Cuando el tiempo se acabe

Capítulo 4

La tarde de ayer fue un desastre. Discutí con mi madre en el coche mientras me llevaba a la biblioteca. Lo que me dejó por los suelos. Además, cuando me junté con Ryan todo era tan incómodo. No hablamos casi. Yo porque no sabía qué decir y él supongo que porque era así. Mas no solo fue eso, nos pegamos dos horas solo para elegir el autor de nuestro trabajo. Por lo que me obligué a tener que decirle de quedar al día siguiente a las seis, cuando mis padres trabajaban y podía conducir sola.

Para rematar el día, al llegar a casa, mis padres estaban discutiendo por mi culpa. Como siempre. Lo que provocó que me diera un atracón para llenar todo el vacío que tenía. Mas, como era habitual, la culpabilidad, las calorías, la sensación de ser un fracaso, me invadieron e hice lo que al parecer era lo único que sabía hacer: sentir control mientras veía cómo mi estómago se vaciaba.

Además, no pude dormir. Tenía hambre y la cabeza no paraba gritar. Así que la mañana y parte de la tarde de hoy me la pasé ocultando que era un zombi. De hecho, no sé cómo no me dormí mientras conducía en dirección a la biblioteca.

Una vez allí no vi a nadie. Lo que ocasionó que mi mal humor se incrementara. Mas traté de ser paciente.

Me pasé media hora esperándole hasta que decidí irme de allí. Era una estupidez. Estaba claro que no vendría. Debí haberme dado cuenta en cuanto vi que solo asintió distraídamente el día anterior.

De esta manera salí de la biblioteca queriendo romper algo. Y es que temía el ir muy retrasados. Lo último que quería era hacer el trabajo con prisas, pues, últimamente, me costaba concentrarme o simplemente mantenerme cuerda. Así que sabía que no podía relajarme. Tendría que ir con tiempo, cierto, pero ese tiempo tenía que ser bien aprovechado. Cosa que resultaría difícil si Ryan seguía dándome plantones.

Una vez llegué al coche, conduje más rápido de lo normal, pues la rabia se me hacía más grande. Otra cosa que me solía ocurrir últimamente. Tenía tanta rabia, tanta impaciencia. Lo que solamente provocaba más atracones, más culpabilidad, más vómitos, más hambre...

Negué con la cabeza al darme cuenta que estaba empezando a pensar en la comida.

No quería echar más leña al fuego. Ya tenía suficiente conmigo misma.

Seguí conduciendo mientras trataba de mantener mi mente en blanco hasta que vi algo que me llamó la atención. O más bien, a alguien.

Ralenticé un poco el ritmo para ver mejor aquella figura.

Ojalá no haberlo hecho.

Ryan estaba sentado en el pavimento del oscuro parking del pequeño supermercado. No obstante, las débiles luces de las farolas que había alrededor dejaban ver su rostro magullado.

Al verle todo mi enfado hacia él se disipó. Y en su lugar la preocupación se apoderó de mí.

Sabía que no lo conocía, que no debía tenderle la mano. Pero nunca me gustó ver a alguien herido. Por muy desconocido que fuera, no soportaba ver a alguien sufriendo delante del mundo y que este le ignorara.

Tal vez tuviera la creencia de que podía ser María Teresa de Calcuta. No sé. Mas, lo que quería ahora, era ver qué le pasaba, en qué le podía ayudar.

Así pues, aparqué en el supermercado. Bajé del coche rápidamente y caminé en dirección hacia Ryan, quien seguramente estaría tan metido en la nada que no me escuchó. Pues no vi ni un solo movimiento por su parte.

Le observé por unos instantes, tomé una bocanada de aire y me agaché para verle mejor.

—Ryan ¿estás bien? —pregunté con mi voz algo temblante.

No hubo ningún tipo de respuesta.

Lo miré esperando un poco más a ver si respondía. Pero no fue así. Solo noté que apretó la mandíbula.

Ignoré aquello. Si su intención era alejarme con su silencio o su mala actitud, no lo conseguiría. No podía dejarle aquí estando en aquel estado. Seguramente necesitaría un médico.

—Oye —Por un momento tuve el impulso de posar mi mano sobre su hombro. Sin embargo, decidí no hacerlo. Temía la respuesta que pudiera tener—. Por favor, mírame. Si necesitas ir al médico yo te puedo llevar o...

—No lo hagas —me interrumpió en un tono tan frío, que sin darme cuenta me tensé por unos instantes.

—¿El...qué...? —Intenté mantenerme serena. Aunque al final fue en vano. Me había bloqueado.

Ansié poder decir algo. No obstante, sin esperarlo, Ryan me miró. Aunque deseé que nunca lo hubiera hecho. Tenía el ojo derecho amoratado, sangre seca por debajo de la nariz al igual que por la boca, un corte en la ceja derecha y una mirada rota.

—Hacer como si te importara cuando ni me conoces —contestó haciendo lo posible por ocultar el corte en su voz.

Verle tan hundido provocó que la angustia se colara dentro de mí. No quería imaginar quién sería el responsable. Y, de nuevo, aunque no lo conociera, nadie se merecía aquellas heridas. No tan solo las físicas, sino también las más profundas.

Tuve que apartar la mirada.

—Tú tampoco eres capaz de mirarme —soltó dejando ver su parte más vulnerable.

En ese mismo instante mi mirada volvió hacia él. Había sonado tan roto, que me sentí culpable por apartar la mirada.

Aquellos ojos oscuros se volvieron cristalinos. Era obvio que estaba haciendo todo lo posible por no derrumbarse. Y no podía culparle.

Nunca era fácil dejarte ver en tu momento más vulnerable.

—¿Quién te hizo esto...? —pregunté sin pensar.

Él se tensó.

—Nadie importante —En ese mismo instante su mirada se tornó en una mucho más oscura, más fría.

Ahí supe que la había cagado.

Claramente no era momento ni lugar para hacer aquel tipo de preguntas.

—Yo...Lo siento. No debí haber preguntado —me disculpé en un hilo de voz.

—No, no debiste —Se quedó unos segundos en silencio. Yo me quedé observándole mientras intentaba recuperar mi voz—. Pero supongo que es comprensible.

Nos quedamos en silencio.




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