Afuera había una noche de verano que, a través de la ventana abierta, extendía sus brazos y tocaba mi cuerpo. Me regalaba una refrescante frescura. La había extrañado muchísimo durante el caluroso día que hoy parecía no acabar nunca. No puedo ni contar lo largo que fue, pero en cuanto el sol naranja se escondió detrás de los grises edificios de varios pisos que llevan aquí más de medio siglo, todo cambió.
Llegó la fresca noche, que se transformó en una oscura madrugada. Al principio, quería que todo esto terminara pronto, pero ese pensamiento era erróneo. Aunque en ese momento yo no lo sabía. Ahora todo era como estar en una densa neblina de septiembre, que caía por primera vez sobre la tierra y impregnaba todo con un aire de misterio.
Todo eso también embriagaba, pero no como el alcohol común, sino de una manera completamente diferente. Esa sensación era bastante difícil de describir… O tal vez me había pasado con el champán, que en la copa seguía soltando burbujitas hacia arriba. Mis manos estaban envueltas en calor. Era ajeno y sorpresivo, pero agradable. Con cada segundo, deseaba más de eso, aunque eso estaba fuera de la realidad.
Por supuesto, uno podría dejarse llevar por el impulso de la pasión, que, como un fuerte viento, te levanta y te eleva hacia las nubes... Pero, ¿qué vendría después? La caída... Sería difícil volver a la realidad después de eso. Hay que tener un límite, aunque se anhela cruzarlo. Parecía como si él mismo estuviera pidiendo que se olvidara de su existencia…
Pero no. Hay que recordar. Los ojos azules me atraían, pero los grises conocidos, que ya llevaban seis años dentro de mí, no me dejaban alejarme de ellos. No quería traicionarlos, pero ¿por qué era tan tentador? ¿De dónde venían esos pensamientos que decían que escuchara a mi corazón?
Quizás todo eso era culpa del maldito alcohol. Me había pasado con las copas y ahora, cosas innecesarias invadían mi mente. Tengo que volver a la realidad. Ya es suficiente de esto… Pero no quería parar. Ahora todo era tan dulce y placentero, que difícilmente podía rechazarlo. Las manos de Maxim ya ardían, pero no retiré las mías. Nos lanzábamos miradas y escuchábamos el silencio que nos rodeaba, envolviéndonos en una suave intimidad.
Solo faltaban unas velas y el embriagador aroma de la vainilla. Ni siquiera molestaba el silencio que ya duraba más de diez minutos. No era incómodo ni la clase de silencio que pudiera causar incomodidad, sino que era agradable, porque nos entendíamos sin palabras.
Es extraño…
De repente, voló por la ventana un pájaro ruidoso y rápido. Mi cabeza morena se giró de inmediato hacia allí.
El alma se alegraba de que no fueran las puertas de entrada, que podían abrirse cada segundo por personas que arruinarían todo. Así será. Eso lo sabía con certeza. Ni siquiera hacía falta ir a una adivina. Ellos lo detendrán todo.
Me di la vuelta hacia el chico. Él ni siquiera desvió la mirada hacia la ventana. Solo me miraba a mí…
¿Extraño?
Sin embargo, lo más extraño era estar sentada en medio de la habitación, con las piernas cruzadas, y agarrados de las manos.
- Tienes unas manos muy agradables, - finalmente sonó la voz de Maxim, la cual no esperaba oír. - Quiero sentirlas más.
- Disfruta mientras puedas, porque cuando lleguen los nuestros...
- Que vengan si quieren, - me interrumpió él y sonrió cálidamente. - Ahora no quiero pensar en ellos... No quiero...
- Así no se puede, - dije esas palabras que mi conciencia me dictaba con firmeza. - No debemos comportarnos así. No es correcto. Larisa, tu...
- ¿Quién? - me interrumpió otra vez.
- Esposa, - susurré y cerré los ojos.
En mi cabeza pasó un recuerdo: hace dos años estuve en la boda de Maxim y Larisa, que era una novia tan hermosa que hasta le tenía envidia, imaginando que ese vestido blanco era para mí, y a mi lado estaba mi Vladislav.
- Pero no la pared, - respondió él inesperadamente.
- ¿Qué? - no podía creer lo que oía. ¿Realmente entendía lo que decía?
Este chico, parece que se ha vuelto loco, o...
Fuera se levantó el viento, que trajo aún más frescura a la habitación, que ya no me acariciaba suavemente con sus manos, sino que me golpeó - me dio una bofetada helada. Por un corto momento entendí lo que estaba pasando, pero...
- ¿Alguien te ha dicho que tienes unos labios bonitos? - como si Maxim no me oyera, apretó mis manos aún más fuerte, lo que me... gustó.
- Así no debería ser...
- Esto quedará entre nosotros...
- Esto es una mentira...
- Es un secreto, - susurró él y de repente me atrajo hacia sus brazos.
Fue tan inesperado como un rayo en cielo despejado en invierno. En ese momento, todo en mi cabeza se fue al garete, y también cayó al suelo mi copa de champán. El dulce líquido se empapó rápidamente en la alfombra verde y la mojó.
- ¿Qué estás haciendo? - le pregunté, mientras él miraba profundamente en mis ojos, que lo miraban asustados.
- Tú, Zoya, lo que quería hace mucho tiempo...
Él comenzó a acercarse a mí lentamente, y yo empecé a pensar que era un sueño. Todo sucedía muy despacio y románticamente, pero en el momento en que nuestros labios estaban a punto de unirse en un beso, se escuchó un ruido asustado cerca de la puerta que solo significaba una cosa: Vladislav y Larisa ya estaban aquí. Estaban hablando de algo y bastante alto. Como si dieran una señal de que estaban cerca.
Maxim me soltó de sus abrazos, y yo me levanté bruscamente, alejándome unos pasos. Nuestras mitades no debían enterarse de nada.