su favorita jugando en sus labios.
—Nunca. Aunque ahora te toca escuchar todo lo que estamos haciendo.
Álex se sentó en un viejo sofá junto a la pared mientras Leo y su banda comenzaban a tocar. Las notas llenaron el espacio reducido, y Álex se dio cuenta de cuánto amaba ver a Leo en su elemento. Había algo en la forma en que cerraba los ojos mientras tocaba, como si estuviera transportándose a otro lugar, que lo hacía imposible de ignorar.
Cuando terminaron, la pelirroja se acercó a Álex y le ofreció una mano.
—Tú debes ser Álex. Soy Clara. Leo nos ha hablado de ti.
Álex parpadeó, algo sorprendido. —¿De verdad? ¿Qué ha dicho?
Leo, que estaba guardando su guitarra, intervino rápidamente. —Nada que no deba.
Clara rodó los ojos con una sonrisa cómplice. —Dice que tienes un ojo increíble para las fotos. Y que eres un buen tipo.
—Eso no es todo lo que dije —murmuró Leo en voz baja, casi inaudible, pero Álex lo escuchó y sintió un ligero calor subiendo a sus mejillas.
Después de que la banda recogiera, Leo y Álex salieron juntos del edificio. El sol comenzaba a ocultarse, pintando el cielo con tonos naranjas y rosados. Caminaron en silencio por un rato hasta que llegaron a un pequeño parque.
Leo fue el primero en romper el silencio. —Clara puede ser un poco intensa, pero es buena gente. No creas todo lo que diga.
—Creo más en lo que tú no dices —respondió Álex con un tono suave.
Leo se detuvo y lo miró. —¿Qué significa eso?
Álex encogió los hombros, deteniéndose también. —Significa que siento que a veces te guardas cosas. Cosas importantes.
Leo suspiró, metiendo las manos en los bolsillos de su chaqueta. —No es fácil para mí, Álex. Hablar de algunas cosas... simplemente no sé cómo hacerlo.
Álex asintió, dando un paso más cerca de él. —No tienes que saber cómo. Solo quiero que sepas que no tienes que cargar con todo solo.
Leo lo miró fijamente, y por un momento, Álex sintió como si estuviera sosteniendo un hilo invisible que podía romperse con el más leve movimiento. Pero entonces, Leo sonrió, esa sonrisa pequeña pero genuina que decía más que las palabras.
—Gracias.
Continuaron caminando, esta vez más cerca, con los hombros casi rozándose. El parque estaba vacío excepto por un par de niños jugando al otro lado y una pareja paseando a su perro. La noche comenzaba a caer, y con ella llegó un aire más frío.
—¿Quieres ir a mi casa? —preguntó Leo de repente.
Álex lo miró, sorprendido, pero asintió. —Claro.
El departamento de Leo era pequeño pero acogedor, con una decoración que reflejaba su personalidad. Había pósters de bandas pegados en las paredes, una pila de discos junto a un viejo tocadiscos y una guitarra apoyada en el sofá.
—No esperaba traer a nadie hoy, así que... disculpa el desorden —dijo Leo mientras encendía una lámpara de pie que arrojaba una luz cálida al espacio.
—Me gusta. Se siente como tú —respondió Álex, mirando alrededor.
Leo lo observó por un momento, luego se sentó en el sofá y tomó la guitarra.
—¿Te importa si toco algo?
Álex negó con la cabeza y se sentó a su lado. —Por favor.
Leo comenzó a tocar una melodía suave, una que Álex no reconoció pero que le pareció extrañamente familiar. Era íntima, como si cada nota estuviera diseñada para llenar el espacio entre ellos.
Cuando terminó, Leo dejó la guitarra a un lado y se volvió hacia Álex.
—Es algo en lo que he estado trabajando. No tiene letra todavía, pero... creo que habla de lo que siento ahora.
Álex lo miró, el corazón latiéndole con fuerza. —Es hermosa.
Leo sonrió y, por primera vez, se inclinó hacia él, cerrando el espacio entre ambos. Fue un movimiento tímido, casi como si estuviera buscando permiso, pero Álex no dudó. Cerró los ojos y dejó que sus labios se encontraran en un beso que parecía detener el tiempo.
Era suave, lento, y lleno de una emoción que ninguno de los dos podía poner en palabras. Cuando finalmente se separaron, ambos se quedaron en silencio, mirándose con una mezcla de asombro y alegría.
—Definitivamente necesito ponerle letra a esa canción —dijo Leo, rompiendo el silencio con una risa suave.
Álex sonrió, apoyando su frente contra la de él. —Tal vez puedas empezar por escribir sobre esto.
Y en ese momento, Luminaris dejó de ser una ciudad ruidosa y vibrante. Solo existían ellos dos, y el comienzo de algo que prometía ser inolvidable.