Volví para despedir a Arata.
Nadie me escribió, ni me avisó. Me enteré por un correo electrónico que Meiko le envió a mi padre: había dejado su casilla abierta en mi laptop.
Mi primera reacción fue esperar. Esperar a que él lo leyera por sí mismo, esperar alguna palabra. Pasaron tres días, pero no dijo nada. Meiko tampoco me escribió, aunque ni siquiera lo esperaba. Ella no sabía que Arata y yo habíamos seguido en contacto después de que mi madre falleciera y dejáramos Kioto. Al quinto día cambié mi vuelo y lo adelanté.
Planeé este viaje el año pasado, viajaría a finales de junio para verlo. En lugar de quedarme dos meses, ahora me quedaría tres días. La agencia de viaje no tuvo mucho problema; se quedarían con la mitad de mi dinero y el valor del ticket actual. El primer vuelo que encontré salía el viernes catorce, tenía dos escalas; un viaje total de diecisiete horas. Terminé tomando uno que salía el martes dieciocho, sin escalas y once horas de vuelo. Se me hizo largo, seguramente porque no podía esperar para llegar. Durante todo el vuelo me atacó una terrible ansiedad que no me dejó disfrutar de la vista desde el asiento de la ventana.
Llegué el miércoles por la tarde a Narita, tomé el Narita Express hasta Shinagawa y de allí un tren bala hasta Kioto, otras tres horas de viaje. Por suerte no estaba lloviendo, pero la humedad del verano japonés era casi insoportable. Llegué a la pequeña casa en donde me quedaría esos días a las ocho de la noche.
No dormí hasta las cuatro de la mañana. No porque no quisiera, sino porque me quedé leyendo las cartas de Arata que había traído conmigo. Luego de que me fuera nos habíamos comunicado de esa forma, con cartas tradicionales, más que nada por la nostalgia. Nos habíamos hecho amigos gracias a un pequeño mensaje escrito en papel; el enviarnos cartas era como continuar una vieja tradición. Sin embargo, debido a que en algunas oportunidades nuestras cartas se habían perdido, los últimos seis meses decidimos tratar de comunicarnos por correo electrónico. Fracasó. No era lo mismo: no podíamos explayarnos en la máquina como lo hacíamos directamente en el papel. Dejé de escribirle entonces, nos veríamos directamente cuando llegase el verano para contarnos todo lo que no pudimos escribir.
Cuando tomé el primer sobre no pude evitar sonreír, recordé exactamente el momento en el que lo recibí. Era invierno, la carta llegó en noviembre cuando él la había enviado en octubre. Había usado la estampilla más barata y se perdió en el correo. Estaba en mi habitación cambiándome a mi ropa de casa luego de volver de la escuela, papá llegó con la carta en sus manos y una sonrisa. No dijo nada, la dejó en mi cama.
A pesar del tiempo el sobre se mantenía prístino, el color blanco no había cambiado ni la letra temblorosa de Arata en el reverso se había borrado. Fue gracioso compararlo con las últimas: con el tiempo, se le hizo más fácil nuestro alfabeto, e incluso en un par de ocasiones se arriesgó a escribirme en inglés, sabía lo mucho que me gustaba. Lo abrí con cuidado y saqué la única hoja de papel doblada en cuatro.
2010, octubre 12
Roa,
¿Cómo has estado? Aquí ya ha bajado la temperatura y cambiamos a los uniformes de invierno.
La razón por la que te escribo es porque te extraño. No me gusta tener que venir al instituto solo. Sobre todo en la tarde, cuando el sol se pone, echo de menos tu presencia. Recuerdo que a pesar de ser más alto que yo nuestras sombras parecían siempre tener la misma altura. ¿Tu nuevo instituto es interesante? Escuché de mamá que tiene un nivel muy bueno. Quizá cuando termines la secundaria puedas venir a verme, habré terminado bachillerato y podré ir a recibirte al aeropuerto.
Cuando paso frente a tu casa siento nostalgia, me duele el pecho. El anime que veíamos por la tarde ya emitió su último capítulo, pero el final es malo. Si tienes oportunidad de verlo, no lo hagas.
He estado pensando en tu nombre americano. No me gusta Roy, prefiero Roa, aunque sea difícil de escribir. Tiene un significado mucho más interesante. ¿Qué nombre prefieres? ¿Te gusta más cómo te llaman allá? ¿Qué nombre crees que yo podría usar si fuera a visitarte?
Espero oír de ti pronto.
Arata
Respondí la carta ese mismo día y la envié al día siguiente. No recuerdo exactamente qué dije, lo único que recuerdo es haberle recordado que el único que podía continuar llamándome por mi nombre era él. Abrí el segundo sobre, y el tercero, y otros seis más. Todos conservados de la misma manera, en donde las cartas que me escribía mi amigo cada vez se volvían más extensas, como si su pluma tuviese la confianza de hablarme como en algún momento lo hacía su boca.
Perdí la noción del tiempo escuchando su voz en mi cabeza, hasta que finalmente fui consciente de la hora y me metí en el futón a dormir.
Amanecí a las diez. Hice un poco de café mientras trazaba la ruta que tenía que hacer. No iría directamente al cementerio, quería visitar otros lugares primero. Pensé en pasar por la casa Kobayashi a dar mi pésame, pero no quería cruzarme con Meiko. Ella había decidido no decirme sobre lo sucedido con Arata, y por lo tanto no quise verla, ni siquiera escucharla. Mucho menos sus padres.
En mi camino a la estación de Kioto recordé cuando se descubrió al primer novio de Meiko y el revuelo que esto causó. Arata escapó a mi casa cansado de escuchar los gritos de sus padres. Meiko tenía solamente catorce años, y su rebeldía había empezado a hacerse presente. Las temperaturas habían empezado a subir, pero todavía soplaba un viento fresco. Había iniciado la primavera. Estábamos uno al lado del otro en los futones de mi habitación. Nuestros ojos en el techo para no ver nuestras sonrisas pícaras mientras reíamos. Sentíamos pena por aquél muchacho que hubiese aceptado a semejante niña. Nos burlamos un poco de ellos, y luego nos quedamos dormidos, o al menos eso quisimos hacer creer al otro. Le di la espalda y no le respondí cuando me preguntó si estaba despierto esa noche. Todavía recuerdo su voz, había empezado a cambiar para ese entonces.