Cuando el sol se oculte

uno

Suspiré y decidí que ahora tenía que ser valiente. Estudié por este título y ahora que tenía la oportunidad de ejercerlo, no podía acobardarme por el miedo. Volví a suspirar y decidí que tenía que seguir avanzando. Entré al gran edificio y, junto a la recepción, estaba mi amiga; se veía algo estresada. Le sonreí cuando me acerqué.

—¿Sabes cuánto llevo esperándote? —preguntó algo exasperada.

—Perdón, me demoré mucho vistiéndome —traté de calmarla.

—Seraphina, arriesgué mucho para que obtuvieras esta entrevista, no seas malagradecida.

Arrugué la nariz y el entrecejo, y entonces recordé que ella no es mi amiga, es amiga de mi hermana gemela. Ni siquiera sé por qué aceptó este favor para mí, seguramente fue por Apply. Ella siempre quiere hacerse la buena, el ángel que ayuda a todo el mundo... tan hipócrita como siempre.

—Sí, lamento ser una molestia, Amelia. Prometo hacerlo bien.

—Más te vale.

La sigo y subimos por el elevador. Unos minutos después llegamos al piso 25. Cuando se abrieron las puertas, se reveló un gran pasillo con grandes ventanales. Había varias puertas con letras en braille; reconocería ese idioma donde fuese. Lo he visto toda mi vida y aprendí ese idioma por alguien en especial.

Miré a Amelia y ella solo se dio la vuelta y entró al elevador, no sin antes indicarme con una mirada que, si lo arruinaba, me mataría ella misma. Suspiré y me senté en una silla libre. Tenía que esperar a que me llamaran para la entrevista.

Me estoy postulando para el puesto de asistente personal del señor Enzo Dragna. Es un importante empresario que quedó ciego hace algunos años debido a un accidente en auto, y hace unas semanas su asistente intentó engañarlo, aprovechándose de su discapacidad para que firmara unos contratos fraudulentos. Y ahora, pues, estoy aquí para intentar obtener ese puesto.

El tiempo pasaba lentamente. Me limpié las manos contra el pantalón; estaban sudorosas. No podía evitarlo, la ansiedad me carcomía. Habían llamado a varias chicas y chicos y todos salían con caras de querer morirse. Justo cuando estaba a punto de revisar mi currículum una vez más, la puerta de la oficina se abrió.

—Seraphina Halloway —llamó una voz masculina.

Me puse de pie de inmediato y me alisé la blusa con nerviosismo. Era el momento. Caminé hacia la puerta con pasos firmes, aunque por dentro sentía que mis piernas eran de gelatina. Sentía que en cualquier momento vomitaría de los nervios, como cuando era una niña.

Al entrar, me encontré con una oficina amplia y minimalista. Un enorme ventanal dejaba pasar la luz natural, iluminando el escritorio de madera oscura donde un hombre de apariencia imponente estaba sentado. Tenía el cabello negro perfectamente peinado hacia atrás, una barba bien recortada y un porte que emanaba autoridad. A su lado, un gran pastor alemán descansaba, pero por la postura de sus orejas sabía que, aunque parecía estar dormido, estaba totalmente alerta.

Enzo Dragna. Las fotos en las revistas no le hacían justicia a semejante hombre. Lástima que ese hombre era un ogro, así que suspiré.

Sus ojos, ocultos tras unas gafas oscuras, se giraron en mi dirección. Aunque no podía verme, sentí su presencia como si analizara cada uno de mis movimientos.

—Siéntese —ordenó con voz grave y serena.

Tragué saliva y obedecí.

—Señorita Halloway, ¿por qué cree que es la persona indicada para este trabajo?

Respiré hondo y sonreí con confianza, aunque mi corazón latía con fuerza.

—Porque sé exactamente lo que necesita, señor Dragna.

La entrevista había comenzado.

Enzo Dragna se mantuvo en silencio por unos segundos, como si evaluara mis palabras. Apoyó los dedos sobre el escritorio, tamborileando lentamente.

—Explíquese —ordenó con la misma voz firme.

Tomé aire y enderecé mi postura. No podía titubear ahora.

—Conozco el Braille desde pequeña. Sé que la confianza es algo complicado cuando se trata de trabajar con una persona en su posición, sobre todo después de lo que ocurrió con su anterior asistente. Pero no solo tengo la preparación para este trabajo, sino que también entiendo la importancia de la lealtad y la discreción.

No movió ni un músculo, aunque por la forma en que giró ligeramente la cabeza, supe que me estaba escuchando con atención.

—¿Y qué le hace pensar que puedo confiar en usted? —preguntó con un matiz de frialdad.

Apreté los labios por un momento.

—Porque no tengo nada que ganar traicionándolo, señor Dragna. Y si lo hiciera, bueno… usted no es el tipo de persona que lo dejaría pasar. Hay evidencia suficiente de ello.

Su boca se curvó en una sonrisa apenas perceptible.

—Vaya… tiene agallas —murmuró, recostándose en su silla.

Me mantuve firme, aunque su aura dominante hacía que cada fibra de mi cuerpo me gritara que bajara la mirada.

—¿Dónde trabajó antes? —preguntó, cambiando de tema de inmediato.

—Fui intérprete en una organización sin fines de lucro para personas con discapacidad visual. También trabajé como asistente en un bufete de abogados especializados en casos importantes como el de su compañía.

—Habilidades tecnológicas.

—Dominio de software de lectura de pantalla, manejo de documentos con accesibilidad integrada y escritura en Braille digital.

Asintió, como si estuviera marcando mentalmente una lista.

—Dígame, señorita Halloway… ¿por qué realmente quiere este trabajo?

Esa era la pregunta trampa, lo supe de inmediato. Pude haberle dado una respuesta genérica sobre crecimiento profesional o la pasión por ayudar, pero él no era alguien que se dejara impresionar con frases vacías.

—Porque es un desafío.

Un silencio se instaló en la sala.

—Explique —pidió de nuevo.

Tragué saliva, pero mantuve mi mirada fija en él.

—Sé que no busca a alguien que solo haga su trabajo. Necesita a alguien que anticipe lo que necesita antes de que lo pida, que no le trate con condescendencia, que no le tenga miedo.




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