Cuando las miradas chocan

Capitulo 2

La clase de literatura transcurrió con una tensa calma. La profesora Elena, con su voz melodiosa, hablaba sobre la poesía de Neruda, pero para mí era como un zumbido lejano. Sentía su presencia a mi lado como una leve corriente eléctrica, una advertencia constante de que no estábamos solos, de que ese pequeño espacio compartido era un campo de batalla silencioso.

Para mi sorpresa, parecía absorto en la explicación de la profesora. Sus ojos seguían a Elena mientras hablaba, y de vez en cuando asentía levemente. Ni una sola vez me miró. Yo, acostumbrado a ser el centro de atención (aunque a veces fuera por las razones equivocadas), me sentía extrañamente ignorado.

Al sonar la campana para el descanso, fui el primero en levantarme. Necesitaba aire fresco y alejarme de la atmósfera cargada del aula. Cogí mi mochila y me dirigí a la puerta, pero una voz me detuvo.

—Ten cuidado con tu desorden. No quiero tropezarme con algo tuyo.

Me giré lentamente. Seguía dibujando, como si me hubiera hablado a una silla vacía.

—¿Disculpa? ¿"Mi desorden"? ¿Has visto tu lado del pupitre? Está lleno de migas de galletas y trozos de goma de borrar.

—Al menos mis sobras son producto de la concentración, no de una merienda ruidosa y maleducada.

—¡Ah, claro! ¡Tú eres el genio concentrado y yo el maleducado! ¿Sabes qué? Quédate con tu "concentración" y tus migas. Yo prefiero un poco de "maleducación" al aire libre.

Salí del aula dando un portazo, dejando al otro solo con sus dibujos y el eco silencioso de su último comentario. En el pasillo bullicioso, respiré hondo, tratando de calmar mi creciente frustración. ¿Qué le pasaba a ese tipo? ¿Por qué tenía que ser tan… insoportable?

Encontré a mis amigos, Mateo y Sofía, junto a las taquillas.

—¡Ey, Ale! ¿Qué tal la clase de la bruja de la literatura?

—Fatal. Me ha tocado pupitre con… ya sabes, el chico raro de los dibujos.

—¿El que siempre está en la biblioteca? Dicen que es súper inteligente.

—Inteligente o no, es un completo idiota. Es borde, sarcástico y parece odiar mi existencia.

—Venga, no seas dramático. Seguro que solo está un poco… en su mundo.

—¿"Un poco"? ¡Me ha llamado maleducado por tener una galleta! ¡Una galleta!

—Bueno, quizás deberías intentar ser un poco más… considerado. Ya sabes cómo es él.

—¿Considerado? ¡Él no ha sido precisamente un encanto! Pero da igual. Intentaré ignorarlo. A ver quién se cansa antes.

Sin embargo, en el fondo, sabía que ignorarlo no sería tan fácil. La forma en que me había mirado, esa mezcla de inteligencia y desdén, se había quedado grabada en mi mente. Y aunque no quisiera admitirlo, una pequeña parte de mí sentía una punzada de curiosidad hacia ese chico que parecía vivir en un universo paralelo al mío.

De vuelta en el aula, después del descanso, la dinámica no había cambiado. Seguía inmerso en sus cuadernos, y yo intentaba concentrarme en la clase de historia, aunque mis ojos se desviaban inevitablemente hacia su perfil. Noté la delicadeza con la que trazaba las líneas, la forma en que su ceño se fruncía ligeramente cuando parecía encontrar un error. Había algo fascinante en su concentración, a pesar de lo irritante que era su actitud.

Al final de la jornada, mientras recogíamos nuestras cosas, nuestras manos rozaron accidentalmente sobre el pupitre. Fue un contacto breve, casi imperceptible, pero ambos nos tensamos al instante.

—Podrías tener un poco más de cuidado.

—Tú también. Tu "territorio de migas" se está expandiendo.

Salimos del aula en silencio, cada uno por su lado, llevando consigo la semilla de una rivalidad que, sin que nosotros lo supiéramos, comenzaba a echar raíces en el terreno neutral de nuestro pupitre compartido.



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En el texto hay: mar

Editado: 30.04.2025

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