—Estás jodida —comentó Mel mientras se llevaba un trozo de carne a la boca.
—Dime algo que no sepa —respondí exasperada.
Podría parecer una tontería o que sobreactuaba. Sin embargo, mis padres podrían llegar a ser personas muy estrictas, sobreprotectoras y con muchos perjuicios. Por eso sé que no les haría gracia el hecho de que tuviera que trabajar con Ryan. Quien, al parecer, tenía una familia complicada y su aspecto no le gustaba a mucha gente en este pueblo.
Por esas razones me podía imaginar que si les comentaba esto vendrían aquí a exigirle a la señorita Higgins un cambio de compañero. Cosa que no me apetecía, pues no quería pasar por aquella vergüenza ni quería hacerle sentir mal a Ryan.
Sabía lo mal que sentaba que te excluyeran. Y, si en verdad tenía una vida complicada, me parecía echarle más leña al fuego.
—Mira, sé que no te gusta mentir —En cuanto Adam pronunció aquellas palabras, sabía qué tenía planeado—. Pero si no quieres pasar por un momento vergonzoso, más te vale mentirles a tus padres.
—Ya ¿y a quién meto en esto? Porque ya sabéis que no es tan fácil para mí mentir —pregunté algo más irritada de lo normal.
Tenía tantas cosas en la mente que no probé bocado. Ni parecía que lo fuera a hacer.
—A ver, una de tu clase conoce a una compañera mía del equipo. Se llama Bárbara. Podrías decir que vas con ella y que me conoce.
Pensé en la idea de Melissa por unos segundos.
—Supongo que es mi única opción —murmuré.
—Tranquila, sabemos que tus padres son algo estrictos. Pero tampoco creo que sea para preocuparse tanto ¿no? —contestó Adam con un tono despreocupado.
Negué con la cabeza.
Ellos solo conocían una pequeña parte de lo que pasaba en mi casa. No era capaz de contarles lo difícil que me era estar en esa casa en muchas ocasiones. Y, la verdad, prefería que fuera así; de esa forma me evadía, no tenía que aguantar preguntas sobre temas que me incomodaban.
—¿No comes? —preguntó Melissa.
Miré el plato.
Tenía un nudo tan grande en la garganta, y las náuseas comenzaban a hacerme sentir mal.
Podría ir al baño para intentar vomitar, pero habría gente. Cosa que no me gustaba.
—Me siento algo mal. No creo que me siente bien comer ahora —respondí tratando de calmarla.
Desde hace unas semanas se había empezado a preocupar mucho por mí ya que, a estas alturas, mi pérdida de peso era notable. Aún más cuando ya de por sí era delgada.
La entendía. Yo también me preocuparía si estuviera en su lugar. Pero no quería contar la verdadera razón por la cual había perdido peso. Siempre preferí guardarme mis problemas.
Seguimos hablando de varias cosas hasta que la hora de la comida acabó y nos fuimos a clase.
Para mí desgracia, estas dos últimas horas no fueron amenas. Era incapaz de concentrarme en las clases. El ruido de las botas de Ryan y pensar en cómo me acercaría a él para ver qué hacíamos con el trabajo, entre otras cosas, me estaba provocando dolor de cabeza.
Quería marcharme ya, pero no a casa. Quería estar en un lugar seguro, donde mi mente descansara. Sin embargo, eso ya lo perdí. Hacía tiempo que dejé de sentirme segura en cualquier lugar que no fuera mi casa.
Miré la hora con la esperanza de que quedara poco.
Por suerte solo quedaba un minuto. Un minuto que fue eterno.
Cuando tocó el timbre salí rápidamente. Solo deseaba irme al coche con Adam para distraerme. Nada más. Y si el tiempo se paraba en ese instante para no llegar a mi casa, mejor.
Una vez allí le vi apoyado en la puerta del conductor mientras estaba escribiendo un mensaje.
—¿Escribiéndole a alguien especial? —dije en un tono burlón tratando de ocultar mi ánimo.
Él apartó la mirada del móvil para dedicarme una sonrisa.
—Si por especial te refieres a mi madre, entonces sí —contestó.
Luego de eso nos montamos en el coche y salimos del aparcamiento.
No dijimos nada. Él estaba concentrado en la carretera mientras yo solo me dediqué a observar el paisaje.
—Oye —soltó Adam.
Aparté la mirada de la ventana para dirigirla hacia él.
—¿Qué pasa?
—¿De verdad te preocupa tanto el tema de Ryan? Es que desde primera hora has estado algo ausente. Ni siquiera has comido —El tono preocupado de mi amigo me hizo sentir algo mal.
No quería que se preocupasen por mí.
—No sé cómo acercarme a la gente. Mucho menos a un chico como él. Y sé que la profesora no me dejará hacerlo sola. Además, también está lo de mis padres —expresé con la voz algo más baja de lo normal.
Adam apartó un momento la mirada de la carretera para mirarme.
—Kiara, sabes que nos tienes aquí. Si necesitas que te ayudemos a mentir lo haremos. Si necesitas ayuda para hablar con Ryan sobre el trabajo también te ayudaremos —Volvió su mirada al frente. Sin embargo, me dio la mano y me la apretó en señal de consuelo—. No estás sola. Nos tendrás aquí siempre que nos necesites.
Menos mal que él ya no tenía sus ojos puestos en mí, porque hubiese visto cómo mis ojos se humedecían. Y, sinceramente, no me apetecía que me viera así. Por esa razón, mordí mi labio intentando reprimir mis lágrimas.
Este no era momento para llorar.
Luego de eso nos pusimos a hablar sobre sus problemas en el trabajo. Concretamente sobre los críos que solían robar en la tienda. La manera en la que despotricaba me hacía reír.
Adam era experto en animar a la gente, de hacerlas felices. Por eso lo quería tanto; siempre encontraba la manera de hacerme sentir más aliviada.
Seguimos hablando sobre un montón de cosas aleatorias hasta que el momento que menos me gustaba llegó.
Aparcó en frente de su casa. Nos despedimos y, con desgana, me dirigí hacia casa (que estaba justo al lado de la de Adam). Una vez en la puerta suspiré para, acto seguido abrir la puerta.