Cuando el corazón encuentra su lugar.

Capítulo 6

Una semana después de la exposición de Álex, Leo recibió un mensaje inesperado mientras practicaba en su departamento. Su teléfono vibró sobre la mesa, y cuando lo revisó, el remitente lo dejó paralizado por un momento: Samuel Rivas, un influyente productor musical de Luminaris.

El mensaje era breve pero directo:

"He oído cosas buenas sobre tu música. Ven al estudio de grabación Prisma este viernes a las 7 p.m. para una audición privada."

Leo leyó y releyó el mensaje varias veces, tratando de procesar lo que significaba. Samuel Rivas era conocido por descubrir talentos emergentes, pero también tenía una reputación de ser exigente hasta el extremo. Esta era, sin duda, una oportunidad única, pero también aterradora.

Cuando Álex llegó esa tarde, encontró a Leo caminando de un lado a otro con la guitarra en la mano, murmurando para sí mismo.

—¿Qué pasa? —preguntó Álex, dejando su cámara en el sofá.

Leo lo miró con una mezcla de emoción y pánico. —Samuel Rivas quiere escucharme tocar.

Álex levantó las cejas, impresionado. —¿El Samuel Rivas?

—El mismo. Este viernes.

—¡Eso es increíble! —Álex se acercó, tomando las manos de Leo. —¿Por qué pareces a punto de desmayarte?

—Porque es Samuel Rivas. He oído historias sobre cómo destroza a músicos en sus audiciones. ¿Y si no soy lo suficientemente bueno?

Álex lo miró con firmeza. —Eres lo suficientemente bueno. Lo vi en esa presentación que hiciste con Clara, lo veo cada vez que tocas. Samuel no te contactaría si no creyera que tienes algo especial.

Leo suspiró, dejando la guitarra en el sofá. —Es fácil decirlo, pero una cosa es tocar en cafés pequeños y otra es estar frente a alguien como él.

Álex sonrió con suavidad. —Entonces haz lo que mejor haces. Conecta con la música y deja que hable por ti.

El viernes llegó antes de lo esperado. Leo había pasado los días anteriores practicando obsesivamente, componiendo una nueva canción que sentía que podría impresionar a Rivas. Pero al llegar al estudio Prisma, se encontró con un ambiente más intimidante de lo que esperaba.

El lugar estaba lleno de equipos de alta tecnología, con paredes decoradas con discos de platino y fotografías de músicos famosos que habían pasado por allí.

Samuel Rivas, un hombre de mediana edad con cabello canoso y un porte imponente, lo recibió en la sala principal del estudio.

—Leo, ¿verdad? He oído hablar de ti. —Rivas lo miró con atención, como si ya estuviera evaluándolo antes de que tocara una sola nota.

—Sí, señor. Gracias por darme esta oportunidad.

—Vamos al grano. Quiero escuchar algo original. Algo que me diga quién eres como artista.

Leo asintió, tragando saliva mientras se sentaba en un taburete con su guitarra. Respiró hondo, recordando las palabras de Álex: Conecta con la música y deja que hable por ti.

Empezó a tocar, una melodía suave al principio, que poco a poco creció en intensidad. La canción era una mezcla de notas melancólicas y esperanzadoras, inspirada en los altibajos de su relación con Álex y en el proceso de descubrirse a sí mismo como músico.

Cuando terminó, el estudio quedó en silencio. Samuel permaneció inmóvil, con una expresión inescrutable.

—Tienes talento, eso es indiscutible. Pero... —Leo sintió que se le helaba la sangre—, quiero ver más. Tienes algo auténtico, pero no estoy seguro de que estés listo para el siguiente nivel.

Leo apretó los labios, sintiendo una mezcla de frustración y decepción. —¿Qué puedo hacer para demostrarlo?

Samuel lo miró fijamente. —Tienes una semana. Compón algo que rompa tus propios límites. Algo que muestre no solo tu técnica, sino tu alma. Si lo logras, trabajaremos juntos. Si no... bueno, habrá otras oportunidades.

Leo salió del estudio con una maraña de emociones. Por un lado, estaba agradecido por la oportunidad, pero por otro, sentía el peso de la presión como nunca antes.

Esa noche, compartió todo con Álex mientras estaban en el sofá.

—No sé si puedo hacerlo —admitió Leo, con la cabeza entre las manos.

Álex se inclinó hacia él, colocando una mano en su espalda. —Claro que puedes. Lo que hiciste esta noche fue increíble, y si Samuel te pidió más, es porque ve algo en ti.

Leo levantó la mirada, sus ojos llenos de duda. —¿Y si no soy lo suficientemente bueno?

Álex negó con la cabeza. —No se trata de ser perfecto, Leo. Se trata de ser tú. Y esa canción que tocaste hoy... fue tan honesta que casi podía sentir cada emoción que querías transmitir.

Leo lo miró, sus labios curvándose en una pequeña sonrisa. —¿Por qué siempre tienes las palabras correctas?

—Porque te escucho. Porque creo en ti.

Leo suspiró, pero esta vez con menos peso. Se inclinó hacia Álex, dejando que su frente descansara contra la de él.

—Una semana para componer algo que defina quién soy. ¿Me ayudarías?

Álex sonrió. —Siempre.

Los días siguientes se convirtieron en una intensa mezcla de creatividad, frustración y apoyo incondicional. Leo pasaba horas en su rincón del apartamento, tocando la guitarra hasta que las cuerdas le dolían en los dedos, mientras Álex alternaba entre darle espacio y ofrecer su compañía cuando sentía que Leo lo necesitaba.

Una tarde, mientras Álex revisaba fotos en su computadora, notó que Leo parecía atrapado en un bucle de acordes. Tocaba, se detenía, suspiraba y volvía a empezar.

—¿Por qué no tomas un descanso? —sugirió Álex, levantándose y acercándose a él.

Leo se pasó las manos por el cabello, claramente frustrado. —No puedo. Nada de lo que toco suena lo suficientemente bien.

Álex se sentó a su lado, mirando la guitarra como si pudiera entenderla. —Tal vez estás pensando demasiado en lo que debería ser en lugar de lo que es.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Leo, mirándolo con el ceño fruncido.

Álex se encogió de hombros. —La canción que tocaste en el estudio, esa que salió de ti sin planearlo tanto, fue increíble porque era honesta. No intentabas impresionar a nadie, solo estabas expresando lo que sentías.




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