Cuando el destino llama

Capítulo 3

Abrí mis ojos y extendí mis pulmones como si acabara de recordar cómo respirar. Sentí mi cuerpo paralizado a pesar de que ya nada lo envolvía. Miré hacia el cielo, las copas de los árboles se alzaban a gran altura. Con un poco de dificultad me levanté del suelo y giré en mi propio eje. Centenares de abetos, pinos y otros tipos de árboles se extendían hasta donde mi vista podía vislumbrar.

-¡Evan! ¡Jaqueline!  -Grité sus nombres, pero sin obtener respuesta alguna. Sacudí el polvo de mi ropa y me di un pellizco en el brazo-. ¡Auch!  –Esto no era un sueño, no estaba soñando.

Me dispuse a caminar con la esperanza de encontrar algo que me diera una pista de lo que estaba sucediendo. Tomé un puñado de hojas secas del suelo y las arrojé al cielo, el viento se las llevó con gran facilidad y gracia. La dirección del viento era la que seguiría.

-Camile…. –Escuché mi nombre ser susurrado a mi oído. Me giré bruscamente pero no había nada. Creo que empezaba a imaginarme cosas, caminé más rápido, ahora no solo era mi nombre ser susurrado, sino que también tenía la sensación de ser observada.

Escuché el crujir de una rama y posteriormente un gruñido. Me giré de nuevo y una criatura descendió de los árboles, una bestia enorme alada, cuerpo de león y la cabeza como de águila. Me miraba fijamente con sus enormes ojos color ámbar y yo sentí que mi frente empezaba a sudar, dio un par de pasos hacia mí y yo retrocedí. Este acto pareció molestarle porque elevó su cuello y soltó un rugido que sonó como el graznido de miles de pájaros.

Me exalté y comencé a correr por sentido común. El suelo no era igualitario en el sentido superficial, había bajones y bultos de tierra cubiertos de césped, además de ramas y troncos secos. Me tropecé y caí dolorosamente. Intenté ponerme de pie pero mi tobillo izquierdo me lanzaba fuertes punzadas al resto de la pierna, la criatura se acercó a mí, intimidante y amenazadora.

Mi cuerpo no me respondía, estaba totalmente paralizada por el pánico. Cerré los ojos y por mi mente pasaron varias imágenes, Nana ofreciéndome sándwiches, Evan y su madre jugando videojuegos en el sofá, incluso Jaqueline se cruzó por mi mente. Por último, vislumbré a mis padres, ambos sostenidos de las manos de espaldas. Giraron para verme, sonrieron y me  tendieron sus manos. ¿Debía tomarlas e irme con ellos?

Abrí mis ojos de golpe y de algún modo me puse de pie para seguir corriendo. Lo siento papá y mamá pero aún no estaba lista para ir con ustedes. El dolor que sentía era insoportable, más que correr estaba trotando. La bestia me seguía pero al ser tan grande no podía pasar fácilmente por entre los troncos de los abetos.

Encontré un frondoso pino y me escondí detrás de él, mi respiración estaba agitada y entrecortada, sentía como el sudor frío recorría mi frente hasta gotear desde mi barbilla. Cubrí mi boca con la mano para que no escuchara mi desesperación por recuperar el aliento. El tobillo me mataba temía que estuviese roto o algo, pero por ahora creo que mantener mi vida era más importante.

-Espabila Camile, espabila… -Me decía en voz baja tratando de tranquilizarme. Giré mi cuerpo y lentamente saqué mi cabeza de la cobertura del frondoso tronco. Ya no veía nada, esa criatura había desaparecido. Pensé demasiado rápido.

Una gruesa rama cayó detrás de mí, me exalté. Entonces sentí un aire caliente en mi nuca, los vellos de mi cuerpo se erizaron y la piel se me puso de gallina tan firmemente que dolía. No quería mirar, pero tenía que hacerlo.

Olvidé como respirar en cuanto vi a la bestia a solo un metro de mí con sus ojos fijos a los míos. Apreté los puños con fuerza, lista para cometer cualquier estupidez, no iba a morir tan fácilmente, no sin dar pelea antes.

Dio un paso más para acercarse, su pico de águila ya estaba más cerca de mí. Un agudo y dulce silbido captó su atención, levantó sus orejas y se desplazó rápidamente hasta el origen de dicho sonido. Exhalé el aire que había retenido en mis pulmones y dirigí mi vista hacia donde se había ido. Un chico de cabello negro y tez morena estaba junto a él. Vestía unas botas plateadas hasta la rodilla, un pantalón negro, y portaba una chaqueta larga que llegaba  poco más abajo de su cintura de color negro con botones plateados y dos bandas laterales. Solo tenía una manga larga que cubría uno de sus brazos hasta la muñeca. El otro doblés estaba solo hasta su hombro dejando al descubierto su brazo bien tonificado por los bíceps.

Pude ver un muy extraño tatuaje en su brazo descubierto, que se extendía desde la base del hombro hasta la altura del codo. Arrojó el cadáver de un pequeño animal, quizá una ardilla, hacia el cielo y la enorme bestia estiró su cuello para atraparlo entre sus fauces. Por un momento me imaginé que no me gustaría que mi cabeza fuese la siguiente.




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