Había pasado casi una semana desde que me desmayé. Una semana en la que me la pasé la mayor del tiempo castigándome por haber comido tanto el fin de semana anterior. Una semana ignorando a mi madre y ella diciéndome las palabras justas. Una semana estresada por los exámenes, por el trabajo con Ryan. Una semana evadiéndome de mis amigos con tal de no comer. Y si no lo lograba, me mataba a ejercicio al llegar a casa.
Así que, sí, había sido una semana llena de lágrimas en la madrugada por sentirme fatal conmigo misma al igual que de cansancio. Tanto mental como físico.
No obstante, el día de hoy, no fue tan asfixiante. Los profesores nos permitieron descansar un poco ya que sabían lo duras que eran estas semanas. Además, así ellos también se daban un día libre.
De esta manera, gracias a los profesores, tuve tiempo para hacer los deberes y estudiar un poco. Lo que me permitiría tener más tiempo para escribir, leer o escuchar música durante el fin de semana.
Por otro lado, por la tarde, mis padres no estarían en casa ya que tenían turno de tarde. Y aquello me alegraba porque eso significaba un poco de paz. Aunque sé que no dudaría por mucho tiempo, pues tendría que mandarle un mensaje a Ryan para saber cuándo podíamos quedar.
Esta semana no tenía el humor para hablarle. Con nadie en general. Aunque él tampoco parecía tener ganas de hablarme.
De este modo, me fui a casa con la intención de descansar un poco antes de empezar a preocuparme por el trabajo.
No obstante, no pareció ser posible, ya que nada más entrar mi móvil comenzó a sonar. Lo cual me pareció raro. Si Adam necesitaba algo tan solo tenía que llamar al timbre. Y no creía que fuese Mel, tenía entrenamiento para el partido de mañana.
Confundida, saqué el teléfono de mi bolsillo.
Al ver quien era mi corazón se aceleró.
Me resultó tan extraño que Ryan me estuviera llamando. Pero no quise pensar mucho en eso, pues, si me llamaba, tendría que ser por una buena razón. Por lo que tuve que hacer de tripas corazón y responder.
—Hola —Al darme cuenta de que mi voz sonó más aguda de lo normal, quise darme una bofetada.
No se podía ser más patética.
—Hola. Te llamaba para saber si hoy podrías quedar. Tengo algunas cosas miradas sobre André Breton que podrían estar bien para el trabajo —explicó con neutralidad.
Al mismo tiempo que él me comentaba aquello, intentaba relajarme. No quería quedar en ridículo.
—Bueno, hoy tengo la casa libre por la tarde. Así que, sí, puedo quedar —contesté antes de morder mi pulgar para controlarme.
—Vale. ¿Te viene en media hora? —preguntó con su grave voz.
—Sí. Perfecto.
Tras aquello hubo un silencio fugaz, que, de todos modos, me incomodó.
—Nos vemos en un rato —sentenció Ryan con un sutil tono burlón.
—Chao —dije antes de que colgara el móvil y me sintiera la persona más tonta de este mundo.
Suspiré avergonzada de mí misma para, acto seguido, dejar el móvil en el sofá.
Pasaba de estar conectada. Solo quería ponerme a hacer las cosas más amaba y que, últimamente, había dejado de lado.
Así pues, agarré una libreta que no usaba de mi mochila para ponerme a escribir. Hoy de verdad deseaba desahogarme. Aunque el día no hubiese sido horrible, me seguía sintiendo vacía, inútil. Por lo que opté vomitar todos aquellos pensamientos en el papel.
Antes solía ayudarme muchísimo. Por ese motivo quise probar si aún la escritura me ayudaba a sanar.
Me senté en la cocina para comenzar a escribir.
Estuve un buen rato escribiendo, pero tan solo era capaz de tachar todo lo que plasmaba en el papel. No me gustaba lo que estaba haciendo. No se sentía natural. Y es que me sentía tan impotente al ver que cada vez tachaba más rápido, que las palabras se me atascaban.
Al parecer solo servía para ser un desastre, un fracaso, pues ya ni escribir podía. Lo que me dio tanta rabia que acabé por tirar el cuaderno y derrumbarme allí mismo.
¿Por qué cada día todo se me hacía más cuesta arriba?
¿Por qué no podía ser capaz de ser un ser humano? Joder, que cada vez que me miraba en el espejo no me reconocía. Solo veía a una chica con una cara apagada que lo único que era capaz de hacer era cagarla. Una chica gorda y miserable que no merecía nada.
De repente, el timbre sonó.
Me quedé unos segundos mirando hacia la puerta mientras secaba mis lágrimas. Seguramente sería Ryan. Por lo que tendría que volver a ponerme aquella máscara que tanto iniciaba a odiar para ocultar mi verdad. Así pues, no me quedó más opción que levantarme rápidamente de la silla e ir hasta la puerta.
—Hola. Pasa —respondí sacando una de mis mejores sonrisas.
Él, sin decir nada, entró a mi casa.
Iba vestido igual que siempre: ropa negra y botas. Lo único nuevo era que llevaba una carpeta con unas cuantas fotos. Algunas de bandas míticas como Queen o Led Zepelin.
—¿Te gusta el rock? —curioseé.
Ryan me miró algo confundido hasta que se dio cuenta de las fotos de su carpeta que saltaban a la vista.
—Sí. Es lo que más suelo oír —respondió con indiferencia.
Al percatarme que no llegaría a sacarle más tema de conversación decidí no perder más el tiempo. Por lo tanto, me limité a guiarle hasta llegar a mi cuarto. Después de todo, mis padres no se tenían que dar cuenta de que alguien había estado en su ausencia. Es por eso que opté ir a mi cuarto ya que, últimamente, me las había ingeniado para que no pisaran mucho esta.
De este modo, nos limitamos a sentarnos en el suelo y a empezar con el trabajo.
Por suerte, las ideas de Ryan nos permitieron avanzar muchísimo. Tanto así que ya teníamos media biografía ya hecha. Lo que nos permitiría pensar más en lo creativo.
Al menos algo iba bien hoy, pues mi cabeza estaba haciendo de las suyas. Y aquello solo significaba que no tardaría mucho en volver a perder el control.